domingo, 4 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN LAS PUERTAS DEL CIELO




Querida Mariana: “Las puertas del cielo” es el título de un cuento de Julio Cortázar. No sé qué hubiese pensado Julio si una tarde de éstas mirara la foto que ahora estás viendo. ¿Qué habría dicho? No lo sé. Yo digo que, cuando menos, diría que todo en la vida es una serie de secuencias, término que usaba con frecuencia para dar una explicación a lo que está más allá del polvo de nuestros días cotidianos.
Y digo esto, querida mía, porque un día el contador Moya (comiteco) subió esta fotografía a las redes sociales. Para los lectores del mundo de afuera, la foto tiene elementos sencillos. El contador subió al metro de la Ciudad de México, iba con rumbo a Ciudad Universitaria. Él subió detrás de un grupo que, apresurado, abarrotó el vagón. Se paró al lado de la puerta para tener acceso fácil a la hora de salida. Vio a los hombres y mujeres que, por ese instante, eran sus compañeros de viaje. Algunos bajaban antes de la estación y otros, lo supo, era obvio, seguirían viajando después de que él lo hiciera. A final de cuentas, esto del vagón del metro (ya Cortázar lo sabía) no es más que una metáfora de la vida: Viajamos juntos por un determinado tiempo, algunos se bajan antes, otros bajan con nosotros al mismo tiempo y unos más continúan el viaje.
Para los lectores del mundo de afuera esta fotografía no dice más que eso: Un vagón, en un viaje cualquiera, con pasajeros que van ensimismados o leen o platican con amigos o con sus parejas o descubren, asombrados (como el contador Moya) que el juego de los parecidos tiene mucho de ese juego que Cortázar jugaba a menudo y que las puertas del cielo se abren como grietas de luz o como rasguños oscuros.
Digo que para los lectores del mundo de afuera (digamos, los que viajan en otro vagón) esta fotografía no dice más, pero para los lectores de Comitán la fotografía es una línea de luz que contagia de terror la mirada. El contador Moya vio al hombre que viajaba en ese mismo vagón y sintió que una corriente de aire frío le recorría la espalda, que una garra le partía el cristal de su memoria y se hacía añicos, porque este personaje de la Ciudad de México era muy parecido, parecidísimo, al maestro Julio Avendaño Tovar, personaje entrañable de Comitán que había fallecido dos o tres meses antes en Comitán. Y el contador Moya subió al vagón y dos minutos después vio a ese hombre tan semejante y fue como si el destino le refregara una lija en el corazón. Por eso el contador cedió a la tentación, sacó su celular y, con cuidado, apenas por debajo de su cintura, apretó el botón para tomar la foto, para que fuera constancia de esa hendidura del tiempo, de esa coincidencia brutal, de esa secuencia insólita. Y tomó la fotografía y les dijo a los comitecos que se había topado con un hombre parecidísimo al maestro Julio y todo Comitán vio la foto y se asombró ante el parecido.
Y ahora, tal vez, ya nadie recuerda este suceso, pero ¿qué habría dicho Cortázar, quien era un obsesionado con estos juegos metafísicos? ¿Qué hubiera dicho él, quien escribió ese cuento fantástico que se llama “Las puertas del cielo” y que comienza diciendo: “A las ocho vino José María con la noticia, casi sin rodeos me dijo que Celina acababa de morir…” y cuenta que Celina era pareja de Mauro y que éste la había sacado de trabajar en algo que era como un cabaret y una noche, muchas noches después de muerta, el narrador, amigo de Mauro, lo lleva a un salón de baile y, de pronto, ambos ven a una mujer que baila y que, de igual manera que le sucedió al contador Moya, tiene un parecido enorme con Celina, la mujer que murió hace días. Mauro le pregunta al amigo narrador: “¿Vos te fijaste?”. Sí, responde el amigo, y Mauro insiste: “¿Vos te fijaste cómo se parecía?” Y ahí acaba el cuento.
La historia del contador Moya también termina acá. Con voz de canario aterido nos preguntó: ¿Se fijaron?, y nosotros dijimos que sí, y él insistió: “¿Se fijaron cómo se parecía?” Y ahí acabó el cuento. Acabó con la certeza de que vimos, por un instante, “Las puertas del cielo”.
¿Qué hubiera dicho Cortázar al conocer esta historia? En el momento que Moya le preguntara: ¿Vos te fijaste cómo se parecía?
Posdata: Uf, las puertas del cielo, las secuencias, las figuras. ¡Uf! Los comitecos que conocieron al maestro Julio Avendaño Tovar casi asegurarían que el hombre que viaja en este vagón es él, pero no puede ser él, porque el maestro murió tres o cuatro meses antes de este instante. ¡No puede ser! ¿No puede ser?