martes, 4 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON AGREGADO

Querida Mariana: ayer platiqué con vos lo del anuncio de Daladier. Una genialidad: el signo de pesos y la palabra conejos. Todo mundo entiende que él vende animalitos orejones, para un buen estofado. En cuanto terminé de escribir la carta pensé en que si el mundo cambiara la palabra conejos podría usarse este anuncio para vender casi casi cualquier cosa. La venta de objetos iría desde un sencillo refresco hasta terrenos y más, mucho más. Los anuncios clásicos que todo el mundo entiende son sencillos. El propietario de una casa le pone un letrero de Se vende y ¡listo! Incluso, cuando este propietario hace uso de una inmobiliaria, la empresa pone el mismo letrero de Se vende, con números telefónicos y logotipos. Tengo un amigo que es comerciante y ranchero, cuando hay abundancia de naranjas o aguacates coloca canastos en la entrada del comercio con un signo de pesos escrito sobre un cartón y la gente que por ahí camina se detiene y compra. Todos nos vendemos o alquilamos. El éxito también tiene relación con el cartel que presentamos. A mí me ha encantado desde siempre cómo se anuncia una prostituta clásica. Es genial, no necesita más que pararse en una esquina, con una falda muy por arriba de la rodilla y labios pintados con un rojísimo de cabaret. Una señora “decente” jala a su hijo y le dice que se apure, que no mire a la “mujer mala”. Las prostitutas tienen su modo de anunciarse; en cambio, las señoras “decentes” no tienen formas tan puras para anunciarse. Y es que una de las “gracias” de la publicidad es presentar el lado bueno de los objetos y de las personas, ocultando las oscuridades, es la llamada publicidad engañosa. Teo González, comediante genial, cuenta un chiste de un tipo inocente que se acerca a una prostituta y le pregunta: ¿usted se dedica a eso, se alquila?, pues sí, le dice la otra, a eso me dedico. ¿Y cuánto cobra?, pregunta el tipo y ella responde: Pues depende del tiempo, entonces el inocente dice: “Digamos que está lloviendo”. Sí, sé que no te causó gracia, es que falta el ingrediente que le pone el comediante, porque él sí se vende muy bien, es un artista en eso de contar cuentos. Ya te platiqué que doña Lolita Albores publicó dos libros con chistes que ella contaba. En el papel esos chistes perdieron mucha gracia, “la gracia” estaba en oírselos decir a doña Lolita, su forma de contarlos era de una genialidad maravillosa. El éxito, en muchas ocasiones, se sustenta en la forma de presentar un producto. Mirá lo que sucede con la Coca Cola. Son tan emotivas las imágenes familiares que nos presentan que medio mundo cree, en efecto, que es un elemento integrador, que fomenta la convivencia, que es “la chispa de la vida”, cuando es todo lo contrario. Pero, ya hemos platicado en muchas ocasiones, querida mía, ¿quién compra una buena limonada sin azúcar? Vos y yo, gracias a Dios, en este sentido sí andamos en un nivel superior, porque, andá a saber, en qué momento nos dimos cuenta que beber refrescos embotellados no era conveniente y alguien nos recomendó beber una buena limonada sin azúcar, lo que don Jorge llamaba limonada bronca. Al principio el gusto hizo una cara de ¡qué es esto!, pero ahora disfrutamos esta bebida saludable. A veces me pregunto si algún publicista honesto podría hacer mensajes con tal calidad que lograra convencer a millones para que dejaran las bebidas gaseosas y consumieran aguas con frutas naturales. Todos nos vendemos, nos alquilamos. Hay profesiones y oficios que tienen el camino llano. Todos los días paso por una carpintería, el carpintero pone en la entrada de su taller algunos objetos que talló, como si estuvieran en una sala de exposición. Quienes pasamos por ahí lo vemos y el día menos pensado veo que el aparador ya no está, sin duda que lo vendió. Posdata: hay que mostrar para vender. El éxito radica en mostrar un anuncio claro, sin rebuscamientos, sencillo y atractivo. ¡Ah, qué difícil! Es labor de expertos en publicidad o adoptar los modos clásicos. Cuando alguien pretende vender un auto le basta poner un signo de pesos en el cristal trasero. He sido testigo del momento en que otro conductor se empareja con el del auto que se vende y pregunta ¡cuánto!, y se apoya con un movimiento de la mano con el clásico círculo abierto que forma el dedo pulgar y el dedo índice. ¡Tzatz Comitán!