miércoles, 13 de enero de 2021
CARTA A MARIANA, CON GRUPO DE BAJADA EN SUBIDA
Querida Mariana: Carlos Monjarás Monroy compartió esta fotografía en redes sociales. Cuando la vi pensé en una bobera: es un grupo que va de bajada en una subida. ¿Por qué de bajada? Inicié diciendo que mi pensamiento fue una bobera, pero imaginé al grupo de cuatro amigos trepados en un carretón (avalancha).
Ni vos ni yo tenemos idea de cuántos muchachitos bajaron por esa calle trepados en un carretón. En el libro “Sólo para comitecos”, Armando Alfonzo narra cómo un grupo de cinco muchachitos se accidentó a la hora que el carretón se topó con un tronco. Los cinco amigos, que viajaban a toda velocidad en la bajada, salieron volando y terminaron con raspones. Claro, lo que narra Armando corresponde a sus años de niñez: años treinta. En ese tiempo, esta bajada no estaba pavimentada y no había autos. Los niños trepaban al carretón, se acomodaban y uno de ellos impulsaba el chunche y trepaba a la carrera. La ley de la gravedad hacía todo lo demás; llegaban hasta el final de la bajada.
La fotografía que subió Carlos es de los años ochenta. Son cuatro amigos, estudiantes del nivel secundaria, en el Colegio Mariano N. Ruiz. Tuve el honor de coincidir con ellos. En la primera fila está Luis Felipe Martínez Gordillo y Carlos; detrás están Francisco Rodríguez Castrejón y Carlos Barrios. Ah, grupo de amigos inseparables. Del grupo de los cuatro, sólo Carlos vive en Comitán; Luis tiene su residencia en la capital chiapaneca, Castrejón entiendo, radica en la Ciudad de México. No sé dónde vive Carlos Barrios.
Los cuatro muchachos, a la hora de tomarse la fotografía, no pensaron en carretón. Yo fui quien, ya en 2021, lo pensé. Vi a este grupo maravilloso de maravillosos muchachos y pensé que, en los años treinta, Armando y sus amigos, en la mera subida, se colocaban en esta posición sobre el carretón y se dejaban ir por toda la bajada. La vida era sencilla. Las diversiones eran a cielo abierto, en un pueblo afectuoso.
Vi la fotografía que subió Carlos y algo como una cuerda de aire fresco me llegó. A diferencia de los muchachos que se deslizaban en carretones, ellos están acá estáticos, posan para la fotografía (¿quién tomó la fotografía? ¿Quién fue el amigo (nunca falta) que hizo la labor de fotógrafo y se volvió el personaje anónimo en el instante prodigioso?
Dije que en el relato de Armando, él cuenta el accidente que sufrieron cinco amigos, trepados en un sencillo carretón. ¡Cinco! En esta fotografía se ven cuatro amigos, pero tal vez, el quinto del grupo fue el fotógrafo. ¡Qué coincidencia! Armando nos regaló un delicioso relato de un juego que encantaba a los muchachos de los años treinta en Comitán; y Carlos nos regaló un encantador instante gráfico, de los años ochenta en Comitán.
El cielo es el mismo. Ese no cambia, por fortuna. El relato de Armando ocurre en la noche; este instante ¡a medio día!
Los muchachos de esta fotografía ahora están en el mediodía de su vida. Entiendo que siguen con la cuerda de la amistad bien tensa. A pesar de que radican en otros lugares, la cinta del afecto sigue intacta.
No estuvieron sobre un carretón real, pero yo los vi sobre un carretón imaginario. Como si estuvieran en espera del empujón inicial. Sí, eso es. Ellos, muchachos de secundaria esperaban lanzarse a la carrera de la vida. Hoy, los cuatro muchachos son personas talentosas, exitosas. En el momento de la fotografía estaban en proceso de vuelo.
Posdata: en su libro, Armando ilustra el texto, que se titula “El accidente”, con un extraordinario dibujo de un carretón, por supuesto, producto de su pluma genial. Cuando tengás oportunidad conseguí el libro y buscá el dibujo de ese juguete tan sencillo, casi simple, que hizo las delicias de los niños comitecos de tiempos ya idos. ¿Quién ahora se atrevería a lanzarse cuesta abajo con tanto auto circulando por todos lados? ¡Nadie! Nadie en su sano juicio. Es más, ahora sería complicado que un grupo de amigos se sentara a mitad de la bajada (la bajada de doña Mariana) para tomarse una foto, con la tranquilidad que acá se ve.
No me había dado cuenta, pero los de la fila trasera parece que están sentados sobre balones. Sí, sin duda que hicieron una pausa, antes de ir al juego de fútbol.
El carretón, según se ve en el dibujo de Armando, era una plataforma de madera sostenida en dos ejes también de madera. Cada eje tenía en los extremos ruedas (ay, perdón) también de madera. Las avalanchas modernas (de marca Apache, que regalaba Chabelo) llevan integrados un volante y una palanca de freno. Los carretones comitecos carecían de volante y palanca de freno. Entiendo que el piloto daba dirección con los pies y con los pies también frenaba. Claro, cuando se les ponía enfrente un tronco éste detenía el juguete y servía como catapulta para impulsar el vuelo de los jugadores.