jueves, 26 de septiembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON AROMAS EXQUISITOS




Querida Mariana: Hay palabras que son como el aroma de las galletas que preparaba la abuela. Son palabras que nos remiten a la infancia, que parecen saltar sobre cuerda, correr en los pasillos, trepar a los árboles.
A veces camino por las calles de Comitán y escucho un rumor que, sin duda, proviene de un oratorio. Sí, todavía existen esos espacios. Detengo mi caminata y aguzo mi oído. Imagino el entorno: un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús colgado a la mitad de la pared y un san Caralampio de madera sobre la repisa, donde tiembla una flama de veladora, que provoca sombras juguetonas. Escucho: “Ruega por nosotros”, tres palabras que son la cuerda que me jala al tiempo en que era niño, al tiempo en que mi abuela vivía y se hincaba en el reclinatorio forrado con terciopelo rojo. ¿Quién ahora ruega por nosotros, en este valle de lágrimas?
Vos no podés imaginar que a la hora de rezar La Salve los niños decíamos una palabra simpática. Escuchá: “Ea, pues, Señora Abogada Nuestra…” ¿Escuchaste? ¡Ea! ¿Cómo ea? Pues sí.
Yo, en varias ocasiones, usé el Ea a la hora de jugar vaqueros en el sitio de la casa, lo usaba para azuzar a mi caballo de madera: ¡Ea, ea, ea! Era como si pidiera a la Señora Abogada Nuestra (que era la virgen) le echara julepe a mi caballo para que yo pudiera apartarme de los indios que me perseguían. A veces, camino por las calles de mi pueblo y escucho rumores provenientes de oratorios.
El otro día caminaba por una calle y miré un portón con una cartulina verde fluorescente (estrategia de mercadotecnia para llamar la atención) y leí la palabra “Baratillo”. ¡Ah, qué paro en seco! ¿Baratillo? Palabra niña contenta, niña modesta. En tiempos que medio mundo abre el portón de su casa y coloca letreros de “Bazar” o de “Venta de garaje”, apareció la palabra simpática: Baratillo, que es una palabra más nuestra. Antes, las casas no tenían garajes, los autos eran pocos; antes, nadie usaba la palabra bazar. El maestro Jorge dice que la palabra bazar nos llegó de Persia y sí, en efecto, alude a un mercado. ¿Y la palabra baratillo de dónde proviene? Está más cerca de nuestra esquina. Viene de barato, palabra a la que se le agrega el sufijo illo. ¡Qué simpática! En los años sesenta, el papá del actual senador por Chiapas, Eduardo Ramírez Aguilar, tuvo un negocio que se llamaba “El baraterito”. Yo, igual que la niña protagonista de “Balún-Canán”, novela de Rosario Castellanos, bajaba por la pendiente que va al mercado primero de mayo y leía el letrero “El baraterito”, mi mamá decía que ahí estaban las anheladas tres bes: bueno, bonito y barato. ¡Barato! En ese tiempo, a nadie se le hubiese ocurrido bautizar a su negocio con el nombre de Bazar o bazarcito. ¡No! En esos tiempos las palabras indicadas eran: baraterito o baratillo. Y el otro día, en pleno 2019, asomó la palabra “Baratillo”, que escribió alguna persona de cierta edad. Esa persona no sabe que a mí me regaló una palabra que acarició mi corazón, que fue como una almohadilla para arrullar mi nostalgia.
En tiempos de bazares y de ventas de garaje, en Comitán, como si fuera un sol saliendo por detrás de una montaña, apareció la palabra baratillo.
Posdata: Hay palabras que permanecen empolvadas, botadas en alguna esquina. A veces, alguien, como si hallara la lámpara mágica, las recupera y las limpia con un trapo y esas palabras vuelven a brillar y, sin necesidad de que asome el clásico genio, cumple un añorado deseo: recuperar aromas de niñez, de cuando los niños nos sentábamos en bancas del antiguo parque y comíamos jocotío verde con polvo juan, servido en cuadritos de papel de estraza. En ese tiempo no había chamoy, ni unicel; en ese tiempo no había ventas de garaje, no había bazares. En ese tiempo, las señoras abrían la puerta del zaguán y colocaban venta de ropa, porque habían inaugurado un instantáneo baratillo.