miércoles, 28 de octubre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA PINTURA

Querida Mariana: ¿Conocés este cuadro? Es un cuadro muy bello. ¡Cuánta luz! La sombra casi está ausente. Este cuadro está en un museo de Nueva York. Es lo único que sé. No quiero saber más. No necesito más datos. ¿Quién pregunta en dónde está el pozo de la luz que entra al cuarto todas las mañanas? ¡Qué cuadro tan luminoso! Un cuadro único, como única la fotografía de la cual Vero me pasó copia. Ya no son solo dos mujeres. Vero se integró a la escena y su mirada parece decir que escucha lo que la mujer de pie comenta con la mujer que está sentada ante la mesa. Qué mantel tan blanco. Qué cuadro tan lleno de luz de la mañana. No sé a qué hora fue Vero al museo, porque la luz de la sala es la misma a las diez de la mañana que a las cuatro de la tarde. La museografía actual permite que la luz artificial esté en el mismo plano todo el día. Tampoco recuerdo en qué época del año fue Vero a Nueva York. Ella, muy coqueta, tiene un sombrerito (cachuchita, diría mi tía Elena; gorrito, diría mi madrina Clarita; boina, diría el tío Lucio), y una bufanda. Como nunca he ido a Nueva York no sé cómo es el clima en primavera ni en invierno, pero quiero pensar que Vero fue en época de frío, por eso está bien abrigada. Lo que sí sé es que Vero, un día, de un año de Dios, mientras estudiaba en el Tec de Monterrey, trepó a un avión y, desde las alturas, vio aquella ciudad llena de rascacielos. Sí, esta palabra, querida mía, me gusta: rascacielos. Ah, es una palabra genial. En el inglés que Vero habla tal vez la traducción más cercana sea skyskraper. No sé qué digás vos, pero a mí me gusta más el sonido de nuestro español, me gusta más la palabra cielo que la palabra sky. No sé cómo le hacen los novios gringos para bajarles the moon y the stars a sus muchachas bonitas. Digo que la fotografía, como el cuadro, es única. Le doy el mérito a la persona que le tomó la foto a Vero. ¿Ya miraste que frente a la muchacha bonita del vestido amarillo hay una silla vacía? Vero bien pudo colocarse en un extremo del marco dorado, para que la pintura saliera completa, pero eso daría como resultado una foto muy común. Vero se integró de tal manera, que parece estar sentada y formar el trío del cuadro. Con la presencia de Vero, se modifica la lectura del cuadro, la mujer de amarillo parece ver a Vero, platicarle algo, mientras Vero ve a la mujer que está de pie y espera que ella diga algo acerca de la taza que tiene en la mano. ¿Es la hora del té? Sólo Vero, quien estuvo ese día ahí (no digo en el museo, sino adentro de la escena del cuadro) podría decirme. Sólo ella podría contarme qué le dijo la mujer de amarillo; sólo ella podría decirme por qué ellas no tienen frío. ¿Se quitó la boina y la bufanda en cuanto probó el té caliente? ¿Eran galletas de avena o de jengibre las que le ofrecieron? ¿Qué le preguntaron? ¿Qué quisieron saber de su país, México? ¿Qué les contó ella? ¿Les contó algo de Comitán, de sus abuelos, de sus papás, de su universidad, de sus compañeros, de sus maestros? No sé. Sólo sé que Vero, cuando recorrió el museo se acordó de mí. Sí, ella, quien siempre ha sido muy afectuosa conmigo, al pararse frente a una pintura moderna pensó en mí. Tomó una fotografía y luego me la mandó a mi correo electrónico. Ahí la recibí, ahí me puse contento, porque una ex alumna se acordara del Molinari en un museo en la ciudad de Nueva York. Vero sabe que me gusta el arte, sabe que me gusta husmear en ventanas luminosas; y sabe que soy un pícaro voyeur. Vio cuadros y supo que uno, en especial, llamaría mi atención. Claro, cuando llegó ante el cuadro que me envió en una foto, ya había dicho adiós a las muchachas del cuadro lleno de luz, había apoyado sus manos en la mesa y se había parado. Tomó su bufanda y la boina y se las colocó, porque en la calle hacía frío. Las dos mujeres del cuadro luminoso, lamentaron su partida. ¡Cuando querás, volvé, acá está tu casa! Vero se despidió y abandonó el cuadro. Ella, qué alegría, siguió con el rostro luminoso. Posdata: un día, Vero viajó a Nueva York, conoció muchos lugares y, en un museo, al estar frente a un cuadro, pensó en su viejo maestro del Colegio y, al llegar a su hotel, abrió su computadora y me envió una copia. Yo, en Comitán, abrí mi correo y, ¡oh, sorpresa!, hallé un mensaje de mi talentosa ex alumna. Al lado de un afectuoso saludo, hallé copia de un cuadro simpático, picaresco; y, como mojol, esta fotografía, constancia de que, un día, Vero completó este cuadro de luz, con su luz. ¿Era el año 2011? No lo sé.