lunes, 2 de septiembre de 2019

CARTA A MARIANA, DESDE LA CASITA DEL ÁRBOL




Querida Mariana: El subcomandante Marcos enviaba sus cartas desde “Un lugar de la Selva”. Hoy, poco se escucha de él. En esta ocasión, al estilo de Marcos, te envío esta carta desde “La casita del árbol”. Te suplico mirés con atención la fotografía que anexo. Acá está una pareja de estudiantes del COBACH 259, de la comunidad de Los Riegos, en Comitán, ellos leen el cuento “El osito que volaba”, publicación que obsequia la Fundación Alexandra del Castillo Castellanos. Están sentados en bancas hechas con madera, ante una mesa con el mismo material. ¿Ya miraste que en medio de los dos jóvenes se observa una estructura, también, de madera? Bueno, dejá que te cuente. Esa estructura es “la casita del árbol”, que fue construida por el maestro Nico, catedrático de ese plantel. ¿Para qué construyó la casita del árbol, el maestro Nico? Para que los muchachos lean. Como parte de una estrategia coloca libros con cuentos en una mesita ex profeso. Cuando los muchachos suben a la casita se topan con esos libros y los toman y los leen en voz alta para compartir con sus amigos. En toda mi vida jamás me había topado con una casita del árbol en un plantel de bachillerato. En casa de Efrén, amigo que tuve en la universidad en la Ciudad de México, hace mil años, conocí una casita del árbol que su papá había construido cuando Efrén y sus dos hermanos eran pequeños. Efrén, al invitarme a subir a conocer la casita, me platicó que ahí habían sido muy felices. En temporada de vacaciones, ellos subían sus chamarras y almohadas y se quedaban a dormir en la casita. Su papá, siempre previsor, armaba la casa de campaña que tenía para ir de camping, en la base del árbol, y, desde ahí, protegía el sueño de sus hijos. En novelas y cuentos también he conocido casitas construidas en lo alto de los árboles, pero jamás, insisto, había conocido una casita hecha en el terreno de una escuela y, sobre todo, para que la usen los muchachos en el maravilloso hábito de la lectura.
Conozco desde hace años a la actual directora del plantel, Corisandra Figueroa Flores. Ella me contó que tiene tres años de dirigir la institución; me contó que muchos alumnos son muchachos de la región, pero hay varios que, como no alcanzaron lugar en el COBACH 10, de Yalchivol, en Comitán, fueron a inscribirse allá. El plantel está ubicado en una parte alta de Los Riegos, por lo que se puede observar buena parte del valle de Comitán. Con esto quiero decir que el entorno es sensacional y lo es mucho más desde la casita del árbol. La maestra me dijo que su trabajo en esta institución es una experiencia muy grata. Lo creo, yo estuve una hora ahí y sentí una oleada de aire limpio.
Para subir a la casita de Efrén había que trepar por una escalinata vertical suspendida del piso de la casa. Acá, en la casita del COBACH 259, no hay necesidad de hacer un esfuerzo especial. El maestro Nico aprovechó el terraplén. Basta subir cuatro o cinco escalones de madera para llegar al lugar donde está una mesa y asientos, todos hechos con madera. La casita de Efrén estaba cubierta con paredes de madera, acá, por supuesto, sólo está cubierto el techo. Esto permite que, desde ese lugar, haciendo a un lado algunas ramas, se vea el mismo paisaje que se observa desde el centro de la escuela. La sensación es indescriptible. Vos sabés que cuando se construyen lugares especiales la visión del mundo es diferente.
Cuando conocí ese espacio me sorprendí. Se me antojó invitarte para ir a leer poemas de Gonzalo Rojas o de Whitman. Sí, vos sabés que soy un convencido de que el lugar de lectura hace diferente al poema. Una vez le leí a una amiga muy querida un poema de Santa Teresa, en la capilla que está al lado de la nave central del templo de Santo Domingo; luego fuimos al parque central y leímos a Sabines, en una banca al lado del kiosco. La experiencia de la lectura fue sensacional. No recuerdo en qué cuento leí que una pareja entraba al motel para hacer el amor, no con el cuerpo sino con el espíritu. Se sentaban en la orilla de la cama y leían, una y otra vez, un poema de Octavio Paz, que se llama “Cuerpo a la vista”. Ya sólo con el título uno advierte el horizonte y el calor de una playa llamada intensidad. Uno de los versos del poema dice: “Siempre hay abejas en tu pelo” y más adelante uno se topa con el siguiente verso: “Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida.” ¡Sensacional! ¿Verdad?
Posdata: Marcos no tuvo su casita en el árbol, él la tuvo (¿la tiene?) en el corazón de la selva.
Como siempre sucede en el aula, quien más aprende es el maestro. La dirección de educación, del ayuntamiento comiteco, me invitó a compartir una charla acerca de la vida y obra de Rosario Castellanos, en el COBACH 259, y ahí recibí un resplandor generoso. Jamás había conocido una casita construida en un árbol, en una institución educativa. Corisandra, Nico y demás maestros de esa institución riegan luz en el corazón de Los Riegos.