sábado, 3 de febrero de 2018

CARTA A MARIANA, CON SIGNOS DE IDENTIDAD




Querida Mariana: Por favor, mirá con atención la fotografía que anexo. ¿Ya miraste? Son pocos elementos, pero pueden sintetizar mucho de nuestra identidad comiteca.
Si querés vamos analizándolo poco a poco. Primero hagamos una relación de los elementos que acá aparecen. Va. Está el León de La Pila (luego veremos que no es león). ¡Ah, bonita historia! Todo mundo habla del León de la Pila y resulta que lo que ahora hay es un puma (dicen), un puma americano, ¡ah, pucha!
Hay cables. Sí, un signo de los tiempos modernos. Ahora no hay calle que no esté plagada de cables. Luego un techo con tejas, un techo medio torcido. Si mirás bien, en la barbilla del animal, aparece una serie de vigas de madera que sirvieron para sostener el techo de una casa, cuyo techo ya fue demolido porque significaba un gran riesgo. Es la famosa casa de doña Virginia Pérez de Avendaño.
¿Qué más? Ramas de un árbol enorme, de algún sitio; un techo de lámina transparente y una barda rematada con celosía triangular hecha con ladrillos sencillos.
¿Algo más? No, parece que es todo. Claro, hay un sol espléndido y el aire que llega, como muchachito, corriendo desde la Ciénega.
¿Platicamos algo acerca de la casa? Durante mucho tiempo estuvo el techo a punto de derrumbe, ahora ya quitaron las vigas podridas y todas las tejas, por lo que ahora es puro cascarón, pero si uno se da una vuelta por ahí advierte la majestuosidad del patio central. Ahora que la casa ha llamado la atención de nuevo, por el deterioro en que se encontraba y por la cercanía del festejo a San Caralampio, que se da en febrero, muchas personas recuerdan que ahí, en ese patio generoso se realizaban los bailes populares. Pero además, han brincado historias que marcaron el Comitán de antes. Una de las historias es la que cuenta que doña Virginia tenía una cantina en la mera esquina de esa casa (el barrio de La Pila, se sabe, siempre ha sido un barrio bravo y estuvo plagado de cantinuchas y de burdeles). Una tarde, en el interior de la cantina se armó una disputa, los dos contendientes salieron a la calle y uno de ellos sacó un machete y, como si fuera un cuch, le metió una tarascada al otro en la cabeza. Cuando los curiosos vieron que el del machete estaba a punto de soltar otro mandarriazo lo abrazaron, para evitar que ocurriera una tragedia. Pero el herido se dio cuenta de este movimiento y, de su chamarra, sacó un puñal y se fue contra el del machete, quien, como estaba sujetado no pudo defenderse y terminó con un hoyo a mitad de la parte inferior de la panza. Los dos contendientes quedaron malheridos. Los llevaron al hospital de inmediato y ahí los acostaron en camas vecinas, cuando la borrachera se les bajó se quedaron viendo y uno de ellos dijo: “¿Ideay, compadre, me querías rajar la cabeza?”, y el otro contestó: “Eso no era mayor problema, vos me querías capar”.
¿Y qué pasó con el león? Todo mundo en Comitán, al referirse a la leyenda, habla del león. Yo nunca he escuchado que algún mayor diga: “Y sucedió que buscando agua hallaron a un puma americano…”. Nunca, siempre he escuchado que hablan del león de la Pila. Por eso, hace muchos años, una junta del barrio mandó a hacer una escultura de piedra que diera constancia del hecho, inmortalizando al famoso león. El escultor (sin mucha escuela) hizo un león rechoncho, con una gran melena, tal como los había visto en las películas de Tarzán o en la introducción de las películas de la Metro Goldwyn Mayer. Y todo estaba muy bonito. Pero nunca falta el experto que, con lupa en la mano, como si fuese Sherlock Holmes, dijo que ese león de melena sólo existía en las regiones de África, que por acá se paseaban los pumas americanos. ¡Ah!, el escultor Luis Aguilar oyó eso y dijo: “¡De acá soy!”, e hizo la escultura que ahora está trepada sobre una piedra pintada de rojo jode la vista. Debo decir que las dos esculturas no dan fe de la leyenda, porque la leyenda cuenta que los conquistadores españoles hallaron al animal bebiendo agua, y el león de piedra como este puma de bronce andan pajareando, viendo para otro lado, menos hacia el manantial. El puma que hoy existe mira hacia donde están los chorros, como pensando: “¡Total, ahora ni agua hay!”. Ya el colmo se dio cuando, sentados en una banca del parque de la Pila, Manuel me dijo: “¿Puma americano? A mí se me hace que lo que hallaron los conquistadores fue un jaguar. El jaguar era el animal que más se paseaba por estos lugares”. Milagro no lo ha oído Luis, siendo tan hábil como es, ya se habría presentado en la presidencia para proponer una nueva escultura. Si se lo aprobaran, por amor de Dios, que lo ponga bebiendo el agua, tal como sí lo hizo el artista plástico, don Rafael Muñoz, en el mural que existe en la casa de la cultura. Aunque, aquella tarde, Ramón que estaba con nosotros, ya en plan de broma, dijo que tal vez ni fue un puma americano, ni un jaguar, dijo que lo que más camina por acá es el mico de noche, total, dijo, de noche, todos los micos son pardos.
Lo que realmente importa es que haya elementos de análisis y de reflexión. La presencia de esa escultura nos recuerda los orígenes míticos de Comitán y permite que los jóvenes tengan elementos para afianzar su identidad. Los mayores que acuden con sus hijos y nietos al parque de la Pila ven la escultura y cuentan la leyenda. ¡Ah!, es maravilloso ver a los niños sentados en el suelo rodeando al abuelo. Los niños, como tigrillos, beben del manantial de la historia, de la vida. Lavan sus manos en las nubes de la tradición oral, aunque uno de los niños, el más vivaracho, como en conocido comercial televisivo, pregunte: “¿Y el león, apá?”.
¿Mirás qué foto tan decidora es esta foto? Es apenas una esquinita de la Pila y está llena de detalles sublimes, de semillas que germinan en el espíritu comiteco. En el interior de una casa hay una barda que tiene esos triángulos que fue característica fundamental de la arquitectura comiteca. Siempre ha llamado mi atención ese rasgo decorativo. Llama mi atención porque me parece que es uno de los grandes hallazgos de la arquitectura mundial que siempre, sin importar si es del siglo XX o del XXI, persigue la funcionalidad y la belleza con la inclusión de elementos sencillos. ¿Qué más sencillo que realizar este prodigio con sencillos ladrillos que forman triángulos y que, como toda buena celosía, permite el paso del aire, del sol y de las miradas?
Muy pronto el barrio se llenará de jolgorio, aparecerá la lluvia de los eques y de los cohetes y de la marimba y de los niños vestidos de diablitos y de las matracas y de la juncia y de los vendedores de colchas: “Cobertores, setecientos, ¡damos uno, damos otro!, es de terciopelo, ese es su regalo, ¡ochocientos, damos otro! Todo el juego, ¿quién lo quiere? ¡Seiscientos! Ese es jumbo, es el grande, y tú pagas”. El templo del santo consentido de los comitecos se llenará de incienso, de veladoras, del tambor y pito, de rezos, de hombres y mujeres que llegan a pedir bendiciones y a agradecer los milagros que San Caralampio da de manera generosa, porque los creyentes dicen que tata Lampo, desde que llegó a este pueblo y salvó a las personas de la peste, ha sido un santo de gran reciprocidad: los creyentes lo aman y él ama a los creyentes. ¡Eso es amor!, lo demás son miserias. La fidelidad de los comitecos está a prueba de fuego, de igual manera, la fidelidad del santo hacia Comitán es infinita. El santo comiteco cumple a cabalidad lo que dice el Apocalipsis, 2, 10: “Sé fiel hasta la muerte”. ¿Cuántas mujeres cumplen tal sentencia? ¿Cuántos hombres? ¡No!, no, nada digás, ¿para qué nos metemos en profundidades?
El parque (que a mí no me gusta, que se me hace el parque más feo del pueblo) se llenará de vida, de luces. Las personas armarán el guateque, todo en nombre de Tata Lampo. El viento jugará a brincar la cuerda en la fronda de la ceiba, los niños se treparán sobre el “puma” y su lomo será como una resbaladilla; los grupos de fieles llegarán desde las rancherías lejanas, con sus estandartes y con sus hatos de flores y, como los españoles en el Camino a Santiago o los musulmanes cuando llegan a la Meca, dirán: “¡Este año hemos cumplido!”, y cuando la tarde asome su cara en la plaza, los peregrinos regresarán a sus comunidades, cansados, pero satisfechos, y pensarán que han estado en el verdadero corazón de Comitán, porque ahí, donde los chorros platican con su canto de tiucas húmedas, ahí está la esencia del pueblo.
Posdata: Siempre que febrero llega pienso en la feria de la Pila y releo el pasaje que Rosario Castellanos cuenta en su novela “Balún-Canán”, la historia del indígena que sube a la rueda de la fortuna. Es una imagen triste, porque habla del instante que los tojolabales dejan la orilla del centro y se atreven a colocarse en el punto nodal, expuestos (todavía) a sufrir el látigo de la degradación, porque llegan a caminar por los lugares donde antes caminaban con la frente en alto, por los lugares donde los tigrillos eran los amos y bebían el agua del manantial. Claro, eran tiempos antes de los conquistadores, antes que los caxlanes levantaran sus murallas.