sábado, 8 de octubre de 2022

CARTA A MARIANA, CON JÚBILO

Querida Mariana: ¡albricias! El sábado 1 de octubre de 2022 presentaron el libro “El parque”, de Héctor Antonio Castellanos Rovelo, el admirado arquitecto Castellanos, el Güero Castellanos. El lugar donde se presentó fue el espacio ideal: el auditorio Roberto Cordero Citalán, del Centro Cultural Rosario Castellanos; es decir, “El parque” se presentó frente al parque. Porque este libro, excepcional, narra, como su título indica, momentos luminosos del parque central de Comitán, el parque Benito Juárez, en los años sesenta y setenta. Todos los que conocen al arquitecto Castellanos lo reconocen como un destacado profesional y como un excelente contador de anécdotas. En el mundo del cine y del teatro cuando un autor presenta su primera obra se dice que es su ópera prima. A mí me encanta este título, porque habla de un momento inicial que tiene mucho camino recorrido. ¿Se puede aplicar el término a quien presenta su primer libro? Sí, Juan Carlos Gómez Aranda lo aplicó. Podemos, entonces, decir que “El parque” es la ópera prima del Güero Castellanos. Con esta obra, el autor inició con el pie derecho, porque el libro posee las características que le son innatas al autor. Por eso dije que todo mundo reconoce las virtudes del arquitecto al contar anécdotas, es uno de los mejores de Chiapas, con un finísimo sentido del humor. Vos y yo sabemos que no todo mundo posee la gracia para contar anécdotas. Hay personas que lo intentan, que hacen el esfuerzo por contar algo con simpatía, pero no logran transmitir lo que desean; en cambio, hay otras personas que poseen el don, que tienen la chispa. El arquitecto Castellanos es un gran contador de anécdotas porque tiene, de nacencia, las virtudes necesarias. Él es un gran observador, posee una privilegiada memoria y es conocedor de la cultura comiteca. Estas tres características se ven potenciadas por una innata gracia y amplio conocimiento del manejo del espacio físico. ¿Sabés cómo define al parque? Como Sala del pueblo. Ah, es una maravillosa apreciación lingüística y espiritual. Nunca lo había visto así, pero, en efecto, eso es el parque. ¿Cuál es el espacio de convivencia en las casas? ¡La sala! Ahí recibimos a los amigos (bueno, ustedes, los demás, porque ya sabés que soy escaso, ingrato y maleducado. Recibo a los amigos en el vestíbulo, cuando los recibo). Nuestro autor nos transmite sus vivencias, nos habla del parque que ya no existe, del parque que él vivió, disfrutó. Era un parque más íntimo, el parque de una ciudad que, como él bien lo indica y todos nos damos cuenta: “fue más humana y placentera”. De esos tiempos, humanos y placenteros, nos habla. El autor nos invita a dar una vueltita en el parque. ¿Cómo damos esa vuelta? La podemos dar como queramos, en forma solitaria o en bola, como fue la tarde de presentación donde, como si estuvieran en el parque, se sentaron en una banca del escenario el arquitecto Héctor Castellanos Rovelo y tres comentaristas de lujo: el maestro Jorge Gordillo Mandujano, el licenciado Enrique Robles Solís y la arquitecta María del Rosario Bonifaz Alfonzo. El mojol de excelencia estuvo en la voz siempre educada del maestro de ceremonias, el profesor Roberto Gordillo Avendaño. ¡Pucha, qué banca tan llena de personajes sublimes! Los tres comentaristas, igual que el autor y el maestro de ceremonias, vivieron con intensidad ese parque, en los años sesenta y setenta. El maestro Jorge pasó por el parque rumbo a la XEUI, donde conducía un programa de radio; la arquitecta María del Rosario dio vuelta con sus amigas a la hora que salían de clase de la escuela Preparatoria, que estaba donde ahora se ubica la Casa de Cultura; y el licenciado Robles fue más allá, porque vivió donde ahora está la fuente frente al templo de Santo Domingo. La fecha de presentación del libro “El parque” quedó inscrito como un instante glorioso en los anales de nuestra historia local, porque se presentó para celebrar el Día Nacional del Arquitecto, por parte del Colegio de Arquitectos de Comitán. Como si fuera un edificio, el arquitecto Castellanos diseñó la estructura de su libro, un libro ameno e ilustrativo. Cuando lo tuve entre mis manos comprobé la grandeza y generosidad del arquitecto Castellanos. En buena hora decidió escribirlo y publicarlo; ya es un gran legado para su pueblo, para nuestro pueblo. Él estuvo convencido de que los dones anteriormente enumerados eran el mejor aval para emprender esta aventura editorial. Si él no lo hubiera escrito, nuestra identidad habría quedado trunca. Gracias a su libro ahora tenemos un referente de esos tiempos de un espacio esencial para nuestra comunidad: la sala del pueblo. Mirá qué dice el licenciado Juan Carlos Gómez Aranda en el prólogo: “esta obra se suma a las voces del coro de nuestra memoria colectiva”. Sí, todo mundo de Comitán tiene testimonios vitales de este espacio, el arquitecto dio forma a sus recuerdos e hizo el prodigio, como se dice, de pasarlo al papel. El término pasar tiene gran peso específico, porque cuando él lo pasó al papel, de inmediato lo estaba pasando a sus lectores y este pase es mágico, porque es una mano que se extiende a todos los confines y permanece inalterada en el tiempo. Lo pasó al papel y con ello pasa a la posteridad, hace infinito el tiempo; da cauce a su vocación de vida: ¡construir! Donde estaba el vacío, el Güero Castellanos levantó un edificio espiritual, lo hizo en la mejor tradición comiteca, con inteligencia, con picardía, honrando la tradición de este pueblo mágico. El autor escribió como dicta Julio Cortázar: en mangas de camisa, así como dando una vuelta en el parque, tomando una nieve, recibiendo la caricia de nuestro cielo y del clima más benigno de Chiapas; lo hizo con camaradería, en un plano amistoso. Por eso, el cierre del libro tiene el broche de oro de la anécdota. Después de obsequiarnos planos del parque en los años sesenta y setenta; de dar un recorrido deslumbrante de la feria de agosto que se celebraba en ese espacio; de pasar frente al sitio de carros de alquiler; de husmear los modos; de presenciar desfiles; de escuchar la marimba y disfrutar de las entradas de flores; nuestro autor nos obsequia varias anécdotas. Ahí está el Güero, sentado en una banca, mientras nosotros lo rodeamos y agradecemos su palabra limpia, fresca. Mientras él cuenta nosotros esperamos el momento en que, como atronadora cohetería, aparece la carcajada de todos, porque la anécdota es graciosa, nos inyecta energía, nos devuelve el ánimo, nos hace compartir un instante pleno. Esta mirada tiene un hilo de nostalgia, como todos los bordados del pasado y nos advierte algo que está en el ambiente: existe un deterioro social. El arquitecto concluye con una reflexión y un llamado. Quiero, querida mía, cerrar esta carta con la reflexión final que el arquitecto Castellanos nos comparte. El autor nos dice que tenemos una pérdida de identidad, debido a “un crecimiento urbano y demográfico mal planeado”. Termina en forma optimista: “Ese malestar, que creo que muchos lo compartimos, sólo lo salva la fe y la esperanza que se tiene en las nuevas generaciones, que tendrán una tarea difícil para mejorar al Comitán que nos prestaron y que no lo hemos sabido conservar”. Son ustedes, mi niña, los jóvenes, quienes pueden hacer el prodigio de rescatar la riqueza cultural de nuestro pueblo. Las palabras del Güero motivan a la reflexión y a la acción. Duele aceptar que tiene razón, que el Comitán de antes era más humano y placentero y que padecemos una pérdida de identidad. Esto es gravísimo, pero es cierto. Si extraviamos la identidad perderemos todo. Por eso, el libro que él nos entrega en este octubre de 2022 es como un ladrillo pequeño, pero gigantesco en la preservación de ese tesoro cultural, porque los viejos sabios nos han dicho que si no sabemos quiénes somos, de dónde venimos, no sabremos nunca hacia dónde ir. Comitán, lo sostiene el arquitecto Castellanos, tiene magia. Que no se pierda. Posdata: vos y yo amamos los libros, sabemos que este producto cultural es irremplazable, es un peldaño firme en la escalera del progreso y del conocimiento. El arquitecto Héctor Antonio Castellanos Rovelo puso manos a la obra y pasó en papel sus recuerdos y sus ideales. Con emoción ha contribuido con una pieza más para completar el rompecabezas de nuestra identidad. “El parque” es su ópera prima literaria. Ojalá más construcciones de éstas, ojalá más edificios resplandecientes en el vacío. Que nuestro espacio se llene de nubes y llueva inteligencia, humor, alegría. Felicito ampliamente al arquitecto Castellanos por este presente que habla del pasado y vislumbra el futuro. En el apartado de “La lotería”, asomó el nombre de don Eduardo, como la persona encargada del negocio, tal vez fue un lapsus. En el prólogo, Juan Carlos menciona a don Enrique Constantino, nombre que también registra mi memoria. Si fue un lapsus, ya Juan Carlos lo enmendó. Salvo eso, todo lo demás es brillante, luminoso. ¡Tzatz Comitán!