domingo, 12 de noviembre de 2023
CARTA A MARIANA, CON ENREDADERAS
Querida Mariana: ya te dije que a Rafa, en la universidad, en la facultad de arquitectura, le decían “enredadera”, cuando alguien preguntaba por qué le decían así, el molestoso de Andrés decía: “porque creció a lo mudo”. Rafa era (o es) un chico muy alto, delgado. Siempre sonreí ante el dicho, porque Rafa no se molestaba, era muy tolerante, simpático, pero, a veces pensaba si en realidad las enredaderas crecen “a lo mudo”; es decir, sin un orden. Tal vez no. Tal vez las enredaderas, como la mayoría de sucesos en la naturaleza, siguen un orden en medio del caos, un verdadero sentido del orden.
Y ayer que me detuve en este espacio del estacionamiento de la Universidad Mariano N. Ruiz, y me topé con esta enredadera, pensé en Rafa y en el caos.
Me lo explicarán mil veces, querida niña, sé que no lo entenderé. Todo en mí es un misterio, todo lo que se me presenta también lo es. No dejo de asombrarme ante la maravilla de la naturaleza, incluido el ser humano. Todo es perfecto. Ahora que escribo esta carta en el teclado de la computadora veo que mis dedos se mueven con una gran destreza. Aprendí mecanografía en la secundaria de mi colegio Mariano, con el maestro Jorge. Lo aprendí tan bien que desde entonces tengo una gran pericia, no veo el teclado. Después del maestro Jorge el titular de la materia fue mi compadre Miguel Penagos (que descanse en paz) y hubo un tiempo que pedí la materia. La pedí porque me encantaba la dinámica. Los chicos entraban al salón, sacaban la máquina de escribir portátil de un mueble hecho ex profeso, se sentaban en las bancas, se colocaban una especie de babero para cubrir las teclas, les indicaba qué ejercicio harían del manual y todos se ponían a trabajar. Por supuesto, no estaba prohibido platicar ni escuchar música. Todo era una gran convivencia. Yo no me gastaba la garganta, con un libro en las manos caminaba por los pasillos y daba alguna indicación, a veces suspendía la lectura de la novela para platicar algún chisme con los chicos o chicas. En ocasiones no leía, llevaba en mis manos una de mis míticas libretas y escribía un texto, a veces escribí un cuentito completo durante la hora. Diez minutos antes del término de clase avisaba a los muchachos y muchachas. En el escritorio recibía las hojas con sus trabajos, calificaba el primer párrafo, equis en las líneas con errores y ponía la calificación en el registro. Todos, mientras tanto, guardaban su babero y máquina en el mueble y al salir recibían sus hojas. Todo era muy bonito. Esto sí le entendía bien. Lo que jamás entendí ni entenderé es el crecimiento de las enredaderas.
¿Ya viste la fotografía? Es prodigiosa. Puedo entender las imágenes de las películas de Tarzán, donde él se desplaza de una a otra liana, las lianas bajan de los árboles siguiendo la inmutable ley de gravedad, pero en el caso de la enredadera de la universidad hay un fenómeno inverso, que contradice las reglas de la física, al menos desde como mi mente lo procesa. Soy un inútil para descubrir el prodigio de la naturaleza. Acá, hasta donde da mi cabeza, veo que la enredadera, sembrada en el suelo, como dice Emiliano, “camina mucho”, pero camina en el aire, busca las alturas, cuando encuentra un sostén se va para arriba. Esta enredadera ya se fortaleció, creció bien delgadita, ahora está robusta, ya encontró un espacio para enredarse. Nunca tan bien puesto el nombre: enredadera. También tuve una amiga que era pariente de esta variedad de plantas, le decían “la enredadera”, pero ella tenía este apodo porque era “trepadora”, ah, no me preguntés cosas delicadas.
Posdata: vi la enredadera, recordé a Rafa y volví a maravillarme con estos prodigios. Emiliano dice que las enredaderas “caminan mucho”, pero, ¡Dios mío!, caminan en el aire, en busca de las alturas.
¡Tzatz Comitán!