miércoles, 15 de noviembre de 2023
CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO
Querida Mariana: no recuerdo cuándo, pero un día, hace dos o tres, apareció en mi muro de redes sociales una fotografía de Pepe Román, una fotografía espléndida que tomó Carlos Gordillo, llamó mi atención que la señal del amor y paz, hecha con la mano, no la dirigía hacia los otros sino para él. Ya mirás que la señal, que también es de la victoria y que, dicen, la inició Winston Churchil, se hace con la palma dirigida hacia el espectador. Pepe la hizo con la palma dirigida hacia él. Llamó mi atención, pero el impacto brutal fue leer el texto que acompañaba a la foto: “Descansa en paz, mi querido amigo José Antonio Román Cancino. Mis sinceras condolencias para su apreciable familia”.
Una corriente de energía caminó por mi cuerpo a gran velocidad. Y, como medio mundo de acá, lo primero que pensé fue: ¡Pero cómo! No hubo necesidad de corroborar la infausta noticia, mi amiga Lulú Guillén comentó que Pepe había sufrido un infarto fulminante en su trabajo, lo trasladaron al hospital, pero ya estaba muerto.
Al rato, Mario me mandó un mensaje de texto preguntando si tenía una fotografía donde Pepe estuviera más joven. No, le dije que no, que tenía una foto donde aparecía Pepe en medio de un grupo, un grupo de compañeros del Colegio Mariano, en los años ochenta, porque él fue maestro de educación musical. El día de su fallecimiento estuve con Juan Ramón y él me dijo que Pepe había sido su maestro en la secundaria y luego, quien lo sustituyó, fue el maestro Carlos Gordillo, quien hoy es uno de los grandes fotógrafos de Chiapas y fue quien subió la fotografía de Pepe. Si querés ver la foto, que es reciente, la encontrás en el muro de Carlos.
Acá te comparto la fotografía de los años ochenta. Uf, parece tan lejano y al momento de verla, el alud de recuerdos se me vino encima. Pepe se casó dos veces, en este tiempo estaba con su primera esposa, de quien se separó, y tenía dos hijos (ahora que falleció vi en el parque a su hijo mayor, ya grande el muchacho, con una colita en el cabello, bien formal); luego conocí a su actual esposa y a sus dos hijos, que también ya deben estar grandes. La vida es un instante, su principal aliado es el tiempo y éste es una cuerda que asfixia a todos. Un día después de la muerte de Pepe, Aurorita comentó que, gracias a Dios, Pepe había muerto sin sufrimiento. Sí, como mi papá pensé, Pepe murió “de un chingadazo”. Nada de enfermedades con sufrimientos prolongados.
Imaginé la mañana de Pepe, una mañana como la de todos los días, se levantó, hizo lo que por rutina hacía (¿su casa aún está en el fraccionamiento Tikal? Una vez fui a esa casa, en la cochera tenía una gran tinaco-cisterna, lo que indicaba la carencia de agua entubada, padecimiento frecuente en la ciudad), se despidió, tal vez dijo: “nos vemos más tarde”, subió a su carro y llegó a su trabajo. En un instante su mente le dijo que algo pasaba en su organismo, algo que ya no pudo entender. Tal vez buscó apoyo de algo, porque el impacto era tan brutal como un huracán de categoría cinco, el viento movía todas sus palmeras, las olas se impactaban en todas sus paredes. Segundos después el corazón se detuvo, para siempre, por siempre. ¿Y el impacto para sus compañeros de trabajo? No sé. ¿Qué hacer ante un suceso de esa naturaleza, cuando el milagro de la muerte aparece frente a uno? Los huracanes son avistados por los satélites, pero acá no hubo meteorólogo alguno que le dijera a Pepe que algo tremendo iba a suceder, que se acercaba un meteoro brutal a sus orillas, las orillas que siempre fueron cálidas. Los amigos que en redes sociales lamentaron su fallecimiento hablaron de su gran voz, de su trato amable, de su simpatía, de las bromas. Sí, ese personaje fue el Pepe de carne y hueso, cariñoso, apapachador, contador de anécdotas, alburero, ingenioso, compositor de canciones que luego interpretaba, travieso (en una ocasión estábamos medio bolos y nos metimos en un templo, en la colonia Miguel Alemán, mientras los asistentes cantaban alabanzas. Pepe comenzó a cantar con su voz de tenor, todos nos miraron, enojados por la interrupción. Nos reímos y echamos a correr).
En el colegio, en los años ochenta, enseñó a tocar la flauta a sus amigos, entiendo que en tiempos recientes ya había formado una rondalla, era el director de esa agrupación musical, tal vez cumplía el sueño, ya que él formó parte de una rondalla de la escuela secundaria y preparatoria. Por ahí hay una fotografía donde aparece con el uniforme blanco y rojo, al lado de sus compañeros artistas.
Posdata: en la fotografía que te presento está Pepe, al lado de compañeros de trabajo del Colegio Mariano. Está tomada en el patio central, donde ahora se imparte el nivel de primaria. En ese tiempo también acudían a ese edificio los muchachos de secundaria. En la fila de atrás el primero es el querido maestro Francisco Rustrián y luego está Pepe, con su mostacho, que tuvo en varias épocas de su vida, está con un suéter de rombos, negros y rojos, un rojo pastel. El quinto personaje es la madre Sara y al frente, en la esquinita de la banca está la maestra Maty; Pepe, Sara y Maty son los compañeros que ya se fueron de esta vida. Los demás acá seguimos dándole, gracias a Dios; lamentando la muerte de los que nos acompañaron en trechos de la vida, que nos ayudaron en las encomiendas laborales, que, como en el caso de Pepe, alegraron la mesa donde bebíamos trago, haciendo del momento un instante supremo. Ah, bendito tiempo implacable; ah, muerte jodona inmutable.
¡Tzatz Comitán!