jueves, 16 de septiembre de 2021

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XXXVII)

Julio Cortázar es uno de mis escritores favoritos. Los críticos literarios sostienen que él fue uno de los mejores escritores de cuento del siglo XX. A mí me encanta su novela “Rayuela”. Él, además, fue un prolífico escritor de cartas. No sólo mandaba cartas a su mamá, a su hermana, a sus amigas íntimas, a todos los amigos, sino, también, a sus lectores. Sus lectores podemos deducir que su convicción era: carta recibida, carta contestada. Era un intelectual decente. En una de las cartas que en 1974 le envió a Aurora Bernárdez, su primera compañera de vida, le cuenta: “…despacho entre quince y cuarenta cartas por día…” Ahora hay publicados, cuando menos, nueve libros con parte de su correspondencia. Estos libros contienen las cartas enviadas a los amigos, conocidos y famosos. En el mundo hay más cartas que están desperdigadas en casas de lectores que se sintieron honrados al escuchar el silbato del cartero, abrir la puerta, y ver el nombre del remitente: Julio Cortázar. Yo me siento privilegiado. Nunca le envié una carta a Julio, ni recibí una firmada por él, pero tengo varias cartas firmadas por mi papá. Varias que, religiosamente, conservó mi mamá cuando eran novios (años cincuenta) y dos que están escritas por el niño Augusto, dirigidas a su mamá. Pienso que, en estos tiempos, cuando las cartas ya son una costumbre a punto de extinción, debería haber intentos en las escuelas para que los estudiantes escriban cartas a sus padres y éstos respondan, aunque vivan en la misma casa. Sería maravilloso recuperar esa práctica a fin de conservar rasgos de identidad. En las cartas que conservo de mi papá tengo, frente a mi vista y frente a mi corazón, los rasgos de sus letras y testimonios de sus sentimientos, en tiempos que él no era mi papá, porque yo aún no nacía. Una carta está fechada el 23 de julio de 1923, en 2023 se cumplirá un centenario de ese instante, donde mi tía Lucía Bermúdez Ortiz se sentó ante su escritorio y le escribió a su hermana María Bermúdez Ortiz, quien trabajaba en Tuxtla Gutiérrez, y era la mamá de mi papá: mi abuela María. Al término del mensaje de mi tía Lucía aparece un recadito que mi papá envió a su mamá. Tanto mi tía, como mi papá, inician su escrito con la palabra Querida. Mi mamá Hilda, ahora, me cuenta que su suegra era una mujer muy buena, una mujer querida. Gracias a que los mayores tenían la sana costumbre de sentarse ante una mesa y tomar papel y pluma, puedo tener este registro que ayuda a conocer, en forma íntima, la savia de mi árbol genealógico. La carta dice: “San Cristóbal L. C. Julio 23 de 1923. Señora María Bermúdez Ortiz. Tuxtla Gtz. Querida hermana: Te pongo la presente para saludarte cariñosamente, deseándote completa salud; nosotros aquí todos bien, con el favor de Dios N. S. Te mando el informe de su maestro de Augusto para que veas que no está tan atrasado. Todos te saludamos cariñosamente. No te escribo más, porque estoy muy mal del cerebro. Tu hermana. Lucía”. A casi cien años me entero que mi tía Lucía, quien era esposa de tío Víctor Domínguez, y tenía a su cargo a su sobrino Augusto, estaba delicada del cerebro, no obstante, le envió un mensaje a la hermana para notificarle que mi papá no estaba “tan atrasado” en el colegio. Los tíos Víctor y Lucía inscribieron a mi papá en un colegio de paga. No, no estaba tan atrasado, las calificaciones que conservo de él demuestran que era un niño aplicado, inteligente. Mi papá me contó que en dicho colegio él era elegido para dar asesorías de matemáticas a compañeros atrasados. Y la carta del 23 de julio de 1923 cierra con un breve recado que el pequeño Augusto envió a su querida mamacita. “Querida mamacita, dime qué tal están por allá. Nosotros estamos bien, con el favor de Dios. Saluda a mi hermanita (mi tía Carmela); y así que estén maduros los duraznos del patio, te mando unos para que coman Usted y mi hermanita. Se despide de ti tu hijo que te quiere. Augusto Molinari”. Me conmueve. El hijo esperará que estén maduros los duraznos del patio para enviar a su mamá y a su hermanita. Ah, los duraznos de San Cristóbal de Las Casas. Riquísimos, exquisitos. Cortázar, en una carta dirigida a Luis Gagliardi, el 2 de junio de 1942, le dice: “…he escrito muchas cartas y, fuera de las estrictamente circunstanciales (que no se pueden evitar muchas veces), he dejado en cada una de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor o lo peor que hay en mi mente y en mi sensibilidad…” Cada carta manuscrita es una cinta de luz. Esther, mi hermana y media, escribe unas cartas breves para mí, las escribe en una libreta pequeña, le toma una fotografía con su celular y así me las hace llegar. Yo hago lo mismo. Usamos el método tradicional y aprovechamos los recursos tecnológicos de este tiempo. Las cartas llevan lo que Julito Cortázar dice: lo mejor de cada uno (también lo peor). La esencia de la vida está concentrada en esos mínimos cachos de papel.