sábado, 24 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, CON MUNDOS ESPINUDOS




Querida Mariana: ¿Por qué algunos animales tienen espinas? ¿Por qué algunos chayotes traen espinas?
¿Quién es la persona que tiene un cuchito como mascota? Varias. Hay películas y novelas que cuentan historias donde los cuches son incorporados como integrantes de la familia, les arman su casa, les dan de comer, lo llevan con el veterinario, lo apapachan y lo mantienen en un espacio limpio para que no apeste a cuch de chiquero. Pero, ¿cuántas personas eligen a un puerco espín como mascota? Pienso que pocas, muy pocas. Como el cuch es primo hermano del puerco espín no hallo más explicación para tal diferencia que el hecho de que este último tiene ¡espinas! Nadie quiere una mascota con espinas, con púas. ¿Imaginás a una familia que exponga a sus niños a una herida de púa? Las espinas no son bien vistas ni bien recibidas. La espina nos remite a ideas nefastas. Todos los católicos de inmediato piensan en la corona que le impusieron a Jesús, camino al calvario. Es dramática la imagen que ve un niño que entra al templo y encuentra a Jesús clavado, con una corona de espinas y con gotas de sangre en la frente. ¿Por qué el puerquito mencionado tiene púas? ¿Acaso ya advertía que en el futuro las casas comitecas (y de todo el país) necesitarían serpentinas con púas para tratar de desalentar la ambición de los maleantes?
Medio mundo (lo sé) prefiere como mascotas a gatos y a perros por encima de un puerco espín. Las púas no son agradables al tacto, al contrario.
El otro día Pau y yo caminamos por la bajada del mercado Primero de Mayo y vimos a las canasteras que, en la banqueta, venden cacahuates o pastelitos de manjar o mangos o aguacates o chayotes hervidos. Muchos automovilistas se detienen tantito y piden una bolsa de cacahuates, de diez pesos, o cinco pastelitos de manjar o dos aguacates (“que ya estén maduros, listos para comer hoy”) o un chayote hervido. Cuando un señor de bigotes de estilete, estilo Salvador Dalí (desde un jetta del año), pidió un chayote, la vendedora preguntó: “¿Se lo pelo?”. Dos vendedores de relojes se rieron y festejaron lo que parecía una pregunta indiscreta o una proposición indecorosa: “¿Se lo pelo?”. El automovilista no le dio otro sentido a la pregunta y, muy serio, dijo que sí, que, por favor, le quitara la cáscara al chayote. La mujer metió la mano derecha en una bolsa de plástico y comenzó a quitar la cáscara bien espinuda.
Yo recordé que a Tony, amigo de la primaria, le decíamos “Cabezota de chayote”, porque siempre llevaba un corte de cabello como de soldado raso y si colocábamos la mano sobre la cabeza ¡picaba!
Pau preguntó por qué la vendedora se ponía la bolsa de plástico en la mano y antes de que yo respondiera a su pregunta dijo: “Es una tontería, de todos modos se espinará” y agregó que la mujer debía ponerse un guante de esos que usan los electricistas. Yo sonreí. Dentro de mi escaso conocimiento de la vida práctica le dije que la vendedora se había puesto la bolsa de plástico por cuestión de higiene, para que su mano (toda sucia) no tocara al chayote desnudo. Pau entonces dijo que la mujer se espinaría. Sonreí. Nada dije, porque sé que esas mujeres tienen las manos callosas y las espinas no las hieren. Esto es lo que sé. O cuando menos quiero pensarlo.
Nada sé del puerco espín ni del chayote. Sólo sé que a mí me seduce la maravilla que es el chayote. ¿Te has dado cuenta, querida Mariana, que el chayote es un vegetal sensacional? Su semilla, cuando menos en Comitán, recibe otros nombres: pepita, lengua y corazón. ¿Mirás qué cosa más sensacional? Cuando tenía ocho o nueve años, en el sitio de la casa de tía Maty, jugaba con Herlinda. Ella (mi mamá siempre lo había comentado) era mayor que yo, pero como era menudita, parecía más pequeña. Tenía una sonrisa de gaviota volando al atardecer, cuando sonreía sus labios se extendían como un lago. En esa ocasión estábamos debajo del tapesco de una mata de chayote. Desde entonces me encantan los espacios cerrados, esos cielos improvisados que son como una casita que da calor. Ella había cortado un chayote y lo pelaba. Me decía que jugaríamos a la comidita. Yo pensaba en que no aceptaría comer el chayote crudo, mi mamá siempre lo servía calentito en la mesa, bien hervido, cortado en pedazos, aderezado con tantito limón y bastante sal. ¡Era rico! El chayote era rico. Cuando Herlinda terminó de pelar el chayote lo puso sobre el piso y, con sus manitas, lo cortó en pedazos, mientras, como si deshojara una margarita (tal vez, el término más correcto sería despetalar), decía: Me quiere, no me quiere... Volví a pensar que no aceptaría comerlo crudo. Cuando llegó al centro del chayote, ella sacó la bolsa que contenía el corazón. Abrió la bolsa con cuidado y, con sus dedos pulgares, empujó hacia arriba: el corazón apareció. Entonces, Herlinda se acercó más y dijo, con voz queda: “¿Querés comer la pepita?”. Yo pensé que no aceptaría comerla cruda, pero ella, empujaba más con sus dedos pulgares y el corazón del chayote se asomaba ya casi entero por encima de la ventana de la bolsita. Yo tenía ocho o nueve años, era un niño ingenuo, pero no tanto como para no saber que, cuando menos en Comitán, la palabra pepita tenía también un significado erótico. Nunca he olvidado esta imagen: Herlinda, con voz baja, con los ojos entornados, empujando la semilla, debajo del tapesco, incitándome a comer la pepita. ¡No!, le dije a Herlinda, no voy a comer la pepita. Ella la tiró y dijo, muy molesta: “No sabés jugar, sos un pendejo”, tomó varios pedazos de chayote llenos de tierra y me los aventó a la cara. Yo alcancé a cubrirme los ojos y luego me limpié con la mano. Cuando abrí los ojos, vi que Herlinda corría hacia la cocina. Pedí a los dioses que no me acusara con la tía, pero luego pensé de qué podía acusarme, ¿de que no quería comer chayote crudo?, ¿de que no quería comer la pepita?, ¿de que no sabía jugar?, ¿de que era un pendejo?
Nunca sabré por qué el chayote tiene espinas. ¿En qué instante la naturaleza dotó de púas a un vegetal tan encantador? ¿En qué momento el comiteco le puso tantos nombres a la semilla? A mí me encanta ver la pepita en el instante que la culebra verde de su raíz se levanta como se levantó la serpiente en el momento que tentó a Eva en El Paraíso; me encanta escuchar que una persona, cuando ofrece un pedazo de chayote hervido, le dice a otra: “¿Querés la lengüita?”. ¿A poco no es un prodigio el hecho de que un vegetal tenga lengua? No conozco otra verdura o fruta que tenga lengua, que se coma, que sea suavecita. Si como un durazno, por ejemplo, sí encuentro la pepa o semilla, pero ésta, cuando menos en Comitán, no se conoce con el nombre de lengua, porque no tiene la forma y es dura como piedra. El durazno ¡no tiene lengua! No tiene lengua el mango ni la toronja ni el jitomate ni el pepino ni la pomarrosa. (Por cierto, qué nombre tan bonito, ¿verdad? ¡Pomarrosa!)
Cuando camino por las calles del centro encuentro a varias mujeres, sentadas en la banqueta, vendiendo chayotes hervidos. Mi compadre Miguel dice que comer chayotes es un acto bobo, dice que (así lo dice) es “Hacer caca de balde”. No le gustan los chayotes. Mi mamá hace unos chayotes horneados que son una delicia. No sé qué diría Miguel si supiera que mi mamá los parte a la mitad, les quita las lenguas (éstas las separa), y luego, con una cuchara, les quita toda la carnaza hasta dejar sólo las cáscaras que son como lanchas. A la carnaza le agrega almendras molidas y otras esencias y esa mezcla la usa para rellenar las cáscaras. Al final le espolvorea pan molido y mete los chayotes al horno. ¡Ah!, (como dijeran los italianos) ¡mama mía, qué delizia!
¿Qué vegetal crece debajo de un tapesco? Mi papá mandó a hacer un tapesco a una planta de uva. Me sorprendió ver las guías del viñedo enredarse en las ramas del tapesco. Rosa dice que la granadilla, como también es fruta de guía, crece en tapescos.
De niño me encantaba jugar debajo del tapesco del chayote que tenía sembrado la tía Maty. Era tan semejante a aquellas tardes en que con Rocío, Manuel y Elena, con palos de escoba, muebles y colchas y mantas hacíamos una casa de campaña, a mitad de la sala. Nos metíamos debajo y jugábamos a todos los juegos que nuestra imaginación provocaba. Jamás (ahora que lo pienso digo que fue una lástima) Herlinda estuvo en esos juegos. Hubiese sido maravilloso que, con esa voz sugerente que usaba siempre, nos invitara a comer una pepita o chupar una lengüita.
Posdata: No todos los chayotes tienen espinas. Ni todos los puercos tienen púas. Hay cuchitos que tienen la piel bien lisita, de igual forma hay chayotes que son lisitos. En la vida hay seres humanos que tienen el cabello como chayote y hay ciudades que también son ciudades chayotes. A mí me gustan las ciudades que son tersas, que permiten que uno camine como si acariciara sus banquetas y calles. Pau es una niña linda, tersa, aún no tiene púas. Pido a Dios que se conserve así siempre. Como vos.
Es una pena que ahora muchas casas tengan coronas de espinas en lo alto de sus fachadas. ¿A vos te gusta comer chayote hervido? ¿Te gusta comer la lengua del chayote? A mí me encanta saber que el chayote tiene lengua; me encanta pensar que, como si fuera un caracol de mar, puedo llevar un chayote a mi oreja y dejar que me hable, que me cuente historias, historias del corazón o historias donde alguien come una pepa, una pepa rica, sabrosa, infinita.