jueves, 8 de febrero de 2018

DEFINICIÓN DE PRÓRROGA




“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Esta era la recomendación del maestro Beto a todos sus alumnos. Como todo mundo puede suponer tal sentencia se prestaba a chanza. Lo menos que decíamos era: “No hagas hoy lo que puedas hacer mañana”. Más tarde supe que esto se llama procrastinación. Procrastinación es la tendencia de posponer alguna actividad engorrosa y urgente por algo más placentero. Lo que parece lógico. ¿Quién quiere hacer algo que le enfada? A mí me encanta la palabra prórroga y lo que significa, la posibilidad que brinda. Me gusta porque esa erre es muy sonora, como de tambor, como de trueno: Prórroga. Esa rro siempre me remite a los cantos de infancia: …a la rorro niño, duérmaseme ya. Porque la prórroga es un poco la pausa de infancia, dejar lo importante para después, porque antes que el trabajo que urge está la pausa para el juego, para el disfrute.
Si le hacemos caso a la definición de procrastinación hallamos que, como decía Santiaguito, no hay cosa más sana que cada quien haga lo que se le dé la gana. La procrastinación está muy mal vista en las empresas, los superiores desestiman tal actitud en sus subordinados. ¿Cómo es posible que “Gutierritos”, en lugar de ir a cerrar el trato con los accionistas japoneses haya subido a su jeep para ir a pescar en la presa? También está muy mal visto por parte de los afligidos padres, esos santos varones que se machacan el lomo día tras día, con tal de darles una buena educación a sus hijos. Los padres se molestan cuando saben que el hijo, en lugar de terminar su trabajo escolar, tomó su chamarra y fue al cine a ver la película más reciente de Del Toro. Está muy mal visto que se deje para mañana lo que debe hacerse hoy.
Lo que Gutierritos y los hijos hacen no es más que esa pausa bendita que se llama prórroga. No se trata de desentenderse, porque siempre (¡ah, la bendita sociedad!) uno termina haciendo lo que, según el catálogo del buen comportamiento, debe hacerse. Al final, Gutierritos no puede pasarse toda la vida pescando en la presa, ni el estudiante puede pasarse toda la vida yendo al cine. En términos reales esto sería lo ideal, que la vida fuese una pausa infinita, una prórroga perenne, para que pudiera llamarse vida, pero la realidad no es tan generosa, los seres humanos deben cumplir con obligaciones, con urgencias, deben, ¡qué pena!, dejar de vivir para sobrevivir. No pueden hacer lo que realmente les gusta porque hay obligaciones fastidiosas.
Tío Andrés era sabio y en sus oraciones matinales, hincado, con los brazos abiertos en cruz, oraba: “Señor, bendice mi día, evítame la pena de hacer trabajos forzosos y forzados. Amén.”
En cuanto salía del oratorio se tumbaba en la hamaca, abría el periódico que mi prima Rosaura le había dejado y miraba cómo el sol salía, se detenía a mitad del cielo a mediodía y se ocultaba detrás de las cabezas montañosas por la tarde. Así, día tras día. Por eso, cuando llegaba la noche y la tía lo llamaba para cenar su café con tostadas, entraba al oratorio antes, se hincaba en el reclinatorio, abría sus brazos en cruz y oraba: “Gracias por este día, Señor, gracias por evitarme trabajos forzosos y forzados. Amén”. Se persignaba y caminaba hacia el comedor donde ya estaban dispuestos su taza de café y el plato con tostadas calentitas.
Me encanta la palabra prórroga, me encanta el sonido de tren que hace la rro. Me encanta la pausa que otorga a la vida. Siempre que puedo dejo lo urgente y hago una prórroga, en intento de rescatar un poco la gracia de la vida.