martes, 14 de noviembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON TARDE MEMORABLE (II)

Querida Mariana: llegamos a la cita minutos antes de las dos de la tarde. José Ramón Domínguez y Azaneth Mayorga nos esperaban. Nos invitaron a pasar al interior de la casa, luminosa, por las paredes acristaladas y por el espíritu que anima el espacio. En la isla de la cocina José Ramón se puso guantes y dijo que prepararía mi comida especial. Para los carnívoros ya estaba dispuesto la carne de cordero, por supuesto, de su empresa Corderos Von Domay (los comensales dijeron que la carne estuvo riquísima, se prepararon varios tacos, con una salsa verde de rechupete). José Ramón tenía puesta una playera de color negro con la imagen de un jaguar, él comentó que estaba con sentimientos encontrados: feliz, muy feliz, por el nombramiento de Eduardo Ramírez como coordinador de la Defensa de la Cuarta Transformación en Chiapas (estuvo pendiente hasta la madrugada, en espera de la decisión del acto que llamó la atención de millones de personas en la república mexicana. José Ramón y Eduardo son amigos desde niños) y triste por la muerte del cantante y profesor Pepe Román, quien falleció de un infarto fulminante en la mañana (Pepe, igual que yo, fue su maestro en la secundaria del Colegio Mariano. Él de música y yo de dibujo). Fue mi privilegio verlo preparar mi comida. Sabe que no como carnes rojas, así que dispuso, sobre un papel metálico un filete de pescado que, me dijo Azaneth, ya estaba marinado. José Ramón tomó la botella con aceite de oliva y especias y regó un chorro sobre el papel, luego colocó el filete y comenzó a cortar las verduras que acompañaron “el empapelado”: calabacín, zanahoria, brócoli y apio. Luego un poco de sal (de Himalaya) y pimienta. Llevó hacia él el pedazo de papel más lejano e hizo un envueltito que cerró por completo en los tres lados, sus dedos doblaron el papel como si hiciera una manualidad en jardín de niños hasta dejar el paquete completamente cerrado, mismo que llevó a la plancha que ya estaba precalentada. Genial, le dije y pregunté: ¿cómo sabés que ya está listo el guiso? Se infla, dijo, y preparó otro filete y luego una ración de verduras, especialmente para Carlitos, que tuvo mayonesa, mostaza, salsa cátsup y otras delicias, le dijo a Carlitos que se chuparía los dedos y a la hora de la comida así fue, Carlitos nada dejó. Bueno, yo tampoco dejé algo. Fue una comida excepcional. La compañía así lo prodigó, además del paisaje que teníamos frente a nosotros: los árboles, el sonido de los pájaros y un pequeño almácigo (como isla en un mar verde) con orquídeas. Esos espacios me encantan. Los espacios cerrados, con paredes, me producen cierta claustrofobia, en cambio los espacios donde corre libre el aire me llenan de vida. Llenos de vida quedamos ese día, nuestras panzas quedaron igual. Al llegar le comenté a José Ramón que habíamos platicado acerca de qué debíamos llevar a los anfitriones. He visto películas donde se ve que los invitados llevan botellas de vino. ¿Qué debíamos llevar nosotros? Al final decidimos que sólo llevaríamos nuestros cuerpos y nuestros espíritus bien dispuestos a recibir la bendición de sus dones. Tal vez no estuvimos a la altura del protocolo, pero, en cambio sí nos entregamos con la misma disposición que ellos tuvieron hacia nosotros. ¿Mirás bien cuál fue el motivo de la convivencia? Ellos, dos de nuestros lectores y patrocinadores, nos halagaron con una comida para celebrar el sexto aniversario de nuestra revista Arenilla. Pido a Dios que los bendiga siempre. Posdata: soy escaso, pero me conozco, luego me vuelvo abusivo, les pedí a ambos que volvieran a invitarnos, que lleguemos a su residencia para celebrar el décimo aniversario de Arenilla. ¿En qué año? A ver, en 2023 cumplimos seis, así que dentro de cuatro, así lo esperamos todos, celebraremos los diez años. Nos alienta saber que hay personas que reconocen el granito de Arenilla que aportamos para el desarrollo de nuestra sociedad. Nos despedimos cerrando el trato: nos vemos en noviembre de 2027. ¡Qué abusivo soy! Digo en descarga de mi conciencia que el afecto me hace ser así. Vi cómo subió el empapelado, como si fuese una de esas tortillas en comal, creció, era un sapito diciendo ¡el pescado en mi panza ya está listo, ‘ora, Molinari, entrale con todo! Y le entré con todo. ¡Tzatz Comitán!