jueves, 12 de septiembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN POSIBLE RECUENTO DE LOS QUE SOMOS




Querida Mariana: Borges, en “Borges y yo”, escribió: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas…” El escritor asegura, al final del texto, que no sabe “cuál de los dos escribe (esa) página.”
Borges, lo admite medio mundo, es un escritor de textos sublimes, por inteligentes. En “Borges y yo” desliza la idea que acompaña mis horas de escritor: Uno es el Alejandro que escribe y otro es el Alejandro de lo cotidiano. Sí, es cierto, hay una relación especial entre el escritor y el Alejandro de todos los días; el Alejandro escritor se alimenta de las vivencias del Alejandro que toma té, que va al parque, que cuenta cuentos, que se reúne con amigos, que lee, que va al cine (el domingo vi la más reciente cinta de Del Toro), pero el escritor es otro cuando se sienta, en la soledad del estudio (mentira, no tengo estudio en la casa, escribo en la mesa del comedor) y se enfrenta a la fatídica, enigmática y sorprendente hoja en blanco. Por esto, cuando algún lector me confunde ¡me confunde! De vez en vez, cuando estoy en una reunión no falta el amigo que me presenta a otro diciendo: “Es Molinari, el escritor”. Sólo porque ya me acostumbré a este tipo de confusiones es que no vuelvo la mirada para buscar al escritor, porque yo no soy el escritor. ¡No! En ese momento soy el Alejandro de todos los días, soy el Alejandro lector, el cinéfilo, el que se levanta a las cuatro de la mañana y duerme a las ocho de la noche, sin importar que la noche sea la noche buena o sea la noche del 31 de diciembre, que son fechas en que la gente normal se desvela para estar en la cena con amigos y familiares. Me levanto a las cuatro de la mañana, sin importar que sea uno de enero.
En realidad, no sólo eran dos Borges, eran más, muchos más. Cada ser humano tiene múltiples personalidades que asoman como hongos al amparo de la humedad de los árboles. Con frecuencia escucho que a fulanito ya se le subió el poder, porque no saluda. El fulanito ostenta un cargo público y deja en la intimidad la personalidad conocida. Los que saben de estos asuntos le llaman rol al juego que jugamos todos en las relaciones sociales, dependiendo del escalón donde estamos parados.
Somos muchos. Es una actividad compleja advertir cuántos somos, pero a mí sí me queda claro que soy lo que Borges deslizó en “Borges y yo”, hay un Alejandro que escribe y hay un Alejandro cotidiano. Y digo que, a pesar de que mi labor cotidiana es escribir, no forma parte de la vida del de todos los días.
Ya dije que me levanto a las cuatro de la mañana, lo hago como disciplina. A esa hora me preparo un té de limón, prendo la computadora (ya dije que la tengo en la mesa del comedor) y, envuelto en una chamarra (desde siempre soy muy friolento), escribo. Cuando me enfrento a la hoja en blanco soy ¡el otro! El que deja de ser lo que es cuando es hora de hacer mi tai chi de viejito para luego bañarme e ir al colegio a laborar.
¡No! Cuando estoy en una reunión no soy el escritor. En ese instante soy el otro, el de todos los días; el pichito que es tímido; el que le cuesta trabajo relacionarse; el que casi no habla, porque carece de la habilidad de la conversación.
Cuando alguien, a través de un correo electrónico o un inbox en redes sociales me escribe y pregunta algo acerca de mi oficio de escritor no tengo inconveniente en contestar, porque, de inmediato, me convierto en el otro, pero cuando alguien, en una reunión cree que soy el Alejandro escritor me pone en aprietos, porque me resulta muy difícil encontrar al otro, que quién sabe dónde fregados se esconde.
Cuando te escribo estas cartas soy el escritor; cuando nos vemos y platicamos un ratito soy el otro. Sé que a vos te queda claro, pero hay muchos lectores que se confunden, y su confusión ¡me confunde!
Cuando alguien me invita a un programa de radio o de televisión me complica la vida, porque en las entrevistas el supuesto Alejandro escritor debe hablar. ¿No entienden que el Alejandro escritor escribe y no habla? El otro sí puede hablar, pero como el otro (ya lo dije, mis amigos lo saben) es muy tímido y con dificultad logra estructurar una oración coherente, la entrevista se vuelve una capa envuelta en el fracaso.
A veces pienso que tal vez el Alejandro escritor podría responder ideas ingeniosas, pero como él es escritor y no hablador, no se aparece a la hora de la charla. El escritor sólo asoma a la hora que se enfrenta ante la hoja en blanco, y es muy difícil que el Alejandro de todos los días pueda convertir en hoja al periodista que hace la entrevista. En cambio, ¡qué prodigio!, el escritor no tiene empacho alguno en escribir un cuento en donde el entrevistador tiene la cara de hoja en blanco y él, ante cada pregunta, redacta sus respuestas en el rostro del periodista. Al final, el escritor se enamora de los textos escritos, por eso, de manera exquisita, con un bisturí o con un cúter, despega la piel del rostro del entrevistador y coloca el escrito en un marco que cuelga de la pared de su oficina. Pero, bueno, este juego de imaginación sólo es posible en el acto de la escritura, que difiere mucho del acto cotidiano donde Alejandro de todos los días camina por la calle que va al templo de San José y entra al museo de arte para ver los grabados de Toledo.
Posdata: Cada ser humano es único, pero tiene muchos clones con personalidades diversas. Esos clones infinitos están dentro de uno. Yo soy varios. ¿Cómo es posible que mis clones convivan sin hacerse pedazos? Y pregunto esto porque muchos de mis yo son pesados, incorrectos, pedorros, llenos de complejos o soberbios, cagadas de paloma.
Yo, como no tengo el genio de Borges, sí sé que esta carta la escribió el Alejandro escritor, y no el otro.