sábado, 1 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON NOMBRES

Querida Mariana: te menciono y otras tocayas tuyas aparecen, es inevitable. Sin duda que cuando vos escuchás el nombre de Alejandro también hacés asociaciones de otras personas con ese nombre, desde nombres famosos hasta nombres modestos. ¿Existen nombres modestos? Es decir, ¿vale más el nombre de la artista Mariana Ríos, que nuestra doña Mariana, del barrio de San Sebastián, que tuvo una tienda y se le recuerda porque era visitante frecuente en la poza de Uninajab y la bajada que está en la esquina de su casa la llamamos bajada de doña Mariana? ¿Es más relevante la Mariana Ríos, que tiene un cuerpo espectacular, que mi Mariana; es decir: vos? Sí, ya sé qué estás pensando, que todo está en relación directa con el entorno cercano, con los afectos. Por supuesto que sí, hablo de doña Mariana, porque la conocí en los lejanos años setenta, cuando estudié la secundaria en el glorioso Colegio Mariano N. Ruiz; pero, sin duda, que vos tenés a otras Marianas en tu mente y en tu corazón. Cuando escucho el nombre de Belisario pienso, de inmediato en el doctor Domínguez, pero también llega a mi mente Belis, quien preparaba unos tacos riquísimos y, durante algún tiempo, trabajó en la cantina de tío Tavo. ¿Qué Tavo conocés? ¿El mismo que yo? Tavo Penagos, el famoso basquetbolista, que es hijo de tío Tavo, el creador de las Macharnudas, bebida alcohólica muy pegadora. Tengo en mi mente y en mi espíritu nombres de gente famosa, así como de gente modesta, de quienes no aparecen en los libros de oro de la historia, pero cuyas vidas han sido fundamentales en el desarrollo de las sociedades, desde posiciones sencillas, casi humildes. En mi mente tengo anotados varios nombres que me son cercanos, que ayudan a dar savia al árbol de mi vida. Por ejemplo, tengo un nombre que no es muy frecuente: Carmelino, que es casi como la versión femenina de Carmelina, que es más frecuente, y cuando escucho el nombre de Carmelina aparece la imagen de una chica muy bonita, que estudió en la Secundaria del Estado en los años setenta. Carmelino fue empleado de mi papá, trabajó como encargado de la bodega de la Coca Cola, él se encargaba de subir y bajar las rejas de refresco a los camiones, antes de ir al reparto y a la hora de regresar; se estaba en casa toda la mañana y parte de la tarde, ya se retiraba cuando oscurecía. Desayunaba y comía en casa. Recuerdo que Sara, la sirvienta, se quejaba que Carmelino comía muchas tortillas, pues sí, necesitaba recuperar la energía que gastaba en el trajín de todas las mañanas. Sara decía que era un exceso porque cuando servía enchiladas comitecas, Carmelino “forraba” el bocado de la enchilada con una tortilla; casi casi era como las Guajolotas, que son tan buscadas en la Ciudad de México, que tienen masa adentro de la masa. ¿Tenés en tu corazón nombres de empleados humildes con los que te has topado en la vida? ¡Claro que sí! Estos nombres nunca llegan a los libros como sí llegó el nombre de Rosario Castellanos y llegan los nombres de los escritores, porque, aunque sean nombres modestos y no tengan peso alguno en la literatura nacional, cuando publican un librincillo de cuentos su nombre queda impreso para “la posteridad”. Por eso, a mí me encanta la anécdota de don Rito, quien fue un albañil que firmaba sus construcciones; acá es famoso el dicho: “Hecho y trabajado por Rito Aguilar” (¿era Aguilar? ¿No te digo?). Él se sentía orgulloso de su maravilloso oficio y ponía su firma. Pensaba que por qué sólo los héroes iban a firmar el acta de independencia, él también tenía todo el derecho del mundo a firmar su obra, como si fuera un Picasso de la construcción. Y dije Picasso, fíjate, este nombre aparece en la mente de millones de personas en todo el mundo. Sí, es donde decimos que hay nombres relevantes. Nuestra Sonia Conde es una artista reconocida en la región, pero no compite en el salón de la fama con el nombre de Shakira. Esta cantante colombiana, por obra y gracia de la mercadotecnia actual, es conocida en muchísimos países. Un poco antes de morir, el famoso escritor Julio Cortázar fue de visita a su Argentina, viajó porque Alfonsín asumió la presidencia de la república y Julito no sería perseguido. Volvió, ya estaba malito, pero sus biógrafos cuentan que una mañana salió a las calles de su Buenos Aires y vio una manifestación que ocurría en la calle. Alguien (nunca falta) vio hacia donde él estaba y lo reconoció, gritó, emocionadísimo: “Ahí está Cortázar”, el gran “Largázar”, también se emocionó al ver que un grupo nutrido de muchachos abandonó la marcha y se dirigió a saludarlo, a pedirle el autógrafo. Parece que fue la más hermosa recepción que pudo recibir en su tierra, un abrazo espontáneo. Cuando escucho el nombre de Julio, de inmediato brinca en mi mente la imagen de mi querido y admirado escritor: Julio Cortázar; y siempre que se acerca el momento en que la Academia de Suecia nombrará al ganador del Nobel del año pienso en él, que nunca recibió tal distinción, pero que ni falta le hizo, porque fue un gran escritor por encima de esos galardones. Cuando el grupo de muchachos se acercó a apapacharlo en una calle de Buenos Aires él recibió el mayor reconocimiento. El mundo bien podía quedarse con el Nobel, él se llevaba el cariño de sus lectores. ¿Acaso hay mayor bendición que esa? Pero cuando aparece el nombre de Julio, pienso en los Julios comitecos: en Julio Palacios, quien tiene una memoria brillante y tiene muchas anécdotas simpáticas en su mente; pienso en Julio, quien, desde hace muchísimos años, trabaja en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez y es un aficionado al ciclismo; en Julio Gordillo Domínguez, el famoso periodista comiteco. Hay muchos Marios, muchas Marías, muchos Caralampios. Sí, muchos Lampos, gracias a Dios. Don Lampo Morales, don Lampo Flores, con sus billares y con su modo desenfadado de ser. Hay muchos Armandos, mi compadrito Armando Pérez y el molestoso de Armando “Broncas” y otro compañero de la primaria que así se llamaba, pero a quien le decíamos “Desarmando”, porque lo que caía en sus manos lo hacía talco. Estamos llenos de historias y éstas tienen a sus protagonistas. En muchas pláticas con amigos aparece la frase: “¿Se acuerdan de fulano?” y la mayoría dice que sí y brotan recuerdos y anécdotas, algunas son graciosas, otras son dramáticas y otras dan vergüenza, porque la vida está llena de luces y sombras y cada nombre arrastra brillos y oscuridades. Todos, todos. El que esté libre de complejos que arroje el primer nombre. Un día un amigo en medio de una plática me dijo: “A mí que me importa fulana de tal” (era el nombre de una famosa mujer comiteca). Dijo que ella nunca le había dado algo, a él le importaba más fulana de tal (tocaya de la primer nombrada). Claro, entendí que casi en todas las veces los nombres modestos están por encima de los nombres famosos, porque los modestos son los que tenemos a la mano, son los que nos dan alegrías inmediatas, son los que extienden las manos cuando necesitamos un apoyo. ¿Los famosos? ¡No! Los nombres famosos viven en otra dimensión, sus nombres llueven y mojan la tierra desde la altura. Ellos permanecen en las alturas. Si los mencionamos es porque siempre están en el imaginario colectivo. Prendemos la televisión y ahí están ellos, mientras el nevero del barrio, el zapatero de la colonia, el tendero de la calle, no están en las grandes pantallas. Los nombres modestos están siempre cerca, pero no tienen reflectores, se alumbran con quinqués o con veladoras. A mí me encanta hacer, de vez en vez, el ejercicio lúdico de decir un nombre y apunto a las personas que así se llaman y que tienen relación inmediata con mi vida. Es imposible que no aparezcan nombres de famosos, por lo regular son los primeros que aparecen. Me da pena, pero luego me alegro porque digo la sentencia de que los últimos serán los primeros y encuentro en la lista a nombres modestos, pero cercanos, ahí están los amigos, los parientes, los vecinos, los paisanos. Posdata: cuando alguien habla de la tierra, pienso en la que abonó el sitio de mi casa de infancia, la que está ahora en la maceta donde mi Paty sembró una planta que da campanitas rojas o en donde mi mamá sembró una planta que es muy parecida a la lavanda (¿o es lavanda?) y donde llegan los colibríes a chupar miel; pero también llega a mi mente un personaje maravilloso del barrio de San Sebastián que era un gran aficionado al toreo y se aventaba al ruedo como espontáneo. Así le decían: el tierra, el tierrita. Ah, qué maravilla. Y cuando escucho la palabra luna recuerdo a una amiga que así le decíamos. Cuando un señor le dijo qué bonito nombre tenés, ella, riendo, pero con el ceño fruncido, dijo: caso me llamo así, me dicen así porque siempre estoy en la luna. ¡Tzatz Comitán!