martes, 11 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON CAMINOS CORRECTOS

Querida Mariana: alguien escribió en redes sociales: un escritor ignorante de la ortografía es como un músico desafinado. El ejemplo es muy ilustrativo. No hay peor cosa que escuchar a un músico desafinado. Los oídos exquisitos detectan de inmediato cuando el pianista se equivocó en una nota o cuando el instrumento está desafinado. La música es uno de los grandes placeres, pero el buen gusto se va al pozo cuando la interpretación es fallida. ¿A quién le gusta escuchar a un músico cholenco? ¡A nadie! Entonces, ¿por qué existen tantos lectores que aceptan textos sucios? ¿Por qué el oído rechaza una mala ejecución musical y anda tan campante escuchando palabras escasas de contenido y de belleza? En el arte es muy difícil llegar a lo sublime, por eso, los genios son escasos, pero se dan. En vainas literarias es difícil escribir el texto perfecto. Las palabras son más traviesas, brincan más que las notas musicales. Es una bobera lo que diré: el Premio Nobel se entrega a escritores, no a músicos. Los músicos tienen otros premios. Esto que dije es algo que a mí me encanta, porque coloca en un lugar de privilegio a la palabra. Cuando, en el tiempo A. P., acudía a presentaciones de libros, me caía mal que el acto se mezclara con interpretaciones musicales; es decir, siempre es muy agradable escuchar una buena ejecución musical, pero, en el fondo, tal mescolanza me decía que los organizadores minimizaban el encanto de la palabra, como si nos dijeran que no bastaba la palabra para seducir a la audiencia. Te daré poesía, pero como es medio aburrida, te compensaré con música, ¿va? Todo mundo tiene derecho a chiflar, a cantar, a bailar, a reír, a callar, a hablar y ¡a escribir! Veamos qué sucede con el acto del habla. Todo mundo habla, salvo los mudos (la tía Elena habla hasta por los codos, pucha), pero no todo mundo se atreve a hablar en público desde una tribuna. Existe un natural temor a exponerse. Los oradores se han preparado para transmitir sus ideas en forma clara. ¿Qué sucede con la escritura? Con el surgimiento de las redes sociales ¡todo mundo escribe!, pero muchos, seamos honestos, no poseen el mínimo conocimiento ortográfico y ahí andan lanzando sus notas desafinadas por todos lados y asumiéndose como escritores. ¡No se vale! Fijate que no tengo el conocimiento mínimo, nunca aprendí las reglas de ortografía, pero (digo yo, o si no aviénteme piedras del campo) mi redacción es limpia. ¿Por qué? Ah, lo hemos platicado muchas veces, he sido un gran lector desde la edad de once años; es decir, llevo más de medio siglo pepenando frases precisas. Las revistas de monitos presentaban diálogos limpios. En mi infancia aprecié que los diálogos entre Memín y sus amigos casi no presentaban errores de ortografía. Ya no te digo cuando comencé a leer libros de cuentos y novelas, publicadas por las grandes editoriales de España, Argentina y México. Siempre hubo (lo hay) un cuidado selecto para evitar errores ortográficos. Dice el dicho que de la vista nace el amor, de la vista también nace una redacción limpia. Sé que, si analizás con lupa mis cartas hallarás problemas de sintaxis y alguna errata, pero, en términos generales, existe una redacción decente, que me permite, después de tantos años, decir que soy ¡escritor! Siempre escribo con profundo respecto al lector. Como soy escritor, siempre que me invitaron a comentar un libro escribí un texto que leí (porque, gracias a Dios, tampoco soy mal lector). Respeto ha sido la premisa de mi oficio. Cuando alguien me pide una recomendación para ser escritor, sólo una cosa digo: lea, lea, lea mucho. Aparte de divertirse y de incrementar su bagaje cultural, aprenderá ortografía. Cuando escribo brincan ciertas palabras, me avisan que ahí tengo dudas, acudo a un diccionario y corrijo. La lectura me ha servido para detectar cuándo una palabra puede estar mal escrita. Esa es la garantía de cierta limpieza en la redacción. Amigos lectores me avisan de vez en vez: Álex, escribiste mal tal palabra. Corrijo. Gracias por ser correctores de mis palabras. Posdata: antes aceptaba revisar textos, ya no lo hago. Tampoco acepto invitaciones para presentaciones de libros, porque, como dicen, la mayoría son aburridas y para compensar el aburrimiento agregan un número musical, rebajando la grandeza de la palabra. No reviso textos, porque la mayoría tiene múltiples errores ortográficos y este mal se pega. Cuando comienzo una lectura deseo escuchar una sinfonía, si hay una nota discordante boto las hojas hasta que topen con pared y queden como cucarachas muertas en el piso. La literatura, igual que la música, posee el don del ritmo. Veo que hay muchos poetas y narradores que comentan en las redes sociales y escriben con faltas ortográficas, en ese momento les quito el membrete de poetas y narradores. Amo a Julio Cortázar porque fue un escritor fino, con amplio conocimiento de las herramientas del escritor; el Gabriel García Márquez me cae menos bien, cometía errores ortográficos. Uf. Y le concedieron el Nobel de Literatura. Sólo su genio creativo superó sus deficiencias ortográficas, pero ya lo dije: los genios aparecen muy de vez en vez. ¡Tzatz Comitán!