viernes, 23 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL GUATEQUE POR EL CUMPLEAÑOS DE FER




Querida Mariana: Hace dos días, mi amigo Fer cumplió sesenta y dos años de vida. Él, como si fuera una dama del siglo XIX, oculta su edad y la disfraza con una cifra inexacta, dice que cumplió sesenta y pico. Cuando menciona el sesenta lo dice con voz de tiuca sencilla, pero cuando agrega ¡y pico! lo dice con voz de codorniz arrecha y con cierto orgullo de gallo giro, porque quienes conocen a Fer saben que ama la capacidad del lenguaje y, sin querer, alburea bien bonito.
A mí me dice Alexben, porque mis nombres son Alejandro Benito, y me tiene afecto, tanto que, siempre que me topo con él en su ranchito o en la calle, me dice: “Alexben, cuando querás una tu tocada me decís”. Todo mundo sabe que él es el maestro fundador del grupo musical “Voces y Guitarras” y su ofrecimiento (quiero pensar) es para que cuando yo lo desee, él llegue con su grupo musical y toque sin cobrarme un solo centavo, porque es muy generoso conmigo. Paco dice que no, que no es tan sencilla su invitación, dice que siempre me está albureando: “Cuando querás una tu tocada me decís”. Así es que para no meterme en laberintos, le agradezco su ofrecimiento y digo: “Gracias, Fer, por el momento no”. No vaya a ser que Paco tenga razón.
Ayer que enteré que hoy viernes Fer recibirá un homenaje por su cumpleaños “sesenta y pico” y tal acto será en el Teatro de la Ciudad. ¿Qué? Sí, hoy, a las seis de la tarde, habrá un guateque en su honor con música, danza y poesía. ¡Pucha, qué prodigio! El grupo de danza Tenam y su grupo musical harán los honores de ordenanza artística.
Cuando cumplió ocho (hace cincuenta y pico de años) bajé a su casa, toqué en la puerta de madera y él, muy formalito, con su cabello lleno de vaselina, recibió el regalo que le llevé y me invitó a pasar. En ese tiempo aún no me decía Alexben. No sé si me llamaba por mi nombre o me trataba con el Molinari con que muchos me trataban. Me senté en una silla plegadiza de madera, de color verde, y muy formalito esperé que llegara algún compañero de la escuela. Todos los que ahí estaban a esa hora eran amiguitos del barrio o primitos de Fer. Ellos jugaban con una pelota. Yo (tímido desde siempre) los miraba. Una señora me llevó un vaso de cristal con agua de temperante, me preguntó si no iba a jugar, dije que no, entonces me dio el vaso. A mitad del patio había una piñata colgada, suspendida de un lazo que estaba amarrado en dos árboles de tronco grueso. Pensé que en la fiesta habría lo tradicional: piñata (una o dos), temperante, patzitos y pastel. Mi mamá me dijo que Sara, la sirvienta, iría por mí a las seis de la tarde, así como me había acompañado en el trayecto de ida. Yo había llegado a las cuatro. Miré mi reloj y vi que ya eran las cuatro y media. ¿A qué hora llegarían los compañeros de la escuela? Fer se acercó a mí y dijo que me parara, que fuéramos a jugar. Dije que los alcanzaba en cuanto terminara mi agua de temperante. Bueno, dijo él, todo sudado, ya con la camisa blanca desabrochada y fue con sus amiguitos y primitos a seguir con el juego de la pelota.
La misma señora se acercó y me llevó un plato con dos pastelitos de manjar. ¿Quería comerlos? Dije que sí y acepté el plato con los pastelitos. Comencé a comerlos, procurando no manchar mi ropa. Vi el reloj, ya faltaban diez minutos para las cinco. Desde el momento que llegué muchos muchachitos habían tocado la puerta y Fer había abierto, recibido los regalos y, de inmediato, los niños se habían incorporado al juego donde niñas y niños, revueltos, pateaban el balón de un lado a otro. Ninguno era compañero de la escuela.
Fer volvió a acercarse y dijo que si ya había terminado el agua. Dije que sí, pero comenté que no podía pararme a jugar con ellos, porque ahora estaba comiendo pastelitos. Bueno, dijo Fer, y regresó con la marabunta de chiquitíos que disputaba la pelota. Me divertí viéndolos. Una niña, con vestido rosa, se encargaba de cuidar una de las porterías, siempre esperaba los balonazos en una posición acuclillada, lo que le permitía tirarse sobre el piso de tierra sin aventarse desde la altura normal. Yo veía que ella tenía ya raspones en los codos y en las rodillas, pero reía cada vez que atajaba el balón y reía cada vez que el balón pasaba por en medio de sus piernas y el goleador saltaba lleno de gusto, celebrando la anotación. Ella siempre reía, aunque tuviera ya muchos raspones y hubiera aceptado muchos goles del equipo contrario.
Vi el reloj y vi que ya eran las cinco con quince. Me paré, fui a la cocina, busqué a la señora y le entregué el plato. Como ella era un adulto le notifiqué que ya me iría, porque en mi casa me habían dado permiso hasta las cinco y ya se había hecho tarde y yo tenía que subir hasta mi casa, en el centro. ¿Te vas a ir solo?, preguntó. Dije que sí. Ella lamentó que no me quedara para el pastel. Me preguntó si Fer ya sabía. Seguí mintiendo, dije que sí, que ya me había despedido. Ella me acompañó a la puerta y la vi despedirme con la mano, mientras yo subía por la calle empinada.
Apresuré el paso. Casi no salía solo. Lo bueno fue que llegué antes de las seis, justo cinco minutos antes de que Sara saliera. Ella se asombró al hallarme a mitad de la calle. Le pedí que no le dijera nada a mi mamá y le rogué que diéramos unas vueltas en el parque, para hacer tiempo, el tiempo que necesitaríamos en subir desde la casa del cumpleañero.
Yo vivía a media cuadra del parque central. Ahora que vi el letrero que estaba en el Teatro lamenté no vivir en la misma casa, porque así no tendría mayor empacho en ir de casa al teatro, apenas caminaría cuadra y media para celebrar su cumpleaños de Fer.
No sé si Fer soñó que un día su cumpleaños no lo festejaría en el patio de su casa sino en el recinto cultural más importante del pueblo. No sé si Fer soñó que en el teatro habría música, danza y poesía en su honor. No sé si Fer soñó algún día que una muchacha bonita se acercaría a él y al preguntarle su edad, él, adoptando la postura de un gallo arrecho, dijera: Tengo sesenta ¡y pico!
Habrá música, danza y poesía. Estará bien sabroso su guateque. Pero, en lo íntimo, sé que él añorará el juego de pelota y el agua de temperante y la fruta y los dulces de la piñata, y los patzitos y el pastel que ya no comí, porque me fui de su casa antes de que lo partieran.
Posdata: Días después de su cumpleaños número ocho, me enteré que Fer sólo me había invitado a mí. No había invitado a ningún otro compañero de la escuela. ¿Por qué? Porque Fer me quería. Yo también lo quiero, es un buen amigo de siempre. Celebro su cumpleaños sesenta y pico y espero que el pico sea amplio y arrecho, tan amplio y arrecho que en treinta años diga: “Vonós a beber, celebremos mis noventa y tantos, porque ya no pico”.