jueves, 19 de septiembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON EL CUENTO DEL ESPEJITO, ESPEJITO




Querida Mariana: Dicen que en mil ochocientos veintitantos se inventó la cámara fotográfica. Por eso, quienes vivieron antes de esa fecha no alcanzaron testimonios fotográficos, debieron acudir a dibujantes o pintores o escritores para tener un retrato de su rostro.
¿Cuándo se inventó el espejo? La historia consigna que el invento del espejo “moderno” fue casi en la misma época del invento de la cámara fotográfica. Antes, los espejos eran piedras rústicas con suficiente pulimento para reflejar imágenes; es decir, las chicas de hace siglos no distinguían si tenían acné o no.
Todo mundo conoce el mito de Narciso, el bello que se vio en un “espejo de agua” y se enamoró de su imagen.
En estos tiempos de cámaras digitales y profusión de espejos, muchas personas recomiendan no ser narcisistas; es decir, enamorarse de la propia imagen. Tengo un amigo metrosexual que ve cómo está su figura cada vez que pasa frente a un espejo (en el centro comercial o en casa de un amigo) o cada vez que pasa frente a un aparador (en el centro comercial o en cualquier negocio callejero). Y tengo cientos de amigas que hacen lo mismo a cada instante. Siempre he tenido la duda: ¿Qué se ven las chicas cuando pasan frente a una vidriera? Yo siempre he tenido la impresión que no se ven el rostro, sino las sentaderas. ¿Es así? Nunca una amiga ha respondido mi duda. Debe ser algo muy secreto.
¿Es malo ser narcisista? No sé. Mi prima Leylani siempre me recomienda verme al espejo y decirme que soy bello, dice que el principio básico para poder querer es ¡quererse a uno mismo!, y este proceso implica verse al espejo, no con afán narcisista sino con espíritu de aceptación.
No soy persona que se para frente al espejo en todo instante, pero, cada vez que me topo frente a uno, dedico tres segundos o más a ver mi rostro y a decirme que soy un hombre bello. No pensés que lo hago como la clásica del clásico cuento infantil: ¡Espejito, espejito!, ¿quién es el más bonito? Y no lo hago así, porque la malvada del cuento necesitaba saber que ella era la más bonita. Yo no. Me basta con saberme bello. ¿Quién es el más bonito? No sé ni me importa. Hacer esto sería entrar a una competencia inútil que me bajaría la autoestima. Me veo al espejo y digo que soy un hombre bello. Con esto basta. Lo soy. Cada ser humano lo es. Dicen los que saben que el espejo no miente. La fotografía sí, sobre todo en estos tiempos. Tengo dos o tres amigas que tienen “su lado”; es decir, cuando posan lo hacen de una determinada manera, sin que aparezca el lado negativo. Cuentan que Benito Juárez tenía un lado feo, que evitaba; cuentan que los retratos actuales de Juárez muestran un rostro más amable. Juárez espíritu de roca, tenía rostro de piedra.
La fotografía permite retoques. Con el Photoshop es posible embellecer los rostros. Cuando una persona está frente a un espejo se ve como es, sin afeites, sin añadidos, sin embellecedores.
Me veo ante el espejo y descubro, cada día, que mi rostro se transforma. Esta transformación se llama envejecimiento, ¡envejezco! No entro a una tercera edad, ¡no! Lo que le sucede a mi rostro y a mi cuerpo se llama envejecimiento. Cada día que pasa me hago más viejo y me veo bello. Tengo el rostro que corresponde a mi edad. Los otros, mis amigos, advierten en mis fotos mi cambio, mi transformación. Cuando me topo con un amigo que tenía años de no ver, advierto en su rostro lo que piensa: “Pucha, qué cambiado está Alejandro”, esa palabra “cambiado” significa, en lenguaje llano: ¡Qué jodido! Ya usa dentadura postiza, ya se le cayó el cabello, ya tiene muchas arrugas. Es comprensible. Dejó de verme muchos años. Los cambios casi imperceptibles que se dan en mi cuerpo él los vio acumulados. Sí, los seres humanos cambiamos con el paso del tiempo y el tiempo pasa apresurado cada día. Apenas ayer era joven y bello, por fortuna la belleza no tiene tiempo. Hoy soy viejo y bello.
Posdata: Vos, niña de mi vida, sos joven y bella, muy bella. Algún día serás vieja y bella. Deseo que llegués con plenitud, así como sos, llena de vida, cuidadosa de tu cuerpo y de tu espíritu. La belleza es infinita. Entre los hombres hay un lugar común que se escucha constantemente cuando alguien alude a la vejez: “Viejos los cerros y echan palitos.” Sé que el dicho alude a una cuestión sexual, pero, en término estricto, habla de la belleza. Los cerros son viejos y tienen árboles viejos y todo es como una postal infinita. ¿Cuál es el espejo en que se ve el cerro y el árbol cada día?