jueves, 20 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON LLUVIAS

Querida Mariana: no me gusta mojarme, pero reconozco la bendición de la lluvia. Admiro a quienes disfrutan la lluvia, caminan, bailan y chapotean en el agua. ¿Todas las bendiciones llegan desde las alturas? ¡No! La lluvia sí, el sol ¡sí!, pero los frutos provienen de bendiciones terrenas. Las plantas y los árboles salen de la tierra, buscan el aire, el cielo, pero se nutren del suelo. Todo el mundo está lleno de bendiciones, gracias a éstas se da la vida. Una vida que, por obra y gracia de muchos malos seres humanos, se ha vuelto incierta. A veces hago el recuento de bendiciones y la relación se hace infinita. Los comitecos reconocemos que la máxima bendición es haber nacido en esta tierra; quienes acá se quedan a vivir (comitecos por adopción se nombran), eligen este pueblo porque saben de esa bendición y eligen ser bautizados ya grandes en este aire. ¿De dónde el aire? Mi cabeza no alcanza a distinguir este milagro. Mi cerebro elemental, de primer grado de preescolar, no dimensiona el origen del aire, savia que otorga la vida. Por ahí, más o menos, entiendo el ciclo del agua, pero no alcanzo a distinguir el origen del aire. Sé que hay los llamados “ojos de agua”, los nacederos, he sido testigo de un espacio de éstos. Una vez, alelado, escuché lo que un amigo me dijo: “acá nace el agua”. Dios mío, ¡qué prodigio! Fui testigo de un nacimiento generosísimo, fluido divino, el agua no se cansaba de manar. Pero nunca, ¿por qué?, un amigo me ha detenido y ha dicho: “acá nace el aire”. Mi cerebro elemental advierte la lluvia de bendiciones, incluida el agua, la lluvia, pero como fui un niño cuidadito no me acostumbré a gozar de la lluvia y siempre que el cielo se nubla y en mi cabeza aparece la letra, también elemental, de la canción: “parece que va a llover, el cielo se está nublando…”, corro a resguardarme y, como en esta fotografía, tomo ese chunche maravilloso que se llama paraguas y que, genial objeto, también puede servir como parasol. En el pueblo veo en las plazas a mujeres que cuando llueve usan el paraguas y cuando caminan a medio día bajo un sol inclemente usan el parasol. Este chunche protege de estas dos bendiciones que también provocan afectaciones. Tengo un amigo de mi edad que, por una gripe mal cuidada, ahora tiene un padecimiento, me contó que un día la lluvia lo pescó afuera de su casa y se agravó. ¿Viste que escribí que el paraguas sirve para proteger al ser humano de estas dos bendiciones? ¡Qué incongruencia! Soy un caso especial, porque cualquiera pensaría que de las bendiciones nadie debería protegerse, pero, insisto, estas bendiciones causan conflictos en ocasiones. En la película colombiana “El olvido que seremos”, basada en una novela maravillosa de Héctor Abad, aparece que una chica muere de cáncer de piel, por haber estado expuesta en demasía a los rayos del sol. ¿Mirás? Mis fobias se alimentan de esos testimonios. El sol y la lluvia son bendiciones, pero hay personas que se protegen de ellas, para no sufrir daños físicos irreversibles. Los frutos son bendiciones que brotan de la tierra, en el suelo, también, existen nacederos de agua, por una maravillosa trasmutación, luego el agua nos llega del cielo, se desgaja con armonía estruendosa y provoca el milagro de la cosecha de maíz, de flores, de vida. ¿Vos podés explicarme en dónde están los nacederos del aire? ¿Dónde ese globo infinito y maravilloso que provoca ese fluido invisible que nos permite vivir? Posdata: a veces veo en Youtube la escena donde el genial Gene Kelly baila bajo la lluvia. Siempre he pensado que esa lluvia fue provocada en forma artificial, que Gene pidió que no estuviera fría y en cuanto concluyó le pusieron una chamarra y fue al vestidor para bañarse con agua calientita y lo cubrieron con una bata blanca, pachoncita, hermosa y le sirvieron un té bien caliente con un chorrito de güisqui. Cuando veo esa escena genial me preguntó si, en esas condiciones, me atrevería a bailar y cantar bajo la lluvia. Dudo un rato y luego me digo: no me gusta mojarme. Ah, pero qué bobo. ¿No entendés, Alejandro, que la lluvia es una bendición? ¡Tzatz Comitán!