martes, 14 de septiembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN BAR AL LADO DE UN TALLER

Querida Mariana: la fotografía rescata el Comitán de los años setenta. Esta manzana ya no existe, la derruyeron. En este espacio ahora está la ampliación del parque central. En primer plano está el edificio que fue propiedad de mis papás. Muchos muchachos setenteros lo recuerdan con afecto, porque ahí en la parte superior estaba el Café Intermezzo, donde los chavos hacían toquines con música moderna. En la planta baja estaba la tienda de estambres que atendía mi mamá. En muchas tardes me tocó colocar la manivela metálica de unos dos metros de largo para bajar la cortina de tela y evitar que el sol llegara a los mostradores. El sol podía decolorar las bolas de estambre. Ya te conté que don Rafa Morales era simpático. Siempre que me encontraba me decía: osito de peluche. Decía que le preguntaba a mi papá: “Don Augusto, ¿tiene usted bolas de estambre?”, y que mi papá le respondía: “No, don Rafa, si tuviera yo bolas de estambre, mi hijo sería de peluche”, y lo disfrutaba. Don Rafa era un humorista. Cuando le amputaron una pierna decía que él no podía ser presidente del pueblo, porque “ya no podía meter la pata”. Después del edificio de mis papás si subías dos escalones llegabas a un pequeño taller de reparación de aparatos eléctricos y electrónicos. Don César Domínguez atendía ese taller. El anuncio de bandera que dice Philco anuncia su negocio. De igual manera, el ingenio comiteco dice que una vez una persona de comunidad rural llegó a comprar un radio, pero que lo quería de marca Philco (así lo pronunció), el dependiente le corrigió: “No se dice philco, se dice filco”, y él respondió: “A la futa”. El carrito rojo que está estacionado frente al portal era propiedad de don César. Al lado del taller estaba el mítico bar de tío Tavo, el creador de las famosas macharnudas. En la foto se aprecia dos mesas y sillas de madera, pintadas en rojo. Se advierte el otro anuncio de bandera: Bar Bohemio. Tal vez te llama la atención que no hay ni una sola persona, todo está desierto. Es por la hora que fue tomada la fotografía, mirá cómo se desparrama la sombra de las tres de la tarde. Todo mundo, en ese instante estaba en su casa, comiendo, preparándose para regresar al trabajo. Quienes sí están trabajando son los amigos del Café Intermezzo. La puerta de acceso a la segunda planta está abierta. Tal vez alguien estaba sentado en una mesa tomando un refresco o un café. Quien también está trabajando es don César. Ahora casi puedo verlo detrás del mostrador de madera con un cautín en la mano conectando alambritos de algún radio descompuesto. Quien también está trabajando es tío Tavo. Sin duda que algunos amigos están adentro de su bar tomando una cervecita y disfrutando la botana, mínima, pero riquísima. Te he contado que cuando alguien, al ver la botana tan pishcul pedía más, tío Tavo, hombre simpático, decía: “Es botana, no es comida”. Yo le pedía dinero a mi mamá para ir a comprar un pan compuesto con tío Tavo. Hacía unos panes compuestos exquisitos. Siempre digo que alguien debería retomar esa receta, porque al tradicional pan francés le ponía una delgadísima lonja de chicharrón, crema y salsa verde. Ah, era algo delicioso. El siguiente edificio, el de dos plantas, corresponde al Restaurante Nevelandia. En la parte baja había un amplio espacio donde las personas tomaban café, refrescos, helados; los adultos jugaban dominó o ajedrez. En ese tiempo no existían espacios libres de humo y quien fumaba lo hacía sin restricciones. Al fondo del Nevelandia había un espacio separado de la cafetería, con mesas de billar. A mí me encantaba entrar ahí. A veces, mi mamá llegaba a sacarme de las orejas. Ella caminaba el pedacito desde su tienda, y casi estaba segura que yo andaba ahí, en medio de una nube permanente de humo. Me encantaba ver a los jugadores de billar, los pochorocos del pool y los exquisitos jugadores de carambola de palito. Me encantaba escuchar lo que platicaban, afloraba la picardía meramente comiteca. Era una excelsa escuela de la cultura popular comiteca. Posdata: quienes vivimos en los años setenta gozamos estos espacios. Todo mundo habla con nostalgia del Intermezzo, del Nevelandia, del billar, de la Proveedora Cultural y de los demás locales que marcaron las vidas. Cientos de testimonios están aún por consignarse. Los sobrevivientes gozamos ahora la ampliación del parque central, disfrutamos la vista escénica del templo de nuestro santo patrono y del Centro Cultural Rosario Castellanos, pero añoramos esta manzana. Algo similar ocurrió en la Ciudad de México cuando demolieron la manzana que estaba encima del Templo Mayor. Se recuperó el templo, pero muchos citadinos perdieron un elemento de identidad. Ahora, los habitantes de la Ciudad de México disfrutan el rescate del sitio arqueológico, pero algunos, los que tuvieron historias en la manzana derruida, extrañan ese espacio entrañable. Muchas personas de mi generación hablan con nostalgia de lo que fue y ya no es. Es la continuidad de la vida. No hay más.