jueves, 27 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA RUEDA

Querida Mariana: es una rueda de la fortuna. ¡Pucha, qué bonito nombre! Aunque, en los últimos tiempos, la gente insiste en restarle belleza. ¿Has oído que muchas personas usan la rueda de la fortuna como sinónimo de miseria? Con frecuencia escucho esto de: la vida es una rueda de la fortuna, a veces estás arriba y otras abajo; es decir, la rueda de la fortuna es como símbolo de los vaivenes de la vida. De niño nunca vi a la rueda de la fortuna con tan infortunado simbolismo. ¡No! Si rescatamos el concepto original podemos decir que es un chunche fantástico que permite ver los tejados de las casas, ver parte del entorno desde arriba, sentirse pájaro por un rato. Sí, es cierto, en un momento estás arriba y en otro estás abajo. ¡Ah, qué delicia!, te sentís flotando en la burbuja del aire, mirás a quienes siguen en el suelo y los saludás y conforme lo hacés advertís que bajás, sentado, sin machincuepas, y, cuando estás a punto de saludar el piso con el trasero, volvés a encumbrarte y ahí vas de nuevo, con esa sensación de levitar, de flotar, de poder ver todo desde arriba. Cuando las vueltas terminan y el empleado te quita la barra volvés a poner los pies en la tierra. ¿Mirás lo que digo? Volvés a poner los pies en la tierra, después de andarla haciendo de astronauta por un rato, de sentir la gloria del mínimo y modesto viaje interestelar. Nunca estuviste cerca de las estrellas, pero sí, bendito Dios, te despegaste del suelo de todos los días. Cuando trepás a tu auto también dejás de pisar el suelo, pero las llantas siguen firmes dando vueltas interminables en las calles; en cambio, esta rueda maravillosa está fija al piso, pero posee el don de elevar a quienes se sientan en esos asientos que desafían el vacío. Esta es la magia que provoca la rueda de la fortuna. ¿Quién piensa en ese ejemplo bobo de que es como la vida? Un día estás arriba y otro día estás abajo. ¡No! La vida no es una rueda de la fortuna, la vida es como una rueda de caballitos. Algunas personas no disfrutan la rueda de la fortuna, no les gusta este juego. A mí no me provoca deseo treparme a esas montañas rusas donde los carritos ascienden lentamente y luego se descuelgan desbocados hacia la parte baja y dan vueltas tan cerradas que dan la impresión que el carrito saldrá volando hacia el vacío. ¡No! En los parques de diversiones, de todo el mundo, hay mil juegos atrevidos, que están diseñados para espíritus implacables. No, vos sabés que soy de espíritu sosegado. De niño subí a la rueda de los caballitos, porque (ésta sí, sobre el piso) daba vueltas armoniosas, bastaba que uno se detuviera bien del poste para que el caballito subiera y bajara sin hacer desfiguros, todo era cadencioso; lo mismo sucede con la rueda de la fortuna. La vida no es como una rueda de la fortuna, ¡no!, la vida es tormentosa, en el momento menos pensado comienza a dar cabriolas como si fuera una palmera en pleno huracán y te somata contra el piso una y otra vez, la vida es inclemente, es cabrona; pero, dentro de todas sus vueltas impredecibles, también otorga momentos sublimes, playas tibias, aguas generosas, y dentro de estos rasgos nobles la rueda de la fortuna hace presencia infinita, porque, igual que la rueda de caballitos, su movimiento es como una caricia ponderada. Me gusta la rueda de la fortuna, me gusta alzar la vista y hallar al amigo que viaja en una de esas góndolas y me saluda desde la altura; me encanta seguirlo con los ojos y ver cómo desciende en su barco y vuelve a elevarse. Posdata: los ingleses son maravillosos. ¿Has visto la gran rueda de la fortuna que instalaron frente al maravilloso Támesis? Y los ingleses son geniales porque, al nombre maravilloso de rueda de la fortuna, le agregaron un chipote genial: the London eye. Pucha, maravilloso. Sí, ojo divino, sensacional. El día que andés en Londres trepá al Ojo de Londres y cuando estés arriba, sintiendo el aire friecito y neblinoso, recordá que en Comitán, en los años sesenta, en la feria de agosto, colocaban la rueda de la fortuna frente al palacio municipal y quienes subían miraban, en lugar del río Támesis, los ríos de orines que bajaban por la avenida central. ¡Tzatz Comitán!