jueves, 9 de septiembre de 2021

CARTA A MARIANA, EN EL CAMPO DONDE CRECE EL ETECÉ

Querida Mariana: ¿te gusta la palabra etcétera? Hay amigos que la usan con profusión. Hay personas que, incluso, la incluyen dos o tres veces, ¡o más! Pucha. Comienzan a hacer una relación y concluyen diciendo: “etcétera, etcétera, etcétera…” ¡Padre mío! No les basta un etcétera, ¡no! Este uso desmedido debería tener un nombre que señalara la posibilidad de una enfermedad lingüística. Si a mí me preguntaras diría que esas personas padecen “Etcéteratitis”. A mí no me gusta la palabra, no la empleo, salvo cuando, como en este caso, debo referirme a ella. Tampoco me place la abreviatura que emplean algunas personas. Esas personas pronuncian la abreviatura con gran entusiasmo: “etecé, etecé, etecé”. ¿Qué enfermedad lingüística padecen los que pronuncian etecé? ¿Etecétitis? A ver, si busco en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encuentro que etcétera se usa “para sustituir el resto de una exposición o enumeración que se sobrentiende o que no interesa expresar”. Parece que por ahí está la explicación de mi reticencia a usarla. En primer término dice que ya no se menciona porque se sobrentiende, pero en seguida dice que puede ser porque es algo que no interesa expresar; es decir, el etcétera entra en el terreno de aquello que es irrelevante. Mi amiga Lourdes decía de un antiguo novio: “es un etcétera”. En el grupo de amigos llegamos a identificar al tipo con ese sobrenombre. “Ayer vi al etcétera”, decía Pedro, y Lourdes levantaba el dedo índice y todos reíamos. No me gusta el uso del etcétera. Cuando debo hacer una relación que es inmensa, existe la necesidad de cortar en algún instante y es cuando los demás usan el etcétera y yo uso: y muchos más. Es lo mismo, incluso, si existe el término para expresar en una palabra lo que yo digo en tres, podría pensar que no estoy haciendo uso de la llamada economía del lenguaje, que es una condición necesaria en el proceso de la comunicación. Pero cuando digo: y muchos más, pienso (al menos así lo creo) no está presente esa segregación que sí puede aparecer cuando se emplea el término etcétera. Los incluidos en el etcétera pueden ser integrados a ese cajón donde aparece lo que “no interesa expresar”. En ocasiones, en relación de escritores chiapanecos he aparecido en el cajón del etcétera, porque dicha relación siempre aparece encabezada por los pesos pesados: los Zepeda, los Morales, las Castellanos… y acá, mirá, debí poner tres puntos suspensivos que son como un etcétera, como un “y muchos más”. No es agradable ser parte del etcétera. El ex novio de Lourdes no sé qué hubiera hecho en caso de enterarse que entre el grupo de amigos era conocido como “El etcétera”. Pero, si lo pensamos bien, la mayoría de chicas bonitas coloca en el canasto de “muchos más” a los ex novios y colocan en un nicho a su pareja actual, quien, a veces, también entra a formar parte del canasto de los etcéteras. La palabra es roñosa. El lenguaje es maravilloso, pero hay palabras sublimes y palabras que son como cardo, porque la lengua, al ser descubrimiento genial de los seres humanos, refleja todos los matices de la personalidad de las personas. Hay personas sublimes (por ejemplo, vos, querida mía) y personas cardo. ¿Qué hacer cuando debés hacer una relación de objetos, de personas o de acciones y no alcanza el papel? ¿Usar el término que sirve para eso? ¿Escribir tres puntos suspensivos? Yo decidí emplear el “y muchos más”. ¿Imaginás que a alguien le pusieran como apodo: “El puntos suspensivos”? ¡Pucha! Posdata: a veces, no hay de otra, los seres de a pie entramos al costal de los nombres ignorados. ¡Todos! Ahora pensé en la relación de presidentes de la república. Sólo las páginas estadísticas contienen todos los nombres, pero si alguien quiere pronunciar en algún discurso oficial la relación, mencionará a dos o tres y los demás entrarán en el terreno del etecé, etecé, etecé. Los problemas actuales del mundo también se mencionan en forma fragmentada. Son tantos que es imposible nombrarlos a todos. Hay algunos que entran al océano de los etecé. Lo bonito, digo yo, es que estas cartas sólo tienen una destinataria: vos, bonita. Acá no caben las etcétera ni los puntos suspensivos.