jueves, 27 de septiembre de 2007

AMARIL

A Valeria la conocí en San Cristóbal hace como mil años (bueno, tal vez no tantos, porque ella es muy joven). Desde que la vi (en un taller literario que yo coordiné) supe que su destino era ser sembradora de nubes.
A Valeria la encontré, muchos años después (ya se sabe, no tantos porque ella es muy joven) volando sobre los cielos de Chiapas, ¡sembrando nubes! ¿Con qué agua riega sus nubes para que crezcan como flamboyanes? Si la nube tiene la panza llena de agua ¿necesita agua para crecer? Tal vez no, tal vez sea otro el abono, otra la savia.
Hoy me enteré que nació Amaril, la hija de Valeria, la sembradora de nubes.
Hoy descubrí que las mujeres que siembran nubes cosechan amariles, pétalos de blanco algodón, angelitos intocados.
Cuando conocí a Valeria, hace como mil años, ella no imaginaba que su destino era ¡la luz!
Un abrazo para ella, mi muchacha bonita, y para su pareja, el buen Arbey.
Un abrazo para todas las mujeres que apuestan por la vida, que apuestan por bordar nubes en medio del mar.
Que Dios los proteja siempre, siempre.