martes, 6 de febrero de 2018
CARTA A MARIANA, CON DOBLE JONRÓN COMITECO (I)
Querida Mariana: Me gusta el béisbol. Mi papá veía los juegos por televisión, los juegos de México y los de Estados Unidos de Norteamérica. Siempre me decía que lo mejor era el jonrón. Cuando un jonrón aparecía el rostro de mi papá se iluminaba y se unía a los miles de rostros de espectadores que, en el estadio, se levantaban, alzaban los brazos y gritaban emocionados. Y, sin embargo, el jonrón es, tal vez, el movimiento más sencillo del juego porque elimina, de un batazo, la acción y deja a todos los jugadores como estatuas. El bateador conecta a la pelota, con tal precisión y tal fuerza, que ella, como cohete, abandona el cielo del campo de juego y llega al cielo donde el límite del campo colinda con las tribunas y con los espectadores. La pelota va más allá del límite. Los jugadores del equipo contrario se convierten en espectadores y, tristes, levantan las caras y siguen la parábola que traza la pelota. Mi papá decía que ese era un momento sublime. ¡Lo es! Por eso, ahora que he presenciado dos jonrones comitecos editoriales siento la misma emoción que sentía mi papá desde el sofá de la casa.
Los dos jonrones comitecos son propuestas que vuelan por nuestros cielos y que nos demuestran que en la identidad está la esencia. Esto es como un juego de béisbol entre dos equipos conocidos, uno que es poderosísimo, porque está constituido por los mejores jugadores del mundo, es la selección de la globalización, la que arrasa con los demás contrincantes; y el otro, un equipo más modesto, pero que está constituido por jugadores que aman su terruño, este equipo es la selección de Comitán y en esta entrada (¡ah, qué emoción!) han anotado dos jonrones, mismos que han permitido que los bateadores den la vuelta completa y lleguen a home (¿mirás qué bonita imagen? Es como decir que llegan a casa).
El dos de febrero (día de La Candelaria), mientras en el parque central de Comitán muchas personas compraban tamales en la tercera feria del tamal, impulsada por María Elena Jiménez, otra multitud abarrotaba el Teatro de la Ciudad para presenciar la puesta en escena de una Pastorela Comiteca, escrita por Raúl Trujillo Tovar y dirigida por su tocayo Raúl Espinosa Mijangos, el caricaturista comiteco.
La pastorela que Raúl escribió es un grito de sol emocionado, es una caricia de aire sencillo. ¿Algún escritor comiteco se había acercado tanto a la tradición? Nadie lo había intentado antes. Raúl no sólo lo ha intentado, sino que logró un canto de amor a ese filo cultural que tanto arraigo tiene en México. En la introducción, el autor explica que las pastorelas son “representaciones teatrales de carácter festivo y popular que narran las peripecias que pasan los pastores para llegar al pueblo de Belén, en donde ha nacido el Salvador”. Raúl en su compromiso de rescate, preservación y fomento de tradiciones (recordemos que en diciembre presentó el Belén monumental de su autoría, en la plaza de San José. Belén que está reconocido como uno de los más bellos del país, y que presenta en un libro, edición de lujo, que se llama “El belén. Arte, tradición y cultura”), escribió el guion y lo situó en Comitán. El arcángel San Miguel se presenta ante un grupo de indígenas tojolabales y les da la buena nueva, del nacimiento del niño Jesús. De esta manera, genial, divertidísima, emotiva, el grupo de tojolabales peregrinan para llegar hasta donde están Jesús, María y José, pasan por el chumís, llegan al Cedro, se confunden en Las Siete Esquinas y, por fin, después de vencer al demonio (el Cakchoj, en este caso, con diversas caracterizaciones: tía Maty, líder de organización, charro, guía de turistas y Trump) llegan al lugar de adoración.
La noche del estreno mundial, la comitecada gozó de inicio a fin. En la contraportada del libro, que contiene el guion de la pastorela, se hace notar al lector que Raúl Trujillo Tovar cumplió veinticinco años en esa labor de fomento del belenismo. Estas bodas de plata tuvieron una celebración de oro con la presentación de esta Pastorela Comiteca.
Posdata: Raúl pegó jonrón y, gracias a ello, la Selección de Comitán obtuvo una carrera a favor. Los jugadores de la Selección de la Globalización no podían creerlo. Ellos enmudecieron, mientras los espectadores comitecos aplaudían y se emocionaban por ese batazo singular. Quedó demostrado que es posible vencer las influencias extranjeras perniciosas y afianzar la identidad cultural. ¡Bien!