viernes, 9 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, CON CARTA INCLUIDA




Querida Mariana: Vos y yo sabemos que esto de escribir cartas a la manera tradicional es algo pasado de moda, es algo que ya no se estila (como decían los clásicos). Anoche (releyendo cuentos de Cortázar) me topé con “Carta a una señorita en París”, un cuento clásico de Julio. El cuento, vos lo sabés, narra cómo un compa se queda a vivir en un departamento de Buenos Aires, mientras su propietaria viaja a París. Es un cuento que aparece en muchas antologías. Y esto es así porque es un cuento fantástico, ya que el inquilino, por llamarlo de alguna manera, y narrador, “vomita” conejitos. A mí me encanta (y este encanto seduce también a millones de lectores) que algo tan despreciable, como un vómito (siempre recuerdo a Rodolfo, borracho, saliendo de un baile del Club de Leones, no soportando más y soltando la bocanada de vómito sobre el vestido nuevo de su novia), se convierta en un acto tierno, afectuoso. ¿Quién vomita conejitos? El autor de la carta mencionada.
El otro día me sucedió algo especial. Fui a la Feria del Tamal que Malena organizó, en el parque central. Con mi Paty vimos un local donde vendían tamales de cambray, tamales que no son muy consumidos en esta región. Paty dijo que compráramos, nos acercamos y pedimos seis tamales. La señora abrió la vaporera y comenzó a sacar los tamales, bien acomodados, como ladrillos, en medio de una nube de vapor. Cuando cerró la bolsa nos la entregó y al verme quedó como si viera a un fantasma o el monstruo de la más reciente película de Del Toro. “¿Usted es el que le escribe cartas a Mariana, verdad?”. Sí, pensé, sí, dije. Ella sonrió y agregó: “Siempre lo leo”. Me dio gusto. No por mí. Claro, me sorprendió que alguien, a quien yo no conocía, me identificara por las cartas que te escribo. Pero más me sorprendió el hecho de que ella, sin saberlo bien a bien, participa del género epistolar, que ya es tan escaso en estos tiempos de WhatsApp y de Tuiterazos, tiempos en que la brevedad se impone a los textos más extensos. Cuando nos despedimos lo hicimos con cierta cercanía, como si fuéramos amigos que no se conocían físicamente pero que tenían una relación de tiempo atrás, porque ella me conocía a través de tus cartas y yo la intuía con la certeza de que en algún patio alguien saca su silla al patio y lee tus cartas, se acerca, con morbo natural y maravilloso, a los mensajes que con cariño te mando a vos. Ella, lo sé, también es un poco Mariana y, al estilo de Marcos, puede decir: “Todos somos Mariana”. Me sentí bien, el aire que llegaba de la Ciénega lo sentí pleno, jugueteando en mi cara, columpiándose en mi cada vez más escaso cabello. El aire de la Ciénega lo sentí como un pájaro que colocaba ramitas sobre mi cabeza para hacer un nido donde nacerá el viento.
Y anoche pensé, al releer el cuento de Julito, que vos también sos esa señorita de París que recibió la carta del inquilino bonaerense y que se enteró que, ¡uf!, su departamento está lleno de conejitos porque el compa los vomita. Y entonces pensé que vos también te enterás que tu casa (que es casi como mi casa) está llena de cuchitos, cuchitos bonitos, pero desagradables, como cualquier cuch, como cualquier vómito, pero que recibís cartas (a menudo) porque el género epistolar permite abrir ventanas, deja que entre el sol, la lluvia, el polvo, los ruidos (de las ambulancias y del afilador), los gritos (cada vez más infrecuentes de: “¿Merca’sté chayotíos?”), los lamentos, las mentadas, las caricias y el aire, ¡ah!, el aire de la Ciénega.
Posdata: Tus cartas pueden tener el siguiente título: “Carta a Mariana que vive en Comitán”, y son enviadas desde el mismo lugar. Cualquiera podrá pensar: ¡Qué pendejada! Mejor háblense, cítense en la fuente, mándense WhatsApps o tuitéense. Si viven en el mismo pueblo, vos mudo, ¿para qué le mandás cartas? Este cualquiera no podrá, jamás, hallar el encanto de la carta, de esas cartas donde se cuenta cómo los hombres vomitamos cosas, a veces ese vómito es pestilente, como el de los borrachos, pero a veces tiene el aroma del jazmín de Yalchivol (pienso que este aroma debe ser rico). ¿Quién vomita conejitos?