lunes, 10 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, PARA SALVAR EL MUNDO

Querida Mariana: no sé en dónde leí: “Let’s save the world together”. Mi inglés de primer nivel me permitió saber que dice: “Salvemos juntos al mundo”. ¡Genial! Entiendo que se refiere al deterioro ambiental que existe. Sí, el mundo anda enfermito, por la acción depredadora del ser humano. Tala de bosques, desechos regados por todos lados y contaminación de ríos y del aire. ¿Has visto esas imágenes donde los glaciares se deshacen? En nuestro pueblo ya resentimos esa enfermedad ambiental, nuestros ríos están sucios. Los mayores cuentan que uno de los paseos favoritos era ir al Río Grande, porque bastaba tomar una canasta, llenarla de paquitos de frijol y chorizo, salsa verde molcajeteada, tostadas, butifarras y agua de chía para emprender una caminata divertida, pasar por el Cedro, por el Chumís y llegar a las pozas, donde la gente se bañaba, porque el agua era limpia. ¿Ahora? Ay, Dios mío, nadie se baña ahí, porque es un hilo de agua sucia, puerca. ¿Qué sucedió? Pues el lema de salvar juntos al mundo no tuvo repercusión. Los expertos dicen que ahora es la última llamada; debemos tomar conciencia y unir esfuerzos para salvar el mundo, que es nuestra casa común. ¿Hacemos caso? ¡No! Este grito de auxilio es, como dicen los clásicos, un clamor en el desierto. Y, lo sabemos, esto es porque mientras unos son ciudadanos conscientes, hay otros que son inconscientes, brutos. Los esfuerzos se hacen polvo, se reducen a casi nada. El llamado de salvar al mundo es para todos, ahora sí que ¡para todo el mundo!, pero el mundo está lleno de resentidos, de valemadristas, de ignorantes, de maleducados, de groseros, de hijos de su quinto patio. Como dicen los jóvenes: ¡así no se pinches puede! En mi infancia el pueblo era más o menos limpio, era, por supuesto, más afectuoso. Las personas salían temprano de sus casas y barrían la banqueta y parte de calle que les correspondía, esto, aparte de mantener limpias las calles y avenidas, permitía la socialización, porque era común ver a dos personas con las manos apoyadas en las escobas echando el güirigüiri a todo lo que daba. Recuerdo que en el camino de casa a la escuela a veces me topaba con envolturas de chicles Motita, sobre todo amarillas, de sabor plátano, que era el preferido de muchos. Conforme el pueblo se hizo más grande y el afán consumista nos ganó comenzamos a ver mucha basura desechable en las calles. Antes, los pañales eran de tela, se lavaban y se ponían a secar en los sitios, colgados en lazos, ah, era hermoso ver ondear esas telas que eran como velas de barcos; pero un día llegaron los pañales desechables y lo que antes volaba impoluto en el aire se volvió un tiradero en las calles, un tiradero sucio y pestilente. Las inocentes envolturas de chicles se vieron acompañadas por decenas de condones usados, sucios y asquerosos. Nunca he entendido por qué los compas que usan esos chunches no los guardan en una bolsita y los colocan en un basurero. No. Digo que hay gente que es ignorante, maleducada. Y nuestras calles se llenaron de bolsas de Sabritas, de botes de Tecate, de botellas de güisqui (porque ahora todo mundo bebe güisqui) y de botellas de Charrito. Y llegó la pandemia y el mundo se llenó de más desechos abominables. En muchos lugares uno encuentra cubrebocas tirados a mitad de la calle o de la banqueta. ¿En qué cabeza cabe tirar en un lugar a cielo abierto un chunche que puede estar contaminado con el bicho letal? Pues cabe en miles de cabezas de gente ignorante. ¿Salvar el mundo? Sí, es imperante, porque ya estamos en la última llamada, si no hacemos conciencia y ayudamos todos ¡el mundo se irá a la mierda! Posdata: es penoso decirlo, pero pocos hacen caso a ese llamado urgente, muy pocos. Mientras ellos avientan lazos salvadores, muchos más, muchísimos más, usan las cuerdas para ahorcar al mundo. Qué pena. ¡Tzatz Comitán!