jueves, 22 de febrero de 2018

DEFINICIÓN DE PLACER




Elisa y yo estábamos en el campo. Habíamos ido con un grupo de amigos. Elisa y yo nos separamos tantito para levantar hojas secas, mientras los demás bebían y comían alrededor de un mantel de cuadros rojos y blancos que estaba tirado en el piso. Reían. Desde donde nos acuclillábamos para recoger las hojas oíamos las risas que eran como una explosión sencilla de luz. Elisa se acercó a mí y dijo que eso era el placer. Me incorporé y le dije que también era placer lo que nosotros hacíamos. Ella me vio desde abajo, acuclillada, rio y dijo que uno de los placeres más intensos que tenía era hacer pis y rio y yo la vi acuclillada, casi como si estuviera en posición de hacer pis. Reí, pero mi risa fue de nervios. Imaginé la escena y me puse colorado y ella me vio y dijo que sí, que el placer, siempre daba vida a la sangre, la sangre, que es el río de la vida. Estiró la mano y me jaló para que yo también me acuclillara a su lado y fue cuando, en voz baja, como si fuera un pajarito con la pata lastimada, dijo que ella siempre pensaba que sería más bello que placer en lugar de ce se escribiera siempre con ese. Yo dudé y ella rio, dijo que era un tonto y entonces, como si fuera una maestra de kínder, explicó con manzanitas: Decía que placer debía escribirse con “ese” y levantó la mano y señaló con su índice a Roberto que venía hacia nosotros. Entendí su comentario con doble sentido. Sí, que placer se escribiera con ese; es decir, con Roberto. Entonces le dije que en caso de los hombres no se aplicaba el comentario, porque no podíamos decir que placer se escribiera con “esa”, porque no cabría como chiste, pero ella volvió a reír y volvió a decirme que era un tonto. Yo volví a sonrojarme. Ella dijo que en mi caso, “en caso de que seás hombre”, dijo y rio; en mi caso yo debía decir lo mismo que ella: “Placer debe escribirse con ese” y que yo se lo debía decir a una muchacha bonita y al decirlo debía señalar su entrepierna. “¿Entendés?” Sí, entendí. Claro, para jugar el juego que ella proponía bastaba señalar partes del cuerpo. De hecho (yo siempre ingenuo) no me había dado cuenta que cuando ella pronunció que placer debía escribirse con ese había señalado no todo el cuerpo de Roberto sino una parte en específico.
Placer debería escribirse con “ese”. Mario Vargas Llosa dice que estos tiempos han perdido parte del erotismo que hacía más interesante el mundo anterior. Tal vez este juego vuelve a abrir la puerta. Tal vez la palabra placer debe escribirse con “ese” y ese puede ser cualquier parte del cuerpo del otro o de la otra. Cuando el otro (o la otra) acepta el juego, el placer encuentra el objeto preciso. Éste puede ser un dedo, un bolígrafo, un cerillo o un pene o un clítoris.
Si en clase de español un maestro dijera que placer se escribe con ese confundiría a toda la clase, pero tal vez habría una muchacha bonita que entornara los ojos e imaginara que “ese” es el objeto que otorga placer, aun cuando tuviera la certeza de que tal palabra se escribe con ce y no con ese.
“¿Entendés, tontito?”, dijo Elisa, mientras metía una hoja seca de laurel en el morral donde habíamos colocado hojas secas de roble y de una ceiba inmensa.
Sí, yo entendí que uno es el lenguaje de todos los días y otro el lenguaje que los amantes pueden usar en las horas del tiempo especial. Entendí que una era la palabra para designar las cosas de todos los días y otra la palabra para nombrar la pausa infinita que alcanzan los amantes.
Vi el rostro de Elisa, era como una hoja fresca de un renuevo, era como una espiga de luz, una línea de Dios. Su rostro era un espejo que tenía escrita la palabra placer con un delineador rojo. A lo lejos, nuestros amigos reían en torno al mantel blanco y rojo.