martes, 24 de septiembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN TEXTO QUE ESCRIBIÓ EL TÍO ARSENIO




Querida Mariana: Ayer, como llovía, no salí de casa (llovió mucho.) Abrí una gaveta y hallé un folder con papeles viejos. Entre éstos hallé un texto que me obsequió mi tío Arsenio, hace muchos años, más de treinta, más. Tomá, dijo cuando me lo dio, algún día podrá servirte. Lo releí y pensé que jamás me había servido, pero te paso copia por si vos lo necesitás algún día.

“Sí, vos también, igual que yo, tuviste sueños. Porque vos, igual que yo, fuiste niño, y trepaste a los árboles y corriste en los patios y jugaste carritos y cuando un adulto te preguntó qué serías de grande dijiste que serías como tu padre, y el que te preguntó rio porque tu padre si bien es cierto era un buen hombre, no era un gran hombre. Tu padre no tenía blasones en la entrada de su casa, ni se rozaba con la crema y nata de la nobleza. ¡No! Tu padre tenía un oficio modesto. Por las tardes llegaba cansado a casa, se quitaba los zapatos y metía los pies en una bandeja llena de agua caliente que pronto pasaba a tibia. Los sábados salía a medio día del trabajo y pasaba a la cantina donde, con sus amigos, tomaba dos o tres tragos. Y los domingos se ponía la corbata y el saco lleno de lamparones y te llevaba a misa, al lado de tus hermanos y de tu madre. ¡Ah, tu madre! Esa mujer que siempre estaba pendiente de que nada faltara a sus críos y a su marido. Mujer que cuando le preguntaban su profesión, con orgullo decía: Ama de casa, y lo decía tan de corrido, tan de memoria, que parecía decir: Ama la casa. Porque la casa, para tu madre, eran sus hijos y su esposo, eran los árboles del sitio, las flores del corredor, el horno donde calentaba el café que, tarde a tarde, ofrecía a los amigos de su esposo y a los amigos de sus hijos.
“Sí, vos también, igual que yo, un día cambiaste tus sueños. Creciste, te estiraste y tuviste una barba como de gis negro embarrado y cuando un adulto te recordó que de niño decías que de grande serías como tu padre, vos, tomando un sorbo de cerveza, dijiste que no, que eso era un sueño pasado, y respondías que serías mucho más que tu padre, serías un astronauta, o un empresario exitoso o un científico famoso. No, decías, y tomabas otro sorbo de cerveza, no, como mi padre ¡no! Él lleva años siendo lo mismo: un pobre diablo. Y el pobre diablo seguía pendiente de vos, pendiente de tus hermanos, de tu madre. ¡Ah!, tu madre que, después de tantos años, también pensaba igual que vos: Su esposo no pasaba de ser lo mismo. Y a veces, a la hora de zurcir los calcetines o de ver la telenovela en la sala que tenía las paredes descascaradas, pensaba que, si se hubiese casado con su primer novio, otra hubiese sido su vida.
“Sí, vos también, igual que yo, te enamoraste y, una tarde, ante el altar, hiciste el juramento: Hasta que la muerte nos separe. Y te separaste de tus hermanos, de tu madre y de tu padre, y tuviste hijos y éstos crecieron y un día escuchaste que uno de ellos, el mayor, cuando un adulto le preguntó qué sería de grande respondió que sería como su padre y te esponjaste como guajolote y bebiste un vaso de ron cubano, porque fuiste un padre orgulloso, pero en la tarde de ese mismo día, cuando te sentaste en una banca del parque y viste correr a tus hijos mientras tu esposa comía un elote asado, recordaste que una tarde semejante, ya adolescente, habías negado a tu padre y habías dicho que serías todo menos lo que él era. Supiste entonces que ese hijo que corría detrás de las palomas una tarde también cambiaría su respuesta.
“Sí, vos también, igual que yo, un día lamentaste haber negado a tu padre, porque ahora que ya no está contigo pensás que si un adulto te preguntara ¿qué soñaste de niño ser cuando fueras grande?, responderías sin dudar: Sería como mi padre. Pero la vida no te alcanzó para ser como él, no tuviste la fuerza suficiente para alcanzar su grandeza. Él, además de ser un buen hombre, fue ¡un gran hombre! Nunca tuvo blasones ni se rozó con la nobleza, pero en su modestia cinceló una obra maestra.”

Posdata: Hallé el texto en una gaveta. No lo recordaba. Cuando lo releí, pensé que nunca me sirvió. Tal vez sirva a otro.