lunes, 20 de septiembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN PRODIGIO DE LA NATURALEZA

Querida Mariana: ¿qué hacen estos animalitos? ¿Echan cotz? No lo sé. ¡Yo qué voy a saber! La foto la tomó mi Paty. Halló a estos dos animalitos en una hojita. ¿Qué clase de bichitos son? Tampoco sé, lo único que puedo decir es que son dos seres sensacionales, dos animalitos tanque. La fotografía es sencilla, sin embargo ¡es soberbia! Los animalitos no miden más allá de uno o dos centímetros. ¿Son catarinitas? ¿Son lo que llaman escarabajos? Cuando Pau vio la foto dijo que el primer tanque se había descompuesto y el segundo, poco hábil en el desplazamiento, chocó. Gracias a Dios nada grave sucedió, porque la coraza mantiene resguardados a estos bichitos. Pensé entonces que nunca había visto catarinitas (en caso de que lo sean) con estos colores. En mi casa de infancia hallaba catarinitas de color rojo y puntos negros. En ese tiempo me encantaba sentarme en el piso enladrillado del corredor y ver la vida que había en las macetas. Ahora, cuando mi Paty me enseñó esta fotografía recuperé ese asombro. Volví a sentirme niño. Y me extasié con las nervaduras de la hoja, qué perfección en algo tan sencillo. Recuerdo que una vez, en la doctrina que nos daban en la capilla anexa del templo de Santo Domingo, la señora, que siempre vestía la blusa con el botón cerrado en el cuello, preguntó en dónde estaba Dios y todos respondimos: ¡en todas partes! Juan, que se sentaba a mi lado, me dijo al oído: en mi casa no está. La señora volvió a preguntar ¿en dónde está Dios?, y Pablo (oído de tísico) que había escuchado lo que Juan me había susurrado, respondió: en todas partes, menos en la casa de Juan. A través de mi vida he constatado que la presencia divina se manifiesta, como dice el texto bíblico, en todas partes, a todas horas. Sí, la manifestación divina es el universo y, por supuesto, está en lo macro y en lo micro. Conforme he ido envejeciendo constato ese hálito divino. Ahora veo el mismo cielo que miré de niño y pienso lo que entonces no pensaba. En mi niñez, alguien (no recuerdo quién) me dijo que en una estrella estaba la tía Herlinda que había muerto. Esa noche el cielo se volvió como un enormísimo panteón. Cuando fuimos al panteón a dejar flores en la tumba de la tía pregunté en qué lugar estaba la tía, que se decidieran, ¿estaba en el cielo o en el panteón? Alguien (tampoco recuerdo la cara) dijo que el cuerpo estaba en el panteón y que el alma estaba en el cielo. Entonces el cielo se convirtió en un enormísimo almacén de almas y el panteón en algo como un congelador para conservar cuerpos, porque nadie me explicó que los cuerpos se degradaban y cumplían (¡otra vez!) la sentencia bíblica de que polvo somos y al polvo volvemos. Hoy, gracias a Dios, sé que el cielo es infinito y que la tía Herlinda ya se hizo polvo en la tumba y su alma no está en estrella alguna. Sigo sin saber, y así será por siempre, en dónde está su alma, si es que está en algún lugar, porque el universo tiene lugares que no son, esencias que están más allá de nuestra modesta comprensión humana. Ahora, cuando veo el cielo, las imágenes que he visto en libros y en el Internet, me apabullan. El universo es millones de veces, billones, trillones, más grande que el mar. Y digo el mar, porque mi mamá recuerda que la primera vez que estuve frente al mar quedé turulato ante tal portento. Ahora podés imaginar si conocer el mar me apabulló, cada vez que subo la cabeza y veo el cielo y vislumbro el universo, reconozco que ahí hay algo superior a la creencia y a la comprensión humana. Pero lo mismo sucede con lo cercano, lo que está al alcance de mi mano, y que a veces es tu mano. ¡Todo es perfecto! Cada detalle de esta hoja es una maravilla. Las nervaduras son como pequeños caminos. De niño jugaba a que mi dedo índice era un auto y viajaba por encima de esas carreteras. El reto era llegar al centro de la planta sin desviarse, sin caer a los espacios que eran como infiernos donde vivían los monstruos. Por esto, no me sorprendí cuando Pau me dijo que el animalito delantero se descompuso y el trasero chocó porque no le funcionaron los frenos; pero todo aterrizó cuando Paty me dijo que estaban echando cotz, que habían tardado bastante en el acto. Posdata: cuando era niño me bastaba sentarme en el piso húmedo del corredor de la casa. Ahí me pasaba mucho tiempo viendo la vida que se desarrollaba en una maceta. Todo era manifestación de vida, manifestación divina. Ahora pienso que en casa de Juan había tragedias que lo afectaban mental y espiritualmente. Pero sé que ahí estaba Dios, sólo que la violencia cegaba los ojos de sus papás y ponía una venda en el corazón de aquel niño. Yo, a mis sesenta y cuatro años, a la pregunta de en dónde está Dios, digo que está en todas partes y a todas horas. Estaba acá a la hora que mi Paty tomó esta fotografía de los maravillosos bichos tanque.