jueves, 15 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE EL SANTO DE NUESTRA DEVOCIÓN




Querida Mariana: Muchos santos no fueron tan santos. Dicen que San Francisco tuvo una adolescencia disipada, ya luego se convirtió. Acá, en esta fotografía, aparece un santo no tan santo. Me refiero, por supuesto, al del vinil, a Santo, el Enmascarado de Plata, famoso luchador y actor mexicano. El otro personaje, como San Francisco, es de vida disipada y no alcanza (ni alcanzará, diría Teofilito) la conversión.
En la Casa de la Cultura, de Puebla, montaron una exposición para conmemorar el centenario de Santo, el Enmascarado de Plata. Este santo (no tan santo) ha sido motivo de culto por muchos personajes de la vida intelectual de México y por miles (¿millones?) de aficionados al cine y a la lucha libre. Un crítico de cine mexicano nos demostró que el gran aporte de México al cine mundial fue el cine de los luchadores. En los años sesenta y setenta, este cine fue apoteósico, llenaba salas con audiencias frenéticas que aullaban como los hombres lobos con los que el Santo peleaba y vencía. Mi amigo Paco recuerda cómo en el Cine Comitán (con sala llena) los espectadores aplaudían a la hora que aparecía el luchador en la pantalla y comenzaban a gritar ¡Santo, Santo, Santo! ¡Qué prodigio! Jamás un santo, de esos de iglesia, tuvo tal respuesta en la feligresía. Al contrario, los santos católicos inspiran sosiego y llenan de lágrimas los rostros de los creyentes. He visto cómo, cuando sacan a una virgen en una romería, la gente se emociona hasta llegar al llanto. Pero (lo sabemos) tales manifestaciones son más de adentro, más espirituales, no logran la catarsis física que sí lograba la aparición del Santo.
El luchador fue uno de los grandes personajes populares, que logró gran conexión con los cinéfilos y con los espectadores de lucha libre.
En la exposición que presencié vi un cinturón que logró, vi algunas máscaras que usó, vi una serie de revistas que José G. Cruz creó para el personaje y que logró ventas colosales. Había una colección de cartelones donde se anunciaban las películas en que participó al lado de las más hermosas actrices del momento (sostengo que no fue tan santo, porque ahora sabemos que en algunas cintas actuó al lado de mujeres que mostraban sus pechos y que se acostó con ellas en una lucha maravillosa de máscara contra cabellera. Estas películas fueron reservadas para exportación; es decir, los cinéfilos mexicanos tuvimos que conformarnos con ver las versiones light, mientras que en el extranjero sí disfrutaron las cintas donde Santo no sólo daba un beso casto a las compañeras actrices sino que les agarraba el aguayón y les hacía una doble llave sobre la cama).
Ahí, en la ciudad donde estuvo la exposición, el caricaturista De la Cruz (ahora uno de los mejores fotógrafos de México) tiene un personaje de cómic que retoma la imagen de Santo; de la misma manera que los caricaturistas Jalisquillos: Jis y Trino, han hecho famosa la tira de Santo contra la Tetona Mendoza.
Monsiváis nos enseñó a ver a los personajes populares y a decirnos que la cultura mexicana se sostiene en muchos de sus mitos: Uno de los personajes populares más importantes fue el Santo, al lado de María Félix, de Agustín Lara, de Juan Gabriel, de Gloria Trevi y de algunos más que alcanzan el nicho donde están los privilegiados a quienes el pueblo les prende veladoras.
No recordaba, pero lo hice al caminar los pasillos y los salones de la Casa de Cultura, de Puebla; no recordaba que el Santo (siendo famoso, pero ya en declive físico) asistía a las plazas de la provincia mexicana, ahí (de igual manera que lo hizo Cantinflas) se tiraba al ruedo a torear vaquitas. ¿Cómo era posible que el gran luchador, el único superhéroe mexicano, se plantara frente a un animal escuálido a darle dos o tres trapazos con el capote de torero, provocando una imagen hilarante pero de tristeza infinita? ¿Cómo era posible que quien había vencido a marcianos y vampiros se empolvara al enfrentar a un animal flaco? Pues sí, así era. La plaza, como es comprensible, se llenaba de espectadores que ansiaban mirar de cerca al santo no tan santo.
Posdata: Santo, el Enmascarado de Plata, es una presencia que me ha perseguido. En mi cuento “Superman” aparece como personaje principal (es un niño que viste la capa y la máscara plateada) y en mi novelilla “La tarde que conocí el cine” vuelve a ser personaje importante.
Los niños y jóvenes que vivimos el cine de luchadores, en los años sesenta y setenta, lo tenemos como uno de los hilos que movieron nuestros destinos. Aparte de su hijo, hay miles y miles de aficionados que coleccionan chunches de la vida y obra del Santo, el inmaculado luchador que acarició los pechos de Lorena Velázquez (en película que nunca se exhibió en México).