jueves, 14 de enero de 2021

CARTA A MARIANA, CON UNA PREGUNTA

Querida Mariana: antes, en Comitán, preguntaban: ¿hijita de quién sos? Y es que la vida pasa muy rápido y llega un momento que ya no reconocemos a la niña que llegaba a la casa a jugar muñecas con nuestras hijas. Yo conocí la historia de un amigo que se emocionó cuando una muchacha bonita lo abrazó y lo saludó de beso, con una confianza desbordada, mi amigo pensó que ya había pegado su chicle rabo verde con una adolescente simpática y de muy buen ver. ¡No! La susodicha era hija de un compadre que vivía en Tabasco. La chica reconoció al compadre, porque sólo había perdido cabello y ganado panza; pero mi amigo no había reconocido a la chica, porque ésta había perdido la infancia y ganado una hermosa adolescencia. Mi amigo habría evitado el sonrojo, si, en el momento del abrazo, en lugar de aventarse como el Tigre Toño, hubiera preguntado: ¿hijita de quién sos? Pero lo que a mí me encanta de nuestro maravilloso pueblo es la forma en que decimos nuestra edad. Hoy cumplís veinticinco años, medio mundo te felicita, te ponen la reja de papel de china y te cantan las mañanitas, y, al otro día, cuando te preguntan cuántos años tenés, vos decís: “Estoy andando en veintiséis.” Andando en veintiséis, ¡genial! En sentido estricto sólo tenés 25 el mero día de tu cumpleaños, porque antes de ese día, andabas en veinticuatro y un día después ya andás en veintiséis. ¡Qué maravilla! A mí me encanta, porque habla del camino de la vida, de cómo el cumpleaños es un solo día, y, a partir de ese día, todo está encaminado para el día que volverás a cumplir otro año. Habla de movimiento, de que no nos quedamos instalados en un momento. Los comitecos son geniales, su genialidad llega incluso a determinar este calendario soberbio. Cumplís veinticinco un día, pero al siguiente ya tenés veinticinco años y un día, para no andar haciendo registros estadísticos, el genio popular lo sintetiza en: estoy andando en veintiséis. Ya el otro, si quiere, puede ir al registro civil y sacar cuentas del dato preciso. Si tiene tiempo y si tiene gusto por la exactitud. Pero la mayoría se queda conforme con la respuesta: estoy andando en veintiséis. Una amiga me cuenta otra genialidad. Cuando el reloj da las diez y media, si alguien le pregunta a su mamá qué hora es, ella responde, quitada de la pena: Ya es parte de las once. ¡Otra genialidad! No hay precisión, se indica que el tiempo dejó a las diez hace media hora y ya camina con rumbo a las once. Esta medida del tiempo tiene relación con la teoría de la relatividad, Einstein anda revoloteando en ese dicho. Mi amiga dice que ella y su hermana discuten con su mamá, porque ellas insisten en decir que las diez y media no son parte de las once, sino que son parte de las diez. Lo que dice la mamá es lo correcto: las diez y media caminan ya para las once. En Comitán el tiempo es lo que indica el segundero del reloj, siempre avanza. Avanzan las horas y avanzan los años. Los relojes y las personas “andan”, porque el tiempo es inflexible, es cruel, no es algo estático; al contrario, siempre está activo. Mentira que el tiempo se va, así como dicen algunos: “se me fue el tiempo”. No, el tiempo no se va. Somos, en sentido estricto, nosotros los que vamos con el tiempo. El tiempo es un aliado, un compañero que no se deja hacer a un lado. Nada de decir: “Te quedás acá y no avanzás”. Ah, el tiempo se bota de la risa de esa declaración. El gran Julio Cortázar, en uno de sus geniales textitos, dice (palabras más, palabras menos) que cuando alguien te regala un reloj en tu cumpleaños, en realidad no te regalan un reloj, ¡vos sos el regalado!, a vos “te ofrecen para el cumpleaños del reloj.” Posdata: Me encantan nuestros modos de hablar, de mirar la vida, de responder con torceduras geniales a interrogantes comunes. Medio mundo dice que tiene tantos años cumplidos, nosotros no. Nosotros hablamos con la verdad. La muchacha bonita cumplió veinticinco años, sí, y lo celebró, pero al día siguiente comenzó a andar en veintiséis. Los comitecos somos geniales, únicos.