viernes, 29 de enero de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN BORRÓN

Querida Mariana: Estaba con un grupo de compañeros de la Facultad de Ingeniería, en la UNAM; eran los años setenta. Platicábamos mientras llegaba el maestro para la siguiente clase. Estábamos en un corredor de la segunda planta, me acodé y vi en un pasillo de abajo a un grupo de muchachos que caminaba al lado de un maestro, éste, con un portafolios en la mano y vestido con un impecable traje gris y corbata azul, decía algo y los muchachos lo celebraban. Mario, que se había acercado a la barda y también se había acodado, me preguntó si sabía quién era él. No, dije. Es “El borrador”, me dijo, da clases de arquitectura en una universidad de Estados Unidos, es buscadísimo, cada semestre todo mundo se inscribe en sus cursos. Entonces, le dije a Mario, El borrador (“The eraser”) era como Torres H, porque Torres H. era uno de los maestros más buscados de la Facultad de Ingeniería. Yo tuve el privilegio de ser su alumno y recibir sus enseñanzas. Cosa extraña, ¡pasé su materia! Desde entonces me quedó la convicción que, si al frente hay un maestro inspirador, los alumnos, por mulas que sean, algo pepenan. Hay maestros que transforman vidas, basta estar con ellos unos instantes para que uno reciba su luz. A la hora que iba a preguntarle a Mario por qué le decían así a ese arquitecto llegó el doctor Domínguez, quien nos daba la materia de Métodos Numéricos, en bola entramos y nos sentamos. El doctor entró, alzó la mano (como siempre hacía) y dijo, a manera de saludo: “De buenos números resultan buenos días.”, y, con el gis que llevaba en la mano, comenzó a llenar con números el pizarrón. Cuando terminamos la clase le pregunté a Mario el sobrenombre de ese arquitecto, y me dijo que era un elogio. Vi que su sonrisa se abrió como ventana en su cara. ¿Elogio? Y como respuesta a mi pregunta inquirió: ¿Para qué sirve un borrador? Pues para borrar, dije. Y siguió: Sí, pero qué borras. Pues un trazo mal hecho. ¡Eso!, y me dio una palmada afectuosa, con gran satisfacción. Yo sentí como si hubiese respondido bien a la pregunta de cómo se formó el universo. ¿Y?, pregunté. Pues eso, dijo Mario, por eso le pusieron ese sobrenombre: The eraser. Y cuando lo dijo, la verdad, escuché que era como un título sensacional. Lo siento, nunca he sido muy dado a privilegiar lo extranjero, pero lo escuché con más prestigio. No era lo mismo escuchar: ahí viene el borrador; que escuchar: ahí viene the eraser. Tal vez fue como consecuencia lógica de lo que Mario había dicho: el sobrenombre era un elogio. ¿Un elogio? El borrador sirve para borrar trazos mal hechos. ¡Que me lo digan a mí! Siempre que dibujo (ahora lo hago a diario) tengo un lápiz y a lado del papel un borrador. En la universidad aprendí que no borro antes de rectificar la línea, si me parece que el trazo es equivocado, corrijo y luego borro y así lo que queda es la nueva línea. Ahora que escribí el proceso veo que es un proceso casi simple, pero prodigioso. Sí, el borrador es un chunche casi genial: corrige los trazos mal hechos. ¿Por qué le decían The eraser al maestro? En la tarde le llamé a Mario por teléfono. Respondió su hermana y me dijo que no estaba, que había ido al ensayo del coro de la iglesia (en ese tiempo no había celulares, así que debía esperar a que volviera a casa. Pero ya no volví a llamarle, porque Quique y Miguel me dijeron que fuéramos a cenar pizza, en un local maravilloso que estaba sobre la Avenida Insurgentes, donde un par de músicos amenizaba el ambiente, con música de los años veinte.) Al día siguiente, en cuanto llegué a la facultad busqué a Mario y le dije que ya tenía la respuesta. Me quedó viendo con cara de búho trasnochado: ¿Respuesta de qué? ¿Por qué le dicen The eraser al arquitecto?, respondí. Rio, ah, bárbaro, cómo rio. Se extrañó de que siguiera con el tema. A ver, me dijo, y puso cara de sinodal, ¿cuál es la respuesta? Le dicen así porque borra los trazos mal hechos de la vida. Mario cambió su cara, se volvió algo de piedra, pero de piedra de río, lisa, bien boleada, luminosa. Y dijo que sí, que era un maestro inspirador y por eso me había dicho que era un elogio. Todo mundo lo decía con respeto, como si fuera un título nobiliario. En ese instante fui yo quien sonrió como vitral antiguo de catedral. Pensé que era un título sensacional: The eraser. Como si la Reina Isabel lo hubiese nombrado Sir. Pensé que el título de Sir lo ostentan muchos ingleses, pero sólo un mexicano ostentaba el título de The eraser (porque daba clases en USA, pero era mexicano, era uno más de esos brillantes científicos mexicanos que debieron emigrar para que fueran reconocidos, para que tuvieran salarios dignos a su grandeza.) Posdata: ¿Por qué te conté esto? Porque hacía años que no recordaba la anécdota. Ayer, a la hora que borré una línea me llegó el destello del recuerdo y, en automático, en lugar de pensar en la palabra española borrador, pensé en el inglés the eraser. Pucha, suena genial.