lunes, 3 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON CLÁSICOS

Querida Mariana: la mercadotecnia es toda una ciencia. Tengo una sobrina que estudia la licenciatura en una prestigiosa universidad de la Ciudad de México. Como ella de por sí es brillante, seguro que cuando egrese de la universidad será una brillante profesionista. Muchos parientes esperan que concluya su estudio para llegar a hacerle una preguntita sencilla: Oí, ¿cómo le puedo hacer para que mi negocio sea exitoso? Ya lo sabemos, harán la consulta sin pagar honorarios. Como dicen los chavos: así no se pinches puede. En publicidad se invierte, no se gasta. ¿Querés tener un negocio exitoso? ¡Invertí en publicidad, con los expertos! Claro, si sos muy trucha en clásicos, entonces no tenés necesidad de más estrategias de mercadotecnia actual. Mi querido Daladier tiene su casa al lado de un bulevar bonito, por ahí pasan cientos y cientos de autos cada día, la mitad de los pasajeros ve su casa (la otra mitad mira hacia el otro lado). Por eso, medio mundo mira el letrero que acaba de colgar en el portón: ¡un clásico de todos los tiempos! Un mensaje que, sin duda, sería motivo de análisis semiótico por parte de Umberto Eco, por decir lo menos, porque es un maravilloso ejemplo de síntesis y de impacto seguro. Vos sabés que una de las características de un impactante anuncio es la brevedad. A nadie se le ocurre anunciar la venta de un producto aventándose un choro mareador. Mi amigo Daladier analizó lo que ya enuncié líneas arriba, querida niña: frente a su casa transitan cientos de vehículos cada día; es decir, medio mundo (ya lo dije) mirará el letrero; pero, esto lo intuyó Daladier, el mensaje debe ser de primer impacto, porque nadie se detiene a leer mensajes largos y mal redactados. Por eso, Daladier recurrió a un modelo clásico. Es una genialidad. Perdón, querida mía, no he dicho que Daladier, en esta ocasión, puso conejos a la venta. ¡Así, sin más misterio! Por lo tanto, tomó una tabla de regular tamaño, para que fuera visto por esa mitad del mundo que ya comenté (ah, qué repetitivo me estoy volviendo. ¿Será la edad o defecto de nacencia?). ¿Qué escribió? Pintó un soberano signo de pesos y luego, juntito, la palabra conejos. Decime si no es una genialidad. Imaginá que vas con tu auto por ese bulevar y pasás enfrente de la casa de Daladier y mirás este letrero sencillo. Al instante comentás con los que te acompañan: ¡miren, ahí venden conejos! Y la tía fulana dice: ah, te pararas, mi gordo tiene antojo de conejo, desde hace varios días, entonces te hacés a la derecha, detenés el auto y bajás a tocar la campana a preguntar a cómo están los conejos. ¿Mirás la estrategia comercial de Daladier? Sólo puso el signo de pesos y la palabra conejos, quien se interese deberá detenerse, bajar, mirar la belleza del jardín que tiene y los demás animalitos que cría. Qué flor tan bonita, ah, se llama tal, si quiere usted, tengo hijuelitos a tanto. Y también tiene usted carneritos, ¿los vende? Claro, a tanto. Y los conejos a cuánto. Por ser usted se los daré a tal precio y la tía abre el monedero y pide dos. Todo esto que es hipotético, sucede con frecuencia. Daladier no tiene necesidad de contratar empresas especializadas en publicidad para enviar su mensaje de venta de conejos. Le bastó usar un clásico de la publicidad de todos los tiempos. Claro, no faltará el vivito que se atreva a sugerir que, en lugar de escribir la palabra conejo, hubiera dibujado un conejo al lado del símbolo de pesos, porque, aseguraría, no todo mundo sabe leer (uf, qué país tan lastimado), pero que si alfabetos o analfabetos miran un signo de pesos al lado del dibujo de un conejo recibirán el mensaje en forma total. Sí, querida mía, la mercadotecnia hace uso de estos análisis, para enviar el mensaje a los potenciales compradores. Posdata: no todo mundo tiene un punto de venta generoso como el que sí tiene Daladier, pero la publicidad adecuada hace que los compradores lleguen hasta el lugar más recóndito en busca del producto que deseás vender. Los empresarios exitosos saben que no gastan en publicidad, ¡invierten! La publicidad no espera que alguien llegue a la montaña, le lleva la montaña para que goce de la cima. ¡Tzatz Comitán!