sábado, 17 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY CICLISTAS Y BICICLETEROS




Querida Mariana: Un hombre va sobre una bicicleta. A lo lejos, las montañas. El hombre pedalea con intensidad. Un perro lo ve y echa a correr tras él. El hombre, con pericia, deja el pedal derecho y mueve la pierna para espantar al perro. El perro, saciado su gusto de molestar al pedaleador, regresa a su territorio.
“¡Cómo me hubiese gustado estar ahí!”, dijo el maestro Artemio Torres, la noche de presentación del libro de Julia, su hija. Hablaba acerca del viaje que Julia y Richard realizaron y que es el motivo central del libro de Julia. La voz del maestro era de nostalgia, de vino a punto de derramarse sobre la copa. El libro (publicación de la Editorial Entretejas) se llama: “Cambiando historias. Una comiteca en bicicleta hasta el fin del mundo.” El libro de Julia cuenta las peripecias de un periplo, el viaje de Julio y de Richard, que tuvo a Chiapas como su punto de origen y a la Patagonia como su destino.
Por eso, Cothy Soto dijo: “Es fuente de inspiración para mucha gente”, porque muchas personas que se han enterado del viaje que Julia y Richard realizaron han tenido diversas reacciones, desde los que dicen: “¡Están locos! ¿A quién se le ocurre ir tan lejos en bicicleta?”, hasta los que envidian la naturaleza de la decisión: Viajar cientos de kilómetros sin más estímulo que su deseo de vivir en intensidad y sin más protección que su temeridad.
Por eso, Ari Peralta dijo: “Se fue dejando atrás sus miedos”, porque al subirse a la bicicleta y decir adiós a sus amigos, hermanos y padres, Julia sólo vio hacia la raya del horizonte, que con tiza, estaba pintada en el fin del mundo.
Por eso, María Girasol dijo: “A Julia y a mí nos encantaba estar de cabeza”, porque sólo mujeres que ven el mundo al revés (que debe ser el derecho) se atreven a hacer lo que Julia realizó: un viaje en bicicleta desde Chiapas hasta el extremo sur del continente americano.
Y como el viaje tuvo lo que tiene todo viaje: mil experiencias, a Julia se le prendió el foco (que siempre lo tiene prendido, gracias a que su cerebro tiene una turbina que, como en cualquier planta hidroeléctrica, genera energía gracias al movimiento). Y cuando tuvo prendido el foco sacó su cuaderno (lap top) y pluma (dedos) y escribió sus vivencias. Mientras los demás estábamos en casa o en la oficina, ella y Richard pedaleaban debajo de la lluvia, en la cortina del sol, en la almohada de estrellas. Mientras los demás comitecos tomábamos café en la sala y veíamos la televisión y oíamos el ruido de los autos en las calles, ella y Richard sentían el frío de los Andes y miraban a las llamas y escuchaban el murmullo de los grillos. Mientras los demás comíamos butifarras, chicharrón de hebra, una copa de mezcal y tortillas con asiento, ellos (sobre su asiento, un sillín que soportó su afán) comían una hoja de aire, de aire fresco, recién salido del fogón de Tierra del Fuego.
Julia radica ahora en Nueva Zelanda. ¿Llegó para quedarse allá? La presentación de su libro fue la noche del quince de febrero, en la librería Porrúa, que está en la Casa de la Cultura, en Comitán. Las comentaristas fueron Ari Peralta, María Girasol y Cothy Soto. El maestro Artemio estuvo en representación de la autora, habló por ella, por eso, orgulloso, dijo que su hija ama a la tierra, la tierra, así en pequeño (Comitán), así en mediano (todo el territorio que andó) y en grande (la madre Tierra).
Quienes conocen a Julia saben de su compromiso con el medio ambiente. Tal vez su pasión por la bicicleta sea parte de ese compromiso. Porque los ciclistas han optado por vivir de mejor manera con un profundo respeto por el entorno. Los ciclistas alaban las bondades de su práctica: hacen ejercicio, oxigenan su espíritu y su cuerpo y evitan la contaminación que sí provocan los automovilistas. Ellos, los ciclistas, están en movimiento constante, mueven el mundo desde su mundo.
Julia quiso comunicar esa experiencia, que no se quedara sólo como una gran aventura para ellos sino que se compartiera. ¿No es ese el principio fundamental de la vida: Compartir? Los no creyentes en los libros piensan que es imposible vivir otras vidas a través de los libros, son adoradores de esa frase que dice: “Nadie experimenta en cabeza ajena”. Digamos que esos ateos tienen razón y los lectores del libro de Julia no podemos vivir la experiencia vital que ellos tuvieron. ¿Cómo es posible que yo, desde el sofá de mi casa, pueda recibir el ciento por ciento del aire que ellos respiraron? Digamos que eso es cierto, pero lo que sí podemos experimentar, a través del libro y de las vivencias ahí narradas, es el sentimiento que abona el título del libro: “Cambiando historias”. Todo mundo puede obtener alguna reflexión que lo haga decidirse a hacer lo que ha postergado tanto tiempo. Yo, viejo de sesenta (casi sesenta y uno), cuando leí el libro de Julia no me sentí inspirado por su aventura para emprender una acción semejante (monto bicicleta de manera muy pochoroca y odio mojarme), pero sí pensé en los jóvenes que están a punto de iniciar el gran viaje. La noche de presentación alguien dijo que el mensaje del libro de Julia era: “Si ella pudo, ¿por qué yo no?”; es decir, que cada uno trepe a su bicicleta y emprenda el viaje para conseguir sus sueños. Porque lo que Julia hizo fue materializar un sueño. Una tarde se planteó la pregunta: ¿Llegar al fin del mundo en un viaje en bicicleta? Apenas había formulado la idea cuando aparecieron, sin duda, una serie de barreras, aparentemente infranqueables: ¿Con qué dinero? ¿Y mi trabajo? ¿Y mi camita y mi comida calentita? ¿Y la inseguridad de los caminos? ¿Y el problema del paso de una a otra frontera?... Mil problemas. Pero, sin duda, en el otro canasto de su balanza sentimental aparecieron mil gotas de agua limpia que la impulsaron, al término de la jornada, a decir: “¿Por qué no?”, y cuando dijo que sí era posible, dijo ¡sí!, a la vida.
La librería estuvo llena la noche de presentación, estuvo llena de amigos y de lectores. La sala parecía insuficiente. Todos estaban reunidos, porque dos ciclistas habían llegado a La Meta. Una meta, por fortuna, temporal, porque después de alcanzar la cumbre, desde la cima se ven muchas más montañas que, como si fuesen una muchacha bonita, mueven el dedito, con movimiento de gancho, para decir: “Ven, acá te espero.”
Cuando Luis Armando Suárez, director del centro cultural y editor del libro, vio la sala llena dijo: “Julia ha bicicleteado la amistad” y yo pensé que ese verbo es bello y que Luis Armando lo había empleado muy bien: Sí, hay personas que bicicletean la amistad, que la llevan a lugares con pinos, con aroma de juncia, con aire limpio y que hacen ejércitos de amigos que coinciden en la ruta del atrevimiento y del gusto por la vida. La sala estuvo llena, pletórica. Ahí, en la muchedumbre, estuvo el maestro Artemio Torres, papá de Julia, quien dijo: “¡Cómo me hubiese gustado estar allí!”, refiriéndose a cada punto geográfico de cada instante vivido por su hija y por Richard. Sin duda que Julia, desde donde estuvo presenciando la transmisión en vivo de la presentación de su libro, pensó lo mismo: “Me hubiese gustado estar allí”.
Y esa noche muchos vivimos la emoción desbordaba de Julia y Julia vivió la placidez y cariño que caminan por este pueblo, que caminan viendo cómo los ciclistas trepan sobre sus bicicletas y recorren el mundo, al tiempo que van guardando en sus bitácoras cada experiencia como si fuese una de esas piedritas que se recogen en un día de campo.
La sala de la librería estuvo repleta de amigos de Julia. Todos la imitaron. Como dijo Luis Armando: bicicletearon la amistad, porque no hay sensación más plena que trepar a una bicicleta y, mientras pedaleamos, sentir el aire en la cara; no hay momento más sublime que pedalear muy duro y soltar el manubrio y levantar las manos y gritar: “¡Me atreví!”, y pensar que uno vuela sin necesidad de batir alas, sin necesidad de abandonar el piso, el suelo, la tierra, esa tierra que Julia ama y respeta.
El papá de Julia terminó su participación diciendo que ella, su hija, siempre lleva en su corazón el verso de Méndez que dice: “México ¡creo en ti!”. Yo pensé: ¡Creo en los que creen en este país! Porque hay bicicleteros y ciclistas, ¿verdad?
Posdata: El hombre va en una bicicleta. Pedalea. Mira las montañas, siente el aire, hincha sus pulmones y su corazón. Otro perro sale para molestarlo. El hombre pedalea y deja atrás al perro. Así es la vida, siempre. Hay que evadir a la bola de chuchos que quieren impedir nuestro avance. Seamos ciclistas de corazón. No perdamos la línea del horizonte, la brújula de nuestros sueños. Ahora, como si fuésemos un solo ser, digamos, junto con Julia: ¡México, creo en ti!