sábado, 23 de enero de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN HILO

Querida Mariana: ¿qué hacés con un bollo de hilo? Si yo fuera un gato jugaría con él y, tal vez, lo desenrollaría, dejando un camino de estambre en toda la sala y el patio. Pero, si fuera como mi mamá tejería tapetes o suéteres o colchas o chalecos. Un pescador lo emplea para hacer redes que sube a su lancha en la madrugada, antes de entrar al mar, y luego, en el lugar preciso, con un movimiento también exacto, lanza la red al agua con las dos manos, pidiendo que su panza enhebrada se llene de peces. El artista plástico Arbey Rivera emplea el bollo para hacer cuadros. Con una técnica especial logra que los hilos, de muchos colores, formen figuras. Sí, entiendo, querida Mariana, que mi pregunta deja un hueco, del mismo tamaño de los huecos que tienen las hamacas. Un bollo de hilo no puede usarse para todo lo que he mencionado. Hay, como siempre en la vida, diversos tamaños, grosores y resistencias. El hilo que emplea mi mamá para hacer una chambrita no puede usarla el pescador para hacer su red de pesca, ni viceversa. Ya miro al pichito abrazando su cobijita hecha con cuerda de yute. ¡No! No quiero ni pensarlo, sus manitas se lastimarían. ¿Qué madres mentaría el pescador a la hora de lanzar la red al mar y ver que el entramado perdía su consistencia y se convertía en una mezcla húmeda de pelos? La pregunta la hago, porque, disculpá, a veces pienso que poseo un bollo de hilo de oro. Un día, el tío Armando fue a su recámara, abrió el ropero de cedro, alzó el brazo lo más que pudo y con la mano jaló una cajita que contenía en su interior un bollo de hilo de oro. Nos sentamos en la orilla de su cama y me dijo que ese era su máximo tesoro. Yo, al escuchar la palabra oro, le dije que si con eso podía comprar muchas cosas, yates, casas, autos, ranchos con muchas vacas y caballos. Él se hizo para atrás y columpiándose rio con risa de hiena alebrestada. Cuando la cascada de risas terminó y todo fue como una laguna serena, dijo que no, que ese hilo no alcanzaba a darle la vuelta al mundo, apenas alcanzaba para hacer flores bordadas. Entonces se paró y caminó de nuevo hacia el ropero y, del gancho donde estaba colgado, sacó una capa azul, con flores bordadas. ¿Eso es oro?, pregunté. Sí, dijo, y me extendió la capa y yo pasé mi mano sobre la flor bordada. Pensé que era la segunda vez que el oro me deslumbraba, no me había deslumbrado tanto cuando vi el pulso del tío Luis, quien, una tarde, había subido la manga de su camisa para mostrarme una pulsera de oro. Era como una serpiente gruesa enrollada en su muñeca. Es de 14 kilates, dijo, y lo dijo como si hubiese dicho: Soy Moisés y abro el mar. Mi reacción fue un simple ¡ah! En realidad, pensé que si yo fuera tan rico como el tío Luis no usaría ese chunche, aunque fuera de oro. Recordé que al pulso de oro, la tía Elena también le llamaba esclava de oro. Esclava, por algo sería. Sí me llamó la atención el día que vi dos hermosos aretes que colgaban de las orejas de la tía Juanita. Me trepé a una silla para verlos de cerca. Era, me explicó, un trabajo de filigrana. Entendí también que el oro lo habían pasado por una máquina hasta hacerlo hilitos y el orfebre (ah, qué bonita palabra) había “tejido” esos maravillosos canastitos que colgaban de las orejas de la tía. ¿Dónde lo compraste, tía?, pregunté, y ella me dijo que era un trabajo hecho por un artesano comiteco y los había comprado en la Joyería de don Carlitos Escobar, que, en ese tiempo (años sesenta) tenía su joyería en la manzana que luego fue derruida en los años setenta. ¿Te costó mucho? No tanto, dijo mi tía, y sonrió. ¿Te gustaron?, preguntó. Sí, le dije, sí. Cuando me muera, dijo, te los dejaré de herencia, y pasó su mano sobre mi cabeza. El bordado con hilo de oro, de la capa del tío Armando, me sorprendió casi casi con la misma emoción que me emocionaron las canastitas de la tía Juanita. Pensé que el tío Armando podía, también, dejarme esa capa como herencia, así que para forzar la situación le dije que me preguntara si me gustaba esa capa, pero el viejo lobo de mi tío Armando no cayó en la treta, no me hizo pregunta alguna, por el contrario, dijo: Si no te gusta serías un pendejo. Y yo, que no era un pendejo, dije: sí, me gusta, y el tío volvió a hamaquearse hasta atrás, rio mucho, y reafirmó, con un polvo de tos: “Sólo a los pendejos no les gusta.” Ahí terminó la plática, con delicadeza (no por mí, sino por la capa) me retiró la capa y la colgó de nuevo en el ropero; regresó por el bollo de hilo de oro, lo colocó en el interior de la caja, que estaba forrado con un soberbio acolchado de seda, color vino. El aroma del cedro me llegó a la hora que el tío cerró la caja. Ahora que escribo, en mi nariz tengo ese aroma sublime y, en mi corazón, el bordado de la flor con hilos de oro. A veces pienso que la flor era esa que llaman flor de lis, pero tal vez estoy equivocado. Nunca supe para qué serviría esa capa. No era para uso del tío, ¿o sí? No era como las capas que usaban los tres mosqueteros, ¡no!, era una capa sólo para cubrirse la espalda, el bordado de las flores con el hilo de oro estaba en un cintillo, de dos o tres centímetros, que servía para detener la capa en el cuello de la persona. La capa, igual que el acolchado de la caja, era de seda, sólo cambiaba en el color. Si yo fuera el tío Armando bordaría telas finas con hilos de oro. Sí. Me encantaría ese oficio. Entre todos los hilos del mundo preferiría el hilo de oro. El oro no sólo sirve para hacer esclavas, también sirve para hacer obras de arte. Muchos retablos de templos tienen figuras recubiertas con hoja de oro, también llamado pan de oro. ¡Ah, genial! Muchos iconos rusos, que son bellísimos, tienen hoja de oro. ¿Recordás pinturas del maravilloso pintor Klimt? Tienen hoja de oro. El genio del ser humano en su máxima expresión. Acá en Comitán tenemos la tradición de los trabajos de filigrana de oro. Artesanos, hijos de la luz, realizan trabajos bellísimos, que son lujo de este pueblo mágico. A mí me llama la atención ese mensaje publicitario que menciona Brenda’s Joyería (que tiene su local en el interior de la Central de Abasto, acá en Comitán). Entre otras bellezas hechas en oro, ¿sabés qué ofrece? ¡Argollas comitecas! Sí, son únicas. Es un producto para comitecas finas, como mi tía Juanita, y para muchas mujeres del mundo. Si yo fuera orfebre me gustaría emplear hilo de oro para hacer canastitas comitecas. El mundo, en serio, está esperando más propuestas como esa de Brenda’s Joyería. Digo que no haría colchitas como las que teje mi mamá, pero lo que sí haría (y hago y haré) es admirar su trabajo paciente. Mi mamá ha vivido entre hilos durante casi toda su vida. Muchas personas del pueblo la recuerdan atendiendo su tienda en la planta baja de la Casa Yannini y, luego, en el Pasaje Morales. Años y años. Cuando yo estudié, mi mamá y mi papá me enviaban paga para mi manutención. Mi mamá vendía algunas prendas que tejía y eso me enviaba en un giro telegráfico, esa paga, fruto de su trabajo, yo lo gastaba en libros o en caguamas, a veces se me iba más paga en la caguama con los amigos y me quedaba sin el libro que me coqueteaba en la Feria del Libro que instalaban en el Pasaje del Metro, en la Estación Pino Suárez. Te envío una foto de los vestidos que este año tejió mi mamá para los niños Dios que tenemos en casa. El niño que ya no tiene deditos es de madera y, como sucede en muchas casas comitecas, es un niño que fue pasando de mano en mano. Fue de la bisabuela. Los pequeños son de pasta y son más recientes. En el confinamiento, estos tres niños nos han acompañado y en días pasados, mi mamá, para agradecer su compañía, les tejió sus vestiditos. ¡Ah, qué bonitos se ven! No están bordados con hilo de oro, son niños Jesús modestos, de familia modesta. No tienen la majestuosidad de los niños que aparecen en imágenes religiosas o en bordados sobre seda. No, son hilos comunes. Por eso me sorprende más. ¿Cómo de hilos sencillos mi mamá logra el prodigio de estas bellezas? Acá no sólo hay un conocimiento preciso del tejido, también hay un conocimiento de sastrería. Los vestidos les quedan perfectos a los niños. Estos niños (es una gran ventaja) no crecen con el paso del tiempo. Lo más que les sucede es algún infortunio en sus deditos. Nuestro niño viejo está como tunquito de sus manitas, pero no se queja, al contrario, tiene una carita serena, armoniosa. Los tres niños viven contentos con nosotros. ¡Cómo no! Cada año estrenan vestiditos tejidos amorosamente por mi mamá. Posdata: sé que, si mi mamá tuviera hilos de oro, bordaría flores sobre una tela de seda acolchada y los niños andarían como reyes, pero, estos niños no son reyes, son príncipes. Príncipes que nada tienen que ver con la nobleza terrenal, su reino está en dimensiones celestiales. Si yo fuera un pescador, me gustaría echarme a la mar en madrugada (claro, se entiende que no sería tan inútil en cosas de natación, como lo soy) y a la hora que el sol comenzara a aparecer en el horizonte yo me pararía sobre el tablero en triángulo de proa y extendería mis manos e iría enrollando hilos de sol. Sí, si fuera pescador, pescaría hilos de sol, no pescaría atunes o bagres, ¡no! Con hilos de sol tejería una chambrita y con ella, cuando hace frío, cubriría la espalda de mi mamá. Si yo fuera pescador. ¿Qué pasó con la promesa de la tía Juanita? Ella falleció cuando yo estudiaba en la Ciudad de México. Estoy seguro que ella llamó a una de sus hijas, le puso los aretes en la mano y le dijo que esos aretes eran para Alejandrito. Estoy seguro que así fue, que eso dijo antes de cerrar los ojos para siempre, pero la hija, como yo estaba en la Ciudad de México, pensó que guardaría los aretes para dármelos en mejor ocasión.