sábado, 16 de enero de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN SITIO

Querida Mariana: en las redes sociales hay de todo. Las personas comparten pensamientos y sentimientos. Hay gente que dice: “Esta mañana tomé café, pero con pan.” No es algo novedoso, pero nos enteramos, gracias a Dios, que la costumbre comiteca sigue presente. En Comitán bebemos café, ¡pero con pan!, con un panito sabroso de la Panadería “La Espiga de Oro”. Pero digo que la gente comparte todo, cada quien comparte lo que tiene en su mente. Publican lo que desayunan, lo que comen, lo que cenan; y algunos, simpáticos, comparten lo que beben, desde un té hasta un bloody Mary; pero lo que más hallamos en el Facebook son fotografías. ¡Ah, con qué generosidad los amigos de las redes sociales trepan fotos! Imágenes de todo: selfies o paisajes de lugares que visitan, fotos de los hijos en la playa, del cumpleaños del abuelo, de la boda de la hija, del bautizo del nieto, de la nueva novia, del día que estuvieron arriba de la Torre Eiffel o de la Torre Latinoamericana. Hay amigos que suben fotografías de lo que comen. ¡Ah, qué obsesión con la comida! Hay fotos que son agradables, otras no. No puede ser agradable mirar un plato con un hueso que tiene algunos hilos de carne y residuos de una salsa roja. ¡No, no es agradable! La imagen parece sacada de una tabla de carnicería de mercado público o de una página de nota roja de periódico sensacionalista. Sí, entendemos, antes de comenzar la cena, el amigo tuvo ante sí un maravilloso hueso estilo Tío Jul, con sus picles, salsa roja de chile ancho y tostadas, pero cuando ya engulló todo y sólo quedaron residuos, la imagen es horrible, pero el amigo dice: “Cené delicioso.” Lo creemos, lo creemos. Otra cosa que los amigos del Facebook comparten son citas textuales de grandes escritores. Algunas de esas citas, lo sabemos, son citas reales, otras son falsas. Muchos juegan con supuestas citas escritas por el escritor brasileño Paulo Coelho, que es un escritor exitosísimo en ventas, pero que, en el canon literario es menos que cero a la izquierda. Pero, a veces, hallamos citas escritas por el gran Jorge Luis Borges o por Saramago o por Gabo García Márquez que son falsas. Me cuentan (debe ser así) que hay personas que escriben algún pensamiento y, al final, le ponen el nombre de un famosísimo escritor para que su texto circule muchísimo. A esas personas eso les significa un éxito en su vida, aunque (qué pena) el mundo nunca vaya a rendirse a sus pies, como está rendido ante el nombre del famoso escritor. ¿A quién se le ocurre decir que es de Saramago un texto que habla de Dios, cuando él fue un maravilloso ateo? Por ahí circula, con profusión, un texto que el propio Gabo denunció como falso. Los grandes lectores, de inmediato detectan un texto apócrifo, porque son expertos en reconocer lo que se llama estilo. Hay textos que, a primera vista, se ve que no corresponden al estilo del nombrado. Pero, mientras la vida no se vea afectada más que en término superficial, a mí me divierte hallar esas citas falsas, porque hay varias que son ingeniosas. Y digo esto, porque el otro día hallé una cita que se supone escribió el gran Borges. No soy experto en su obra, así que no puedo afirmar que sea una información real. Lo que sí puedo decir es que coincido con lo ahí dicho. A ver, te paso copia y lo platicamos, ¿te parece? La cita dice: “Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos.” La cita decía que esto lo escribió Jorge Luis Borges, el genial escritor argentino. Sólo los expertos en la obra de Borges pueden decir si él escribió esto. Dudo, porque Consuelo Sáizar, quien fue directora de Conaculta, a nivel federal, dijo que, en realidad, Borges había citado a Marcel Proust; es decir, Proust fue quien escribió lo que acá te comparto. Bueno, sea el argentino o el francés, la cita es real. Digo que es real, porque los seres humanos no extrañamos los lugares, sino las épocas que corresponden a esos lugares. ¡Sí! No lo percibimos bien a bien, pero así es. Por ejemplo, cuando algún comiteco de mi generación (nací en 1957) ve una foto del Comitán de los años sesenta, en automático aparece una cuerda de nostalgia. Ah, recuerda con emoción las experiencias vividas, en ese lugar, en ese tiempo. Pero, si lo pensamos bien, lo que estamos extrañando es lo que dice la cita: “…la época que corresponde a ese lugar.” Extrañamos la vida que se nos fue, que sólo es un mero recuerdo. Los seres humanos nos alimentamos no sólo del presente, ni del ilusorio futuro, ¡no!, también, y de manera fundamental, nos alimentamos del pasado. Cuando alguien mira la casa donde vivió su infancia, de inmediato, se activa el mecanismo de la memoria y regresan aromas y sonidos y variadas sensaciones. Cuando los lugares ya no existen, algo de ese puente se fractura, es más difícil cruzar hacia la otra orilla. Por eso, cuando los de mi generación caminamos por el parque central ¡extrañamos la manzana que fue derruida! La decisión de tumbar ese conjunto de casas, para ampliar el parque y dejarlo como está ahora nos quitó un espacio que servía para afianzar los recuerdos y la nostalgia. Cuando alguien, en el Facebook comparte una fotografía donde aparece la manzana, los recuerdos caen en cascada. Todo mundo de ese tiempo habla con nostalgia luminosa de ese espacio, y los recuerdos afloran: muchos recuerdan que, de muchachitos, echaban volados de paquetes de figuritas que compraban en la Proveedora Cultural, que atendía don Rami Ruiz, o recuerdan que pasaban a comprar dulces en el Súper de doña Angelina o miraban los aparadores de la Joyería Escobar o los estambres en los mostradores de la tienda de mi mamá. Muchísimos recuerdan que subieron a la planta alta de ese edificio de la esquina para tomar un café o escuchar al grupo que amenizaba en el Café Intermezzo. No faltan los que hablan de la cantina de Tío Tavo, que estuvo ahí durante algún tiempo, o de la estación radiofónica XEUI, que estuvo en los altos de Nevelandia, edificio donde, al fondo, estaba un billar. Muchos recuerdan que compraron un disco de José José o de Lucha Villa en “La casa del ciclista” (maravilloso, ¿no?, discos en la casa del ciclista. Sólo faltó que compráramos bicicletas en un negocio que se llamaría: La casa de los discos.) Pero, digo, ahora no tenemos ese referente. Donde estuvo la manzana ahora hay bancas, gradas, una fuente, árboles. El aire sustituyó al ladrillo, al hierro y al cristal. Para vos, que no conociste la manzana de la discordia, puede resultarte difícil hacer el juego de imaginación que propongo: imaginar que la manzana sigue en pie. Imaginá que los edificios siguen. Ahora, imaginá que un compa que vivió los años sesenta regresa a Comitán en este 2021. ¿Qué pensaría de ese espacio? Hablaría de lo que nosotros hablamos, de la tienda Ancheyta; de la tienda Selecciones, de Merce Solís; de la notaría del papá de mi compadre Enrique Robles, hoy también notario; del consultorio dental del doctor Enrique Cancino; de las telas de la Casa León; de las salas de la Casa Tovar. Hablaría de la época vivida y luego, sin duda, aparecería una cara de frustración, porque el comentario de que ya nada era igual aparecería de inmediato. Nada se conserva. Sólo el recuerdo es eterno. Estoy de acuerdo con la cita. Los seres humanos extrañamos la época vivida en lugares. A mí me ha pasado en muchas ocasiones. En algún momento, ya en los años noventa, regresé a la UNAM, donde estudié en los años setenta. Recorrí los mismos lugares, porque Ciudad Universitaria, gracias a Dios, sigue ahí, pero, por ejemplo, no hallé la estación de camiones urbanos donde viajé tantas veces. Mi pensamiento fue: acá había tal cosa. No hallé, debo decirlo, la UNAM que yo viví. Ese espacio era de los estudiantes de ese tiempo, las decenas de muchachos que pasaban por ahí y platicaban y chanceaban entre ellos. En mis tiempos, los estudiantes llevábamos el cabello largo y los pantalones acampanados. En los años noventa, la mayoría de estudiantes parecía estar uniformada con pantalones de mezclilla, tanto ellos como ellas y sólo algunas chicas llevaban el cabello largo; muchas de ellas tenían el mismo largo que el de los chicos. Simpático. En los años setenta nosotros llevábamos el cabello del largo de las chicas; y en los noventa, ellas llevaban el cabello del largo de los chicos. Posdata: Cuando, ahora, algún comiteco regresa a su pueblo, después de no hacerlo durante muchos años, encuentra un Comitán transformado. Benditos aquellos comitecos que hallan sus casas originales. Los urbanistas contemporáneos nos dicen que la tendencia mundial serán las construcciones verticales. No es posible continuar con construcciones horizontales. Dotar de servicios a comunidades que se extienden a lo ancho resulta cada vez más difícil. En Comitán, desde siempre, tenemos un problema de distribución de agua. No es lo mismo tender una red de dos kilómetros de tubería que una red de seis kilómetros. Las ciudades no volverán a ser lo que fueron. Las grandes casonas con su patio central, corredores y un sitio generoso en la parte trasera han ido desapareciendo paulatinamente. Quienes todavía tienen ese placer son afortunados, pero, que quede claro, nunca volverán a tener la misma sensación en esos sitios que tuvieron cuando fueron niños. Extrañamos la época que nos remite a esos sitios.