jueves, 16 de noviembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON NEGOCIOS REDITUABLES

Querida Mariana: te lo quería contar, pero ya sé que me dirías ¿y la evidencia? Bueno, acá está: El letrero que detienen estos chavos (uno con gorra y el otro con el pelo bien peinado, más o menos) dice lo siguiente: “Se venden besos. 10 pesos. Se fía. Carneada 50 pesos. Si no te gusta me lo regresas”. Aplican estrategias de mercadotecnia como ya viste. No ofrecen algo nuevo. Desde siempre, los chicos y chicas han ofrecido este juego. Recuerdo que, en mis tiempos de adolescente, había kermeses en las escuelas y montaban diversos jacales con juncia y festones. Uno de los jacales era la cárcel, los policías (por ningún motivo) llegaban, te detenían y te llevaban al bote. Para salir, el inculpado, inocente (más que inocente, pendejo) pagaba la multa y ya le ponían un brazalete que indicaba que había estado en la cárcel y que no debían atraparlo de nuevo. Así había una serie de jacales con diversas temáticas, incluso había un Registro Civil donde eran conducidas las parejitas para casarse con todas las de la ley. Era tan bien montado el espectáculo que a los contrayentes les entregaban un documento donde constaba que deberían amarse hasta el final de sus días y acompañarse en las buenas y en las malas. A Raúl y Alicia los casaron en una kermés y el juego se volvió realidad años después, se casaron realmente y tuvieron hijos. Una vez fui a su casa y vi un cuadro colgado en la pared de la sala, enmarcaba los papeles del matrimonio de la kermés. Pero lo que quiero contarte es que había un jacal donde vendían besos. En ese tiempo eran chicas las encargadas de besar y, por lo regular, el beso era en la mejilla. Chicas bellas esperaban detrás de un mostrador de madera y cuando se asomaba un romántico y depositaba el peso en la bandeja, la chica se acercaba a él y le daba un beso en la mejilla. Cuando había un aventado y preguntaba cuánto costaba el beso de piquito en la boca, las chicas valoraban el físico del chico, si tenía carita para llorar de pena decían que no daban besos de piquito en los labios, pero si el chico no tenía malos bigotes, entonces ellas sonreían, se sonrojaban y se atrevían a pedir diez pesos por beso de piquito, así sólo de acercar los labios, nada de lengüita y demás calenturas. Ellas justificaban su atrevimiento, jurando que lo hacían por una buena causa, porque, en efecto, lo recaudado en la kermés servía para alguna causa social. Nunca de los nuncas hubo una oferta como la de estos chicos. ¡Atrevidos! Cincuenta pesos por una carneada. ¡Dios mío, qué palabra tan soez! Una carneada no oculta lo que significa el beso. Nada de sutilezas, nada de piquitos, ¡no! La carneada implica… “Si no te gusta me lo regresas”, advierte el anuncio. Nada dice que ellos deben regresar el dinero. No, lo pagado pagado está. Qué simpáticos, qué abusivos, qué sobrados; es decir, me pagás cincuenta pesos, te carneo y si no te gustó me regresás la carneada. Soy un viejo inocente, pero entiendo la ironía, lo que este par desea es que la chica en cuestión vuelva a permitirles el agasajo. No sé cómo les fue en la oferta, no sé si lograron diez pesos o una chica les ofreció los cincuenta pesos. No sé. Cuando vi el letrero les advertí: ¡a mí ni me queden viendo! No traigo dinero. Y uno de ellos, el más bromista, dijo: damos fiado. Salí huyendo. Posdata: me encanta la capacidad de jugar de los jóvenes, todo lo vuelven una gran pachanga. Lo más sencillo se vuelve una gran aventura en sus manos y en sus travesuras. En los años setenta todo era menos atrevido. Ya te he contado que las parejas apenas andaban de manita caliente después de varios meses de relación, los papás de la chica no dejaban que ella subiera al auto del novio y si iban al cine tenían que ir acompañados de alguien que se llamaba chaperón o chaperona, que por lo regular era hermanita o hermanito de ella. Ni besito de mejilla, menos de piquito y mucho menos ¡la gran carneada! ¡Carneada! Qué palabra tan soez, tan de mercado, pero Alfonso insistía, ya en esos tiempos, que era lo máximo que podía pasarle a un chico. ¡Tzatz Comitán!