domingo, 2 de septiembre de 2007

Juan Rulfo en Comitán

Los escritores reconocen que hay algo más. En el acto de la escritura hay algo como una luz, algo como un dictado que aparece de pronto a la hora de la escritura.
El acto de creación no le corresponde al creador al cien por cien. Hay algo más, algo que está fuera de los dominios de la razón. Este "algo" es nombrado como inspiración. ¿De dónde proviene esa luz que está dentro del escritor pero que, a la vez, está muy lejos de él? Es como un soplo indefinible.
Cuando tomamos una novela o un libro de cuentos o un libro de poesía hallamos tres elementos en la portada. El primer elemento es el diseño de la tapa, ésta puede contener una fotografía, una viñeta, un sello o un simple color de fondo. Es como una instantánea que da marco a los otros dos elementos.
Los otros dos elementos están constituidos por nombres. Un nombre señala el título del libro y el otro nombre es el nombre del creador. Pero el creador sabe que ese nombre también contiene la luz indefinible de lo que no tiene nombre.
Si tomo un libro de Juan Rulfo, ahí, en la portada, aparece su nombre. El hombre ya está muerto, pero algo de él sigue dando vida cada vez que un lector abre un libro con su nombre. Pero el libro con el nombre de Juan tiene algo más, la presencia de ese dictado que Juan nunca supo de dónde provino. Así es con todo acto de creación. La obra siempre está por encima del hombre. Por eso el libro, la obra de arte, llena de luz la vida del lector y del espectador. Esa luz no proviene por completo de la mente de un hombre. La luz del arte tiene su fuente en el mismo lugar de donde proviene la energía que mueve al universo y a los demás universos alternos.
En Comitán leí por primera vez a Juan Rulfo. El día que tomé un libro con su nombre, Juan se sentó a mi lado, caminó por las calles de mi pueblo, respiró los mismos cielos y, asombrado, igual que yo, dejó que la luz indefinible de su libro le dijera que había algo que no le correspondía a él al cien por cien.
Los escritores saben que hay algo más. ¿Lo reconoce el hombre?
El escritor soberbio se adjudica el acto de creación al ciento por ciento; el escritor humilde reconoce que hay algo más, una luz que está muy por encima de él.