domingo, 16 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON LETRAS

Querida Mariana: de un tiempo a la fecha hay letras en plazas de los pueblos de México. Alguien descubrió que los turistas se tomaban fotografías en las ciudades que visitaban y pensó que era buena idea hacer letras monumentales con el nombre de los lugares, para que hubiera certeza del nombre del lugar visitado. A mí me encanta que existan letras en las plazas, a Miriam le estruja el estómago, ella dice que eso simplemente es constancia de que el lugar no es simbólico. ¿A quién -pregunta- se le ocurriría colocar el nombre de París frente a la Torre Eiffel? Nadie pensaría que debe colocarse un nombre frente a las pirámides de Egipto o frente a la zona monumental de Teotihuacán. Miriam dice que nos falta hacer emblemáticos los espacios de nuestras ciudades. Ella dice que nadie lleva su nombre personal escrito en la frente. Los famosos son reconocidos de inmediato por sus fanáticos y los modestos, los de calle, son reconocidos por sus cercanos. Pero digo que a mí sí me gustan esas letras, porque (lo he visto) los niños usan la O para pasar por el hueco. Eso, aunque parecería intrascendente, sí es simbólico. Algo místico existe en ese paso por el óvalo de la O. Los niños lo cruzan muy quitados de la pena, sonrientes, como diciendo: mirá, cómo paso de un lado al otro; porque cuando alguien coloca una letra monumental en el piso de una plaza modifica el espacio. A mí me gustan esas modificaciones, porque son temporales. Si alguien piensa igual que Miriam y tiene el poder suficiente ordena que quiten esos adefesios y los empleados llegan y trepan las letras en la parte trasera de un camión y tan tan. Esto no es posible hacer con la Torre Eiffel, con las Pirámides de Egipto o con la Pirámide de La Luna, en Teotihuacán. Miriam dice que esas letras interrumpen el tránsito de los peatones, que altera el espacio, que es como poner barros en el rostro limpio de una chica. A mí me gustan esas letras, porque los niños las usan para esconderse, para jugar. Una mañana tomé la fotografía que ahora te comparto. ¿Mirás cómo hay una persona en la banqueta del Teatro de la Ciudad? El óvalo de la O lo enmarcó, le dio importancia visual, si hubiese estado fuera de esa ventana no habría tenido la relevancia que acá presenta. Mientras estuve en ese espacio del parque vi a una niña sentarse en la O, a otro niño pasar por debajo de la M y a otra niña esconderse detrás de la I y sacar su carita con el clásico: acá estoy. Al otro día me paré al lado de la palabra, al lado de la C inicial de Comitán y un afecto me tomó la fotografía del recuerdo. A mí me encanta ser turista en mi pueblo, nuestro pueblo. Esa foto la compartí en redes sociales con el siguiente mensaje: Siempre al lado de Comitán. No sé si vos, de niña, tuviste esos cubos maravillosos donde estaban pintadas las letras del abecedario. Era maravilloso jugar a armar palabras. El mundo ahora juega con eso en las plazas, con letras nombran a los pueblos. El otro día, mi querido amigo Raúl compartió una fotografía que le tomaron en una plaza de Jerusalén con letras de unos dos metros de altura: I love JLM, el love simbolizado con un corazón colorado. ¿Mirás? Basta cuatro palabras y un símbolo para tomarse la selfie de recuerdo. Pienso que en Nueva York debe existir un letrero semejante: I love NY. A mí no me desagradan esas letras en las plazas, sé que son movibles, se pueden quitar en cualquier momento, no modifican la traza original. Si mirás los balcones del Teatro de la Ciudad observarás círculos blancos a mitad de la herrería pintada en negro. ¿Qué existe en esos círculos? ¡Letras, letras! Ahí está registrado para siempre las iniciales de la propietaria original del edificio: N. R. (Natalia Rovelo). Posdata: ¿mirás que en la banqueta donde está el personaje está el letrero con letras realzadas que indica que ese edificio es el Teatro de la Ciudad? ¡Letras, más letras! Con las letras formamos palabras, jugamos el maravilloso juego del lenguaje. Ahora el mundo coloca letras en las plazas para especificar el nombre de los lugares, para que las personas se tomen la fotografía del recuerdo, los que ahí nacieron o los que llegan de visita. Miriam dice que Maluma no anda con su nombre en la frente, los millones de fanáticos lo reconocen de inmediato; lo mismo sucede con los millones de lectores que reconocen de inmediato a Mario Vargas Llosa. Pero ambos tienen conciencia de que el lenguaje es su aliado, uno coloca palabras en sus canciones y el otro las acomoda para contar historias en sus cuentos y novelas. De niños jugaban con cubos con letras. Hoy, el mundo juega con las letras para decir que los pueblos tienen nombres.