viernes, 31 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN POMO LLENO DE AFECTO
Querida Mariana: Te paso copia de una fotografía afectuosa. ¿Vos conocés a mis compadres, Miguel y Virginia? Tal vez no. Yo tengo muchos años de conocerlos. ¿Cuántos? Quién sabe, ni quiero entrar a jugar al ábaco, porque luego termino sacando pastillas de naftalina para la nostalgia. Acá están en la entrada del templo de Santa María de la Asunción, de la Colonia Burocrática Miguel Alemán, de nuestro pueblo. ¿Qué hacen ellos ahí, tan formalitos? (Mi compa Miguel se pone traje cada muerte de un obispo y se lo puso cuando se casó). Bueno, pues resulta que acá está de traje, porque renovó votos con mi comadre, cincuenta años después de haberle jurado amor eterno. ¡Pucha! Y digo ¡pucha!, con aliento emocionado. Cualquiera podría decir: ¡Qué aguante! De ambos lados. Claro. Se han tolerado durante cincuenta años (tiempo en que tuvieron tres hijos: Bety, Monse (mi ahijada), y Gabriel (mi ahijado) y tienen tres nietos: Paola (quien ya es abogada), Fernanda y Samuel.) ¿Mirás, soy padrino de dos de sus hijos? ¿Por qué me eligieron en doble ocasión? Tampoco lo sé, pero agradezco el honor (Gabriel, no, porque siempre reclama que no he cumplido con mi supuesta obligación de padrino de darle su domingo.) Cuando ellos me concedieron el honor eran otros tiempos, ahora, cuando alguien me ofrece tal distinción, por supuesto digo que no. La responsabilidad me abruma, así que prefiero caminar por la orillita. El otro día, una institución educativa de gran prestigio me ofreció el honor de ser padrino de una generación de universitarios. ¡No, no me hagan eso! Agradecí la distinción, pero, por supuesto, ¡no acepté! Sólo eso me faltaba, ser padrino de cincuenta o más muchachos. No dormiría de acá para el resto de mi vida. Y duermo tan bien, tan en paz conmigo mismo.
Digo pues que Miguel y Virginia son mis compadres al cuadrado, por esto, los acompañé a la renovación de sus votos matrimoniales cincuenta años después. ¡Pucha! Sí, qué aguante. A veces bromeo con Miguel (lo hago enojar con frecuencia, porque se queja de que lo molesto mucho) y le digo que se merece una medalla de oro por aguantar a la Virginia, pero apenas lo digo, pienso que mi comadre también merece esa medalla. Sí. Ambos merecen reconocimiento por llegar a este instante. Ella lo regaña, él la tolera; él la molesta, ella lo tolera. Ambos se toleran. Bueno, el sacerdote, a la hora del sermón explicó lo que ahora ya muchas parejas no entienden: son cónyuges porque soportan el mismo yugo. Parece dura la palabra: soportar. La convivencia no es sencilla. Vos lo mirás con tu novio. El otro día me dijiste que ya no lo soportás, pero luego miré que andabas muy acaramelada. La convivencia es difícil. ¿Imaginás lo que esta pareja ha tenido que pasar en cincuenta años de vida conyugal?
Ahora pido perdón por compartir este instante con vos, porque vos no conocés a esta pareja, pero quise decirte que me siento orgulloso de ellos, porque llegar a este momento no ha sido fácil ni sencillo. Digo que mi compa Miguel se enoja cuando le hago una travesura, se enoja en serio, pero luego, un día después, ya se olvidó y vuelve a ser el mismo de siempre. Digo que llevamos siendo amigos desde no sé cuánto. Si lo molesto es porque tengo la suficiente confianza para hacerlo. No ando picándole la panza a medio mundo, sólo porque sí. A Miguel sí le he picado la panza muchas veces. Ellos (así sucede con todas las parejas del mundo) se pican la panza (bueno, mi compa le pica otra cosita a mi comadre, porque aquí lo mirás así ¡bien arrecho!), pero a veces uno de los dos no está para piquetitos, pero, luego, el enojo se diluye, porque, por encima de todo, está ese hilo que los mantiene unidos.
Sí, comparto con vos esta imagen, sólo para decir que ellos merecen la medalla de oro, así como miles de parejas en todo el mundo que llegan a este momento ¡la merecen! No es fácil la convivencia.
Posdata: Ahora, los jóvenes tienen otra visión del mundo y yo los veo a distancia y los comprendo. Aplaudo la decisión de aquellos compas (no importa el sexo) que viven en unión libre. El único voto que han hecho es con el presente. Esto me parece sensacional. Viven su relación con el compromiso de veinticuatro horas y esto es extraordinario, si algún día se aburren, ya no se toleran, ya se están agarrando de las greñas (porque la convivencia no es fácil) o ya encontraron otra pareja, se despiden en forma civilizada. Dan vuelta a la hoja, porque es más sano. Mis compadres (son de otros tiempos) se comprometieron con su palabra, ante su Dios, y como la religión expresa que no debe usarse el nombre de Dios en vano, porque la palabra es lo único que respalda la honra del ser humano, han llevado su relación al límite. ¡Qué aguante! Sí, son un par de hermosos aguantadores. Nunca se han rajado, nunca le han dicho ¡no! a su compromiso de vida. Un día se comprometieron y hace días cumplieron cincuenta años de abonar esa palabra. Merecen medalla de oro (claro, no seré yo quien se los dé, si ni siquiera he dado su gasto a mis ahijados, muchos menos voy a hacer gastos en ellos). A mi compadre Miguel, le pico la panza para compartir el gusto, y a mi comadre Virginia, nada le pico, para que no se enoje mi compadre.
jueves, 30 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, VIENDO HACIA EL CIELO
Querida Mariana: Mi abuela Esperanza nos recomendaba: “Fíjense por donde andan.” A veces, los nietos andábamos pajareando y ella insistía: “Miren el suelo, se van a tropezar.” Nos acostumbramos a ver hacia abajo. Cuando en Comitán forraron las banquetas de lajas, di gracias a Dios por la recomendación de la abuela, gracias a ella había aprendido a ver por dónde caminaba (además, en una ocasión hallé un billete de cincuenta, en otra apareció una moneda de cinco pesos, y en no pocas veces me salvé de pisar caca de chuchos.) Ahora es difícil caminar por las banquetas sin ver hacia el piso. Por fortuna no he resbalado con esas lajas peligrosísimas. Camino y busco los caminitos de cemento que se formaron al pegar las lajas. Esto permite que los zapatos no resbalen de forma tan fácil. Pero, lo cierto es que, en ocasiones, me apena ir con la cabeza gacha, porque, en contraposición a los dichos de la abuela, mi papá siempre me recomendó andar “Con la frente erguida.”, lo que significa caminar sin ver el piso, viendo hacia el horizonte, donde la tierra se confunde con el cielo. Por eso, de vez en vez (para honrar la recomendación de mi amado padre), me paro, suspendo mi caminata, dejo de ver el suelo y miro hacia el frente, hacia el cielo. En el cielo comiteco siempre hay hallazgos: bellos remates superiores de casas; plantas y árboles que crecen en los techos; claveles del aire suspendidos de los cables de luz; balcones con herrerías que son bordados en hierro; y cielos sin nube alguna, cielos azulísimos, tan azules como los ojos de Maximiliano de Habsburgo.
Ayer miré lo que ahora mirás. ¡Qué prodigio! Me detuve, alcé la vista y vi este racimo de prodigios. En primer plano un crucigrama de hojas que se descuelga para definir el mundo; la fronda de un árbol, árbol que es resguardo de pájaros juguetones y argüenderos; y un tobogán de tejas de barro. Más allá, el adorno superior del templo de El Calvario, templo tan cercano a los recuerdos de Rosario Castellanos, porque ella vivió (de niña y de adolescente) a media cuadra de este templo. Los remates de las torres son como búcaros de donde brotan lenguas petrificadas, sorprendidas ante la belleza de este cielo clarísimo. Para no perder la tradición, el templo tiene una cruz en la parte más alta; y al fondo, el cerro del Junchavín, con la pirámide mayor.
Sí, esto vi. Me quedé alelado. ¿Capturaría tal deslumbre con mi camarita Sony, de modestos 16.1 megapixeles y su zoom óptico de 10 x, qué quién sabe qué significa? Logré esta toma. Una toma modesta (muy lejana de las que logra Nandayapa, Quevedo, Carlos Gordillo, Ángel Gabriel o el gran Canales), pero que da cuenta del portento que guarda este pueblo, en cuanto el peatón detiene su marcha y mira al frente, al cielo, “con la frente en alto”, como siempre recomendó don Augusto Molinari.
Acá, en esta toma, están condensados cientos de años comitecos. De esto estamos hechos los habitantes de este siglo. Al fondo está una pirámide que data de cientos de años, ahí está la mano de los primeros pobladores de esta región; y más acá vestigios de los siglos XIX y XX. ¿El cielo? ¡Ah!, pues, ¡sé seria! El cielo comiteco es eterno, infinito.
En el cerro Junchavín, como estos hilos que se descuelgan como arañas en el primer plano, se descuelgan rituales ancestrales, en un tiempo que nuestro cielo estaba plagado de dioses. En el templo de El Calvario, desde la cruz, se descuelga la certeza de que sólo existe un Dios verdadero, el Dios que nos trajeron los españoles y que hincó su viñedo en estas tierras. En las tejas se descuelgan sonrisas parejas. Todo es un amontonamiento armonioso. El cielo comiteco, como siempre, es el telón de fondo de nuestros más entrañables hallazgos.
Me detuve un instante y vi lo que ahora mirás: la mano de todos los dioses del universo sobando nuestro espíritu.
Posdata: Como todos los comitecos, camino viendo dónde doy el paso, para no darlo sobre la laja resbaladiza (¿Cuándo comenzaremos a cambiar esas lajas absurdas? ¿Cuándo reconoceremos que Comitán es para siempre, por lo que no podemos seguir con esos toboganes que provocan tantas torceduras y fracturas de huesos?). Pero, a veces, me detengo y miro al frente y, a veces, me topo con hallazgos como éste. Acá está la magia de un pueblo mágico. ¿Lo apreciamos todos?
miércoles, 29 de enero de 2020
ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XV)
En primaria tuve un amigo que tenía abuelos en Baja California. Iba a casa de sus abuelos en vacaciones. Cuando volvía nos reuníamos en el sitio de su casa y él nos contaba cómo era el mar, cómo era la arena de mar (tomaba la arena de una construcción que nunca terminaron de hacer y la tiraba, como simbolizando que la arena del mar era mil veces superior a la que llegaba desde Los Zanjones, del pueblo). En ese momento, mientras comíamos un pico de gallo con lima de pechito y nos enchilábamos por el chile siete caldos, veíamos que él se sabía superior a nosotros, porque él había conocido animales que nosotros sólo veíamos a través de imágenes de libros. Había visto (contó un día) un grupo de delfines que se alzaban por encima del mar. Sí, tenía razón, él nos superaba. Nosotros teníamos contacto con gallos y gallinas del sitio (encerrados en los llamados gallineros, que eran protegidos con malla de gallinero. ¡Ah, qué poca imaginación para bautizar sitios específicos!) Cuando alguno de nosotros iba a los ranchos cercanos veía chachalacas trepadas en los árboles o miraba a los tacuatzes corriendo sobre los techos. Elías, que había ido a la selva, nos contaba que, en las noches, escuchaba el tambor de guerra de los monos aulladores, y cuando lo decía un temblor en su ojo volvía a aparecer. Pero, nosotros, jamás habíamos estado frente a un estanque donde nadara un pequeño tiburón, como sí lo había estado el compañero en Baja California (no recuerdo su nombre, sería una incorrección que lo llamara “el compañero x”, prefiero llamarlo “el compañero que tuvo abuelos en Baja California”, en tiempos que Baja California era un territorio y no estado como Chiapas.)
Mis papás eran integrantes de la clase media comiteca, rasguñando la alta baja, por esto, sin llegar a realizar los viajes que realizaba este compañero, durante vacaciones yo viajaba a la Ciudad de México, donde vivían los abuelos maternos (Enrique y Esperanza. Les decía los dos E). Mis papás me llevaron una vez al zoológico de Chapultepec, tuve oportunidad, entonces, de conocer animales que (antes de conocerlos) pertenecían a un mundo inaccesible: leones, tigres, elefantes, changos, jirafas y cocodrilos (que aparecían en las películas de Tarzán). Los leones y tigres me impresionaron, por su tranquilidad, eran lo que decía mi abuela “gatos grandotes”, pero mi papá me dijo que “llevaban la fiesta por dentro”; es decir, su fiereza era latente en ese encierro de barrotes. Mi mamá se aventó el chiste del día al pararnos frente a la jaula de los elefantes, dijo que le encantaría tejer unas pantuflas para esos animales (mi mamá siempre ha sido una mujer con gran destreza para tejer prendas con estambres e hilos). Vi las patas de los elefantes y los imaginé con las pantuflas rojas con cintas amarillas. ¡Cuánto estambre se necesitaría! Por más que traté de imaginar a esos enormes animales no logré visualizarlos como el famoso Dumbo, libro que tenía en casa. Si las pantuflas tejidas de mi mamá deberían ser gigantescas, pensé que las alas que les permitieran el vuelo deberían ser gigantescas, como los de un avión interoceánico.
Digo que me maravillé ante la visión de esos animales que provenían de otros entornos, pero el que más me sorprendió fue la jirafa. ¡Ah, qué diseño tan bello de la naturaleza! Era, pensé, el animal más perfecto, lo vi caminar, lo vi correr y pensé que sus patas, tan delgadas, eran soberbias (muchos años después, cuando vi una pintura de la Carrington, pensé que el animal más surreal del mundo era la jirafa, porque las cuatro patas, endebles, en apariencia, sostenían algo como una mesa oblonga, donde surgía un cuello enormísimo, coronado con una cabeza de gran ternura.) ¿Hay algún animal que supere tal diseño tan alucinante? Esa mañana, en el zoológico, algo, como una luz, sentí prenderse en mi espíritu. No me seducían los animales bravos (el rey de la selva me tenía sin cuidado; es decir, debería tener cuidado de no acercarme jamás a él), tampoco me dejaron perplejo los animales enormes, como el elefante o el hipopótamo. No. El que ganó mi emoción, fue la jirafa, prima dúctil de los extintos dinosaurios. Cuando los dinosaurios desaparecieron, la naturaleza diseñó un animal con la altura de ellos, pero esbelto.
Las ilustraciones de los libros de Biología demostraban que la vida se originó en el mar. En las ilustraciones se veía cómo, pequeños bichos, se arrastraban por la arena y se adaptaban al nuevo ambiente. La jirafa no vino del mar, la jirafa es un animal que llegó… estoy a punto de escribir que llegó del cielo. Cuando veo las películas de George Lucas (la serie de Star Wars) pongo atención en los bares galácticos y reviso la extensa relación de animales que beben, se pelean, ríen y hablan en lenguajes irreconocibles. Todos tienen (perdón por el término) formas terrícolas llevadas al extremo. No he descubierto un animal que se asemeje a la jirafa, porque, tal vez, Lucas sabe que la jirafa es una forma extraterrestre y si la coloca tal cual en sus películas, los cinéfilos se decepcionarán y dirán: Bah, ese es un animal terrestre sin modificar.
Digo que esa mañana de visita al zoológico, mientras aventaba cacahuates a los changos que se columpiaban con sus colas; mientras comía un helado y miraba a las focas aplaudiendo para que los niños las imitaran, entendí que la seducción no había estado en la rotundez, ni en el vuelo, ni en la fiereza, sino en la altura. Cuando creciera debía ser un humano con altura, con apariencia frágil, pero con alma espacial.
martes, 28 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE LO QUE HABRÍAMOS HECHO HACE CINCUENTA AÑOS, DE HABER NACIDO EN OTRA CIUDAD
Querida Mariana: Los de mi generación, los comitecos nacidos en los cincuenta (nací en 1957), pudimos haber hecho muchas cosas diferentes de lo que hicimos en el año 1970, si hubiésemos nacido en otra ciudad. Lo que digo es una bobera, una obviedad. Por supuesto que quien nació, por ejemplo, en Nueva York no hizo lo mismo que hicimos los muchachos comitecos. Vivimos los mismos tiempos, pero con diferencias culturales. Bueno, con decir que ni siquiera vivimos lo mismo que los muchachos que nacieron en la Ciudad de México, porque muchos de ellos, en 1970, una mañana fueron al Estadio Azteca, hicieron fila, entregaron el boleto y entraron a la zona que les correspondía (galera, para los modestos, plateas para los riquillos). Presenciaron el encuentro inaugural del Mundial del 70. Nosotros no lo hicimos. La mañana de la final (entre Brasil e Italia) nos reunimos en la casa del maestro Paquito, quien, generoso, nos permitió ver el partido por televisión (en glorioso blanco y negro). Todos disfrutaron la victoria de Brasil, porque todo México, en el instante que nuestra selección fue eliminada, tomó a Brasil como su equipo favorito. No disfruté el triunfo (a pesar de que Pelé me sorprendía por su habilidad en la cancha); lamenté la derrota de Italia, porque, ya para entonces, tenía en mi pecho “los colores de la Italia”, de ahí vinieron mis ancestros, las raíces de mi árbol están sembradas en aquella tierra. Los comitecos vimos el Mundial del 70 en televisores en blanco y negro (los aparatos eran muy escasos. En las residencias colocaban antenas altísimas, que pepenaban las imágenes retransmitidas desde Guatemala. Siempre hemos estado más cerca de Los Cuchumatanes, que de los Volcanes del Altiplano Mexicano). Los comitecos escuchamos el Mundial del 70 en radios de bulbos (el partido inaugural: México contra Rusia, lo escuché en casa de mis primos Bermúdez, los hijos de tío Gil, en un aparato que ellos tenían.)
Si hubiésemos nacido en Londres o en Nueva York, tal vez nos hubiera tocado asistir a un concierto de los cuatro grandes (John, Paul, Ringo y George) para presenciar el estreno de Let it be, que luego ganó el Óscar como mejor canción del año. Como no nacimos allá no sabemos bien a bien soundtrack de qué película fue. ¿Vos lo sabés?
Yo nunca fui tocado por la música, lo que escuchaba era lo que “tocaba” la radio local, la XEUI, y en Comitán, la UI no tenía un programa especial de los Beatles, como sí lo tenían los radioescuchas que habían nacido en la Ciudad de México. Sin ser melómano, estoy seguro que Let it be, llegó a Comitán tiempo después, porque, en aquel tiempo, a Comitán todo nos seguía llegando tarde. Ya Rosario Castellanos nos platicó que, en sus tiempos de adolescente, a Comitán no llegaba el periódico nacional con las noticias, sino que llegaba el periódico cuando las noticias ya eran historia. Ahora, ustedes los chavos viven otros tiempos, tiempos de instantaneidad. Acá apareció ese bodrio de canción que se llama “La Tusa”, y acá nos está llegando para contaminar nuestro buen gusto.
Asimismo, estoy seguro, la noticia de la separación de Los Beatles (en el mismo año del 70) nos llegó tiempo después. Los lamentos de la pérdida aparecieron cuando ya el río había inundado las demás orillas del mundo. Ni cómo mentarle la madre a la Yoko Ono, quien, asegura el noventa y dos por ciento de los fanáticos del grupo, fue la causante de la desintegración de los cuatro escarabajos.
Sí, Los Beatles llegaron más tarde a Comitán, y esto fue en casas de chavos aficionados a la música importada. Cuando Los Beatles llegaron, algunos de mis amigos se emocionaron (¡cómo no!) y soñaron con formar grupos similares (aunque, en lugar de ser escarabajos fueran simples bolocoy), y compraron guitarras eléctricas (no sé dónde las pedían) y baterías (compradas en la misma casa de productos musicales) e improvisaron los ensayos, en algún cuarto de la casa, con el consiguiente enfado de los papás. ¡Ah!, peores cosas verían estos padres, serían testigos de la transformación de la moda, moda que dictaba que los hombres debían tener el cabello largo y usar pantalones acampanados y camisas floreadas. Sí, ¡floreadas! Y algunos se enterarían que sus muchachos, en lugar de fumar cigarros de manojito, fumaban carrujitos con mariguana. ¡Qué! Sí, decían que el velador de la cancha les proveía la yerbita, a cambio de algunas monedas.
Posdata: Si hubiéramos nacido en la Ciudad de México, tal vez nos habríamos topado, en alguna calle de la Zona Rosa, con el genial Luis Buñuel, quien caminaba apresurado, para ir a filmar una escena de la película Tristana, con Silvia Pinal. Acá debo reconocer que el cine mexicano nos llegaba sin mucho retraso (bueno, salvo las películas como la mencionada). Estábamos al tanto de los estrenos, siempre y cuando fueran películas taquilleras estilo “Allá en el rancho grande”, porque en 1970 todavía seguían filmando películas campiranas, aunque ya había destellos de otro tipo de cine, como el que hacía el tal Alejandro Jodorowsky, quien, en ese año filmó Fando y Lis y la satanizada El Topo.
lunes, 27 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON UNA LIRA EN FORMA DE MARIMBA
Querida Mariana: Sí, así se llama este grupo musical: Marimba Orquesta Lira de Oro, y, como lo reafirma el pendón, es de Comitán. El otro día estuve en un guateque, efectuado en el restaurante “Comitán, qué lindo y qué rico.”, y disfruté la actuación de este grupo de expertos artistas. Muchos comitecos los identifican de inmediato, porque han dedicado su vida a la ejecución de este instrumento maravilloso: la marimba. Acá están los nombres de los integrantes que esa tarde nos alegraron el instante: En la marimba están: don Ramón Abadía Gordillo, don Roberto Ruiz Gordillo (con la boina) y don Antonio Domínguez Villatoro (les antepongo el don, porque la diosa besó sus manos con el don de la música, debo decir ¡maestros!). En la batería, don Víctor Gómez Aguilar (¡maestro!), y en el bajo, don Caralampio Alfaro Reyes (¡maestro!) Si platicáramos un rato con ellos, sólo un rato, obtendríamos testimonios de personas que continúan la tradición recibida por los mayores, quienes también contribuyeron a hacer más felices las vidas de los abuelos y padres comitecos.
Me dio mucho gusto constatar la fuerza de la marimba. ¿Mirás que detrás de una bocina está una televisión? (en el restaurante hay cuatro o seis pantallas de televisión.) Por lo regular, esas pantallas siempre están prendidas, en la transmisión del partido de fútbol o en programas musicales. Bueno, esa tarde, las televisiones estuvieron apagadas, porque la marimba reinaba el ambiente. Pensé, de verdad lo hice, ¿qué pasaría si hubiese sido tarde de Super Bowl? Los aficionados ¿habrían permitido que las pantallas estuviesen apagadas? ¿Habrían permitido que sólo tuvieran imágenes y los jugadores corrieran y buscaran el primero y diez al ritmo de la marimba? Esa sería una imagen fascinante. No lo sé. Pero esa tarde, las pantallas estuvieron apagadas y la música de marimba acarició el espíritu de todos los invitados del guateque. Y digo que la música acarició el espíritu, porque, a pesar de que el anuncio dice que es marimba orquesta, el grupo fue el acompañante perfecto, porque permitió que se escuchara la marimba en toda su magnificencia. Los invitados platicaron a gusto, rieron, contaron anécdotas, corearon el clásico: “Que vivan los novios” “¡Arriba el novio! ¡Arriba la novia!” (y que apareciera el clásico chiste: “Dejen que se acomoden como quieran.”) La madera fue acariciada por estos ejecutantes y la cadencia de ese cuerpo dio tranquilidad al ambiente. ¡Qué gozo! La marimba es la madre de nuestros sentidos, ella nos ha dado de mamar, nos ha preparado los mejores guisos y ha cubierto con un rebozo infinito nuestras tardes de alegría, las de tedio y las de sosiego.
Pensé, no pude dejar de hacerlo: ¿Por qué ahora los festejos se hacen acompañar con tecladistas monótonos y ruidosos? Me paré y fui a platicar con dos de los ejecutantes, a la hora que tocaron la rúbrica e hicieron una pausa. De inmediato, don Ramón dijo que ahora los novios ya no dan serenata con marimba y lanzó la pregunta: “¿Qué sentimientos transmiten ahora los enamorados?” ¿Mirás qué clase de pregunta? ¡Uf! Difícil la respuesta. Los festejos se hacen con tecladistas y las serenatas con discos en los reproductores de los autos o con mariachis. ¿Por qué lo permiten las novias? El otro día, con un grupo de amigos, comentamos que las muchachas bonitas del pueblo deberían conformar un grupo Pro Serenata con Marimba, que tuviera como cometido principal el hacer ver a sus muchachos que el amor no está en el perreo, sino en la cuerda de la música ejecutada con marimba (cuando menos en estas tierras). He visto que, en muchos matrimonios religiosos, los contrayentes contratan a sopranos, a coros selectos o a ejecutantes de música clásica, con violines y pianos y chelos. ¿Por qué, entonces, las novias aceptan serenatas con discos de Arjona o de Alejandro Fernández o de La Trakalosa? Mario bebió un sorbo de la cerveza y dijo que las muchachas de estos tiempos ya no creen en el amor. Hicimos una pausa. Romeo golpeó la mesa con una mano y dijo que ¡por eso!, con mayor razón, las chicas tendrían que formar ese grupo de la dignidad, porque el amor es un sentimiento universal, si el amor se cancela la vida se agota. ¡Ah!, dijo Mario, corriendo te van a hacer caso. Bebimos (yo, un sorbo de agua).
Parece una cosa mínima, pero no es así. En Chiapas (por fortuna) aún crecemos con esa madre musical, la marimba, ella nos arrulla. Basta decir que, en Comitán, cuando, en domingo o jueves, los niños van de la mano con sus papás y comen un algodón en el parque central, escuchan la marimba municipal. Esas mariposas entran por el oído y se acurrucan en el corazón, para siempre. Los niños que estuvieron esa tarde en el guateque, en el restaurante, recibieron esas aguas benditas, mamaron un poco de esa leche bendita. ¡Qué bueno! Qué bueno, que, de vez en vez, no mamen de las otras aguas contaminadas, comunes, corrientes, bastardas.
Algo habría qué hacer para que la marimba fuera, de nuevo, la muchacha que amenizara los guateques de estas tierras. Mi amigo Jorge Guillén, propietario de Vision Bike, en Tuxtla, organiza tandas de bicis. Diez personas se inscriben, pagan cómodas mensualidades y cuando la suerte lo indica, reciben una bicicleta nueva. Así, de manera cómoda, cumplen sus deseos.
¿Es una locura fomentar tandas para amenizar guateques con marimba? En el pueblo, durante este año veinte veinte, cientos de personas realizarán fiestas para celebrar actos importantes e inolvidables. ¿Por qué no organizar tandas para que el festejo sea realmente inolvidable? El otro día (¡pucha, a cuanto guateque he asistido últimamente! ¡Bendito Dios!), estuve en el salón “La Casa de los Abuelos” y me tocó la gracia infinita de escuchar a la marimba Águilas de Chiapas. ¡Ah!, qué privilegio.
Posdata: Muchos dicen que la paga es el problema. ¿La paga? Sí, sale más barato contratar un mariachi para una serenata o un tecladista para un guateque. Debe ser. ¡Qué pena que la paga sea el impedimento! ¡Qué pena que el muchacho le lleve serenata a la chica con un reproductor de discos, porque pagar una marimba es muy caro! ¡Qué pena que no haya un sacrificio mínimo para dignificar la relación! En fin. ¿Es una locura hacer tandas para amenizar actos determinantes en la vida con marimba? El slogan sería: “Celebre su festejo con toda la dignidad del mundo. ¡En cómodas mensualidades!” ¿Quién lo haría? Tal vez esto es puro palabrerío. Pero, no sé, algo habría que hacer para que la tradición de vida no se rompa.
Vos, ¡por el amor de Dios!, no permitás que tu novio te lleve serenata con mariachi o con tecladista o (¡el colmo!) con reproductor de discos. ¡No! Él quiere que le des la prueba de amor, bueno, que, primero, demuestre que te ama. Así como los comitecos aceptamos café, ¡pero con pan! Ahora, el dicho es: Serenata, ¡pero con marimba!
sábado, 25 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON DESFILE DE SEPTIEMBRE
Querida Mariana: Este grupo de alumnos sube por donde ahora bajan los autos; está a punto de llegar a la esquina donde está el OXXO del parque central; a punto de desfilar por donde ahora existe un andador y está el 500 Noches, pero antes hubo la continuación de la calle. Este grupo de alumnos del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz está a punto de pasar frente al palacio municipal y hacer un marcial saludo frente a las autoridades.
Sí, mi niña, te resultará difícil identificar la barda donde aparecen los aros olímpicos, pero el edificio de enfrente sí lo identificarás con facilidad. ¡En efecto! ¡Es el mercado Primero de Mayo! ¿Ahora sí? ¡Por supuesto! Donde aparecen los aros olímpicos, actualmente está el Auditorio Roberto Bonifaz Caballero, el espacio donde se realizan los campeonatos de básquetbol.
La foto corresponde al año 1971, y, como ves, el contingente tiene el orden característico de los desfiles de aquellos años. Y digo esto, porque el año pasado fui testigo de cómo un alumno (de una escuela cuyo nombre no quiero recordar), mientras caminaba -porque no marchaba- respondía un mensaje por su teléfono celular.
Al fondo está la Ciénega, la Ciénega de los años setenta. Ya no tiene el espejo de agua que tuvo en los años cuarenta. Ya no. Pero aún conserva su cara limpia. Sí, ahora ya es un rostro con muchas manchas.
Acá se ven pocos espectadores. A la hora que pasen por el parque, estos muchachos escucharán aplausos, porque en ese tiempo la mayoría de la audiencia se congregaba en el parque y en el corredor del palacio municipal, porque (ya lo dije) en ese tiempo esta calle seguía derecho, derecho, y pasaba frente al ayuntamiento. El presidente municipal y sus cercanos presenciaban el desfile desde el balcón central y saludaban cada vez que pasaba un contingente con la bandera mexicana y aplaudían a los alumnos que, al pasar frente a ellos, hacían el saludo marcial. Algunas mujeres (también hombres) señalaban a algún alumno y hacían comentarios y reían o asentían. Como era el Comitán de los años setenta, muchos se conocían. Ahora, es casi imposible reconocer a los integrantes de los contingentes.
En la banqueta de la cancha camina una señora, en el mismo sentido del desfile, ella (con lentes oscuros) va pendiente de su camino, digamos que el desfile no le interesa, ella piensa en sus cuitas personales. Detrás de ella sí hay dos muchachos recargados en la pared, ellos sí presencian el desfile; por el contrario, en la banqueta del mercado, donde marcha uno de “los cornetas”, una familia camina en sentido contrario del contingente. Tampoco llama su atención el desfile. Caminan “enrebozadas”, y el niño con las manos adentro del pantalón. Tal vez llama su atención el alumno con la corneta que camina frente a él. Es casi seguro que el niño tuvo que hacerse a un lado a la hora que topó con el alumno. El alumno lleva un paso marcial y la milicia exige no hacerse a un lado. El soldado camina como si dijera “Háganse a un lado, que acá va la patria y la patria no se tuerce.”
¿Ya viste la modestia de lo que ahora es el auditorio Roberto Bonifaz Caballero? Donde se ve el acceso había una escalinata que permitía llegar a la cancha y a las tribunas (una, la que daba al frente del negocio de don Óscar Pinto era una tribuna de madera; la otra, la que estaba pegada a la parte posterior del templo de Santo Domingo, era una tribuna de cemento.)
Dos chicas (Angelita y Socorro) portan el banderín del Colegio. Atrás, el maestro Roberto De La Cruz, dirige a la banda de guerra de la institución. Si mirás bien, la banda también tenía un orden: desfilan formando tres filas, adelante van los tambores, luego una fila de trompetistas y así hasta completar el grupo de treinta. Detrás de la banda está la abanderada y de ahí para atrás el contingente de estudiantes, todos vestidos con traje de gala.
Digo que la fotografía es del año 71. Los Juegos Olímpicos del 68 ya pasaron, asimismo el Campeonato de Fútbol ya lo ganó Brasil, en un emocionante duelo contra Italia (¡Ah, la gran Italia!) Sí, la onda sicodélica ya llegó a nuestro pueblo. Poco a poco, los pantalones acampanados dictan la moda y los muchachos comienzan a usar el cabello largo y camisas con colores llamativos. En las recámaras de los chicos hay pegado un cartel con el rostro del Che. Las chicas también usan pantalones acampanados, con muchas flores, y las chicas más atrevidas usan (Dios las bendiga siempre) las famosas minifaldas. Acá, Angelita y Socorro llevan la falda un poco arriba de las rodillas. La minifalda era una pieza que subía diez o quince centímetros más. Recuerdo que varias alumnas del Colegio del padre, a la hora de la salida, con ambas manos se subían la falda, en cuestión de segundos la convertían en minifalda. Cuando llegaban a sus casas hacían el movimiento contrario y los papás ni cuenta se daban que sus hijas eran “minifalderas”.
A mí me encanta reconocer que estos dos edificios emblemáticos del pueblo (el mercado y “la cancha”) no han perdido su vocación, el primero sigue siendo un lugar donde el sabor y la tradición están más vigentes que nunca, ahí compramos los chinculguajes, el atol agrio (jocoatol), el atol de granillo, las butifarras, los tamales de bola, el pempenchile, el chicharrón de hebra, los chiles siete caldos, las tostadas de manteca, el asiento (para hacer las pellizcadas), y mil delicias más; y el segundo lugar sigue siendo la catedral del básquetbol comiteco. ¡Ah!, cuántas historias se han escrito en ese espacio, historias de gloria e historias trágicas.
Roberto Bonifaz junior contó que esta cancha al aire libre, que llevaba el nombre de Pantaleón Domínguez, y que era la cancha de la escuela federal Belisario Domínguez, un día se convirtió en el auditorio techado que ahora lleva el nombre de su papá (un destacado basquetbolista). Cuando se inauguró lo bautizaron con el nombre de Rosario Castellanos, pero no faltó quien puso el grito en el cielo, con justa razón: ¿Por qué un auditorio deportivo llevaba el nombre de una escritora? ¿No era más justo que llevara el nombre de un deportista?
Roberto Bonifaz junior contó que, en una plática informal entre su papá y el licenciado Jorge De La Vega, se pensó en la posibilidad de techar la cancha. Tal plática dio por resultado la construcción actual, “Se encargó la construcción al ingeniero Enrique Flores, y un patronato formado por notables comitecos supervisó la construcción y salvaguarda del inmueble que fue inaugurado en agosto de 1976.”
¿Mirás? Esta fotografía fue tomada cinco años antes de la inauguración del auditorio Roberto Bonifaz Caballero. Así como ahora se realizan encuentros de básquetbol memorables, en aquellos años también había partidos de furor. Gracias a gestiones del profesor Roberto Bonifaz Caballero, esta cancha, pueblerina, modesta, recibió una tarde la visita de los Harlem Globetrotters. Vos no tenés idea de quiénes fueron estos jugadores, porque te estoy hablando de la prehistoria, pero la afición de aquellos años llenó la cancha, porque los famosos Globetrotters harían una exhibición en el pueblo. Los Globetrotters era un equipo de básquetbol, de Estados Unidos de Norteamérica, que era todo un espectáculo, mezclaba el deporte con el entretenimiento. Bueno, con decir que sólo la altura de los jugadores era ya todo un espectáculo. Muchos comitecos recuerdan una memorable fotografía donde aparece el llamado “Chaparrito Barragán”, quien fue un deportista que tenía talla corta, al lado de un Globetrotter de más de dos metros de altura. Ya podés imaginar el disfrute de la audiencia al ver la serie de jugadas: se pasaban el balón por en medio de las piernas, tiraban hacia el aro y uno del mismo equipo se levantaba y con sus manos detenía el balón que estaba a punto de entrar en la cesta. Los comitecos disfrutaron ese show, la destreza de esos jugadores que visitaban muchos países del mundo, ¡del mundo!
Digo que hay sustancias ciudadanas que no han perdido su vocación. El mercado sigue siendo un elemento de identidad comiteca; el auditorio sigue convocando a la juventud y a los mayores a honrar la frase que fue lema del maestro Bonifaz: “Fibra en el cuerpo y disciplina en el alma.” El Colegio Mariano N. Ruiz celebra en este 2020 ¡setenta años de servir a la juventud de la región! Lo sigue haciendo con la misma disciplina que acá se ve.
Hay espacios que no traicionan su tradición, al contrario, la fomentan, orgullosas de su pasado. El mercado mantiene su vocación original, ha sido una flor llena de sabores desde 1900; la cancha (ahora auditorio) continúa abrazando al espíritu del deporte comiteco. Quien ahora visita el interior observa una serie de pendones colgados de la estructura superior, con imágenes de algunas de las estrellas comitecas de ese deporte. Sin duda que a los organizadores les costó trabajo seleccionar quiénes tendrían ese honor, porque, insisto, hay más jugadores de relevancia.
Posdata: Claro, cuando el desfile terminaba, Angelita y Socorro daban vueltas en el parque. Una caterva de chicos admiraba su belleza. Ambas eran asediadas por los muchachos, porque (acá se ve), eran chicas bellas. Ellas subían al Café Intermezzo y tomaban un refresco, mientras platicaban y reían y veían a la gente que daba vueltas en el parque. Eran tan bellas que habían sido elegidas para portar el banderín que encabezaba el contingente de la llamada escuela del Padre, el glorioso Colegio Mariano N. Ruiz, que no pierde su vocación: Sigue dando luz en las mentes y corazones de cientos de alumnos.
miércoles, 22 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN ESTUDIO
Querida Mariana: Carlos Gordillo inauguró El Estudio. Carlos es uno de los mejores fotógrafos de Chiapas. En el estado hay pocos espacios dedicados a la creación del arte fotográfico. Bueno, en realidad, en Chiapas, en particular, y en México, en general, hay pocos espacios para el fomento del arte. En países tercermundistas, el arte no está considerado dentro de la canasta básica del desarrollo, por eso nos va como nos va. Carlos inauguró su estudio. Será su espacio de creación, será el espacio donde hará las fotografías llamadas, precisamente, de estudio, pero, además, será un espacio para impartir talleres y compartir sus amplios conocimientos en la materia.
Hace mil años, bueno, un poco menos, Carlos inauguró un estudio de grabación, porque Carlos no sólo es un gran fotógrafo también es un gran músico.
Y hace menos de mil años, Carlos inauguró un restaurante (que es como su estudio gastronómico). Con esto quiero decir que Carlos siempre sube un escalón más en sus obsesiones, en sus pasiones. Qué bueno que Carlos no continuó con su profesión de piloto aviador (sí, querida niña, Carlos hizo estudios de piloto aviador), porque, seguro que ya habría construido su estudio de vuelo y ahora estaría dándole publicidad para que el futuro dueño del avión presidencial lo usara como hangar.
Pero, dije que no construyó su estudio de vuelo. Tal vez me equivoco, porque ahora, con la inauguración de su estudio fotográfico lo que hace es precisamente darle vuelo a sus sueños.
Con lo que te he platicado, te darás una idea que Carlos consolida sus ideales. En cada una de sus iniciativas apuntala un edificio donde, de manera privilegiada, comparte sus afanes y sus logros. Tal vez por esto no ejerció su profesión de piloto, porque el piloto no hace más (que eso es mucho) que llevar a viajeros de un lugar a otro. Pero, en los demás oficios que ha ejercido, su labor no ha sido la de un sencillo transbordador espacial; en los demás oficios ha impregnado su huella, quien prueba los makis que hace en “La Casita” recibe un toque propio; es como si al elaborar cada platillo pensara en la persona que lo degustará, como si fuera de esos maravillosos personajes de la literatura donde los cocineros seducen e incendian espíritus a través de los sabores.
Carlos ejecutó en forma maravillosa varios instrumentos musicales, de igual manera compuso canciones que tenían la esencia de la música y de la palabra. Sus composiciones musicales, igual que sus guisos, igual que sus fotografías, son de nivel superior, siempre ha estado tocando dinteles de espacios supremos.
Ahora, digo, entiendo que empleará el estudio fotográfico para darle brillo a sus imágenes, rentará el espacio para jóvenes (y no tan jóvenes) que deseen realizar trabajos profesionales y (así lo espero) de vez en vez lo convertirá en una galería temporal para mostrar su obra (dos o tres días estará bien, digo yo). Esto, a la larga (o a la corta) significará un espacio para el disfrute del arte. Comitán gana con la apertura de este estudio fotográfico, laboratorio donde la luz de la creación busca colarse.
Carlos inauguró un espacio donde el arte será el nido de imágenes papalote, hechas con papel de china.
En Chiapas no hay espacios para el disfrute del arte. Basta decir que en Tuxtla no hay un museo para el arte plástico. Con esto digo todo. Hay mil pintores de excelencia en el estado (bueno, tal vez exagero, pero más de cincuenta artistas plásticos geniales ¡sí los hay!) ¿En dónde exponen sus obras? Parece que deben colgarlas del aire.
Bueno, ni siquiera hemos intentado copiar lo que tan bien ha funcionado en la Ciudad de México: La galería al aire libre del Paseo de La Reforma, donde se montan exposiciones fotográficas, de gran formato, con periodicidad regular. ¿Cuándo en nuestras ciudades se crean estas iniciativas? ¿Qué esperamos?
Los pocos espacios existentes provienen de la iniciativa privada, de la iniciativa del pueblo. ¿Hay una Compañía Estatal de Teatro? ¿Lo hay? No lo sé. Pienso que no. Dijeran en mi pueblo: Conozco el cebo de mi ganado (que en Chiapas, el dicho popular se convierte en: Conozco el cebo de mi perdido.) Espero que me tapen la boca.
Posdata: Carlos inauguró su Estudio, así con mayúscula, porque su trabajo creativo siempre es así: con mayúscula. El Consejo Editorial de ARENILLA-Revista felicita a Carlos, quien, con sus imágenes, ha dado realce a los números publicados de esta propuesta editorial, que sigue los pasos de los grandes de Chiapas.
Carlos, el 21 de enero de 2020 abrió su estudio, abrió una hendija donde la luz, siempre traviesa y maravillosa, jugará sus mejores juegos. ¡Felicidades!
martes, 21 de enero de 2020
ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XIII)
París sí estuvo más cerca de volverse realidad. Un día (en 1999) abandoné Comitán con la idea de viajar a Cuba y luego a París. Porque Cuba, después de París, se volvió mi obsesión. Pensé que dicho país vivía un momento que debía vivir en carne propia. Tenía el antecedente de la lectura de dos libros de Rius, el caricaturista mexicano, en el primer libro hablaba bellezas del sistema socialista de la isla, en el segundo (publicado muchos años después) se desdecía de todo y reconocía (qué Rius tan bonito, ¡tan perverso!) que lo escrito no correspondía a la realidad, Cuba no era el paraíso que nos había contado a miles de lectores. ¿Cuál era, entonces, la realidad cubana? Miré un mapamundi y constaté lo que había aprendido en la escuela: Cuba estaba más cerca que la Italia ya no deseada, y que Francia, aún latente en mi lista de buenos deseos. Cuba estaba a la vuelta de la esquina. Paco, quien un día viajó a la isla me contó que había llevado en su maleta un par de pantaletas, porque estas prendas habían sido el anzuelo perfecto para acostarse con cubanas de cuerpos esculturales. Las cubanas, me dijo Paco, carecen de prendas íntimas con telas finas, usan calzones con telas burdas. ¿Era cierto? Pensé que Paco podía ser un segundo Rius y me contaba historias que parecían increíbles. Pero, a través de libros, obtuve otros testimonios. Un autor había contado que en Cuba cuando se quebraba el cristal de una ventana ya no se cambiaba, no tanto porque no hubiese el dinero o el deseo de hacerlo, sino porque era muy difícil conseguir el cristal, por el bloqueo. ¿Esto era historia de un Rius III? Tenía que ir a Cuba para constatarlo, atestiguar, hasta donde fuera posible, la realidad de una Cuba ya desgastada en un sistema político, social y económico, también desgastado, porque entiendo que la isla tiene un bloqueo, dentro del bloqueo internacional, que impide a los visitantes extranjeros acercarse para meter el dedo en la llaga, para constatar que la llaga existe.
Pero el viaje se vio trunco, llegué a Oaxaca, luego a Xalapa, y cuando, la ruta marcaba que debía viajar a Cuba, mi tren tomó otra vía y se detuvo en Puebla, ciudad donde tardé nueve años, ¡nueve años! En lugar de caminar por la playa de Varadero y ver los traseros de las jineteras y dorar mi piel bajo el sol abrasador, me senté en el piso del andador turístico Los Sapos y ofrecí cajitas pintadas a los cientos de turistas que abarrotan la plaza los fines de semana, y recibí el abrazo helado que, en tobogán, baja de la cima del Popocatépetl (en dos ocasiones no sólo fue el abrazo del frío, sino también la caricia molesta de la ceniza expulsada.)
Como Cuba era la aduana para llegar a París, ambos sueños se diluyeron. Los sueños se cancelaron. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: Mi sueño fue Comitán. Durante el tiempo que viví en Puebla viví muy a gusto (mi casa estaba frente a Ciudad Universitaria, de la BUAP, donde está el edificio de la licenciatura en Cultura Física, lugar donde están los campos deportivos, la alberca, el estadio universitario y un jardín botánico. En ese espacio llegan, todas las mañanas, muchísimos deportistas a entrenar y muchas personas a hacer ejercicio. Yo me paraba a las seis, cruzaba la avenida y tenía a mi disposición ese espacio. Yo lo usaba para caminar y para ver a las muchachas bonitas que llevaban a sus mascotas a pasear. A las siete regresaba, me daba un duchazo, desayunaba y, con mi Paty y mis hijos, abríamos el negocio de Internet y de fotocopias. El trabajo era tan generoso que, a las ocho, ya había una fila de muchachos universitarios esperando que abriéramos, bien porque necesitaban una fotocopia o una impresión o buscar información en las redes. Viví feliz, pero siempre (todos los días) pensaba en mi pueblo natal. Mi mamá (quien recuerda con precisión todo lo que sueña), a la hora que me servía el desayuno, me contaba su sueño, invariablemente dicho sueño tenía como entorno a Comitán. Que si la comadre Elenita, que si mi papá, que si el maestro Jorge, que si el Pasaje Morales, que la casa donde viví mi infancia, que si la casa que ellos (mi papá y ella) mandaron a construir. ¡Todo era Comitán! Mi mamá no soñaba con Puebla, ella soñaba con entornos comitecos y yo, pichito desvalido, soñaba con regresar a Comitán. Y un día el Dios generoso volvió a presentarse. El maestro Jorge me dijo que el Colegio Mariano N. Ruiz daría un paso más hacia la excelencia, iniciarían el nivel de universidad. ¿Puedo colaborar en algo?, pregunté. El maestro Jorge dijo que al día siguiente me resolvería. Esa noche no dormí tranquilo. Al día siguiente sosegué hasta que llegó la llamada esperada. Descolgué el aparato y escuché la voz del maestro: Está bien, dijo, te esperamos.
lunes, 20 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON ESPÍRITU INFANTIL
Querida Mariana: Soy abuelo. Algunos dirán que soy abuelo postizo, pero no es así. Porque el cariño es auténtico, así que me asumo como abuelo natural.
La historia es sencilla. Mis hijos no tienen hijos, así que no tengo nietos, pero Fanny (Fanny bonita), un día, por afecto, comenzó a decirme abuelo. Yo, al principio, me resistí, pero luego acepté tal tratamiento. Pensé que era un privilegio que la vida me concediera una nieta por afecto y no de sangre. En muchas ocasiones (la historia lo ha demostrado mil veces) los lazos afectuosos son más auténticos que los que la naturaleza nos envía. A veces, el destino permite salidas llenas de luz donde sólo parecía haber veredas oscuras.
Ella comenzó a decirme abuelo, dos días después que comenzó a decirle abuela a mi Paty. Así que, mi Paty y yo somos (gracias por la distinción) abuelos de Fanny. Ella contenta, nosotros contentos, el mundo ¡contento!
Una mañana, Fanny y yo coincidimos en el corredor cultural de la universidad donde laboramos. Nos paramos frente a una mesa donde un grupo de universitarios presentaba un proyecto empresarial, relacionado con gastronomía. Una chica le ofreció un pedazo de pastel envinado a Fanny y ella lo rechazó, dijo algo así como: “Ahora no puedo probar cosas con vino.” Yo la quedé viendo y comencé a moverme como si bailara, sonreí (cosa extraña en mí). Ella me abrazó y supe (intuición de abuelo) que ella estaba esperando pichito (se llama Matías) y que, en automático, me convertiría en bisabuelo. ¿Mirás? La vida me concedió el privilegio de ser bisabuelo a la tierna edad de sesenta y dos años. Mientras tengo amigos de generación que se divorciaron y se toparon con una muchacha bonita y volvieron a tener hijos que ahora son criaturas de ocho o nueve años de edad (¡pañales otra vez!), yo, sin esperarlo, me he convertido en bisabuelo, gracias a la generosidad de mi nieta.
Matías nació en enero de 2020. Los médicos pronosticaron que nacería en diciembre de 2019, pero, seamos honestos, la naturaleza es sabia y los pronósticos de los humanos son como los pronósticos deportivos: no tienen razón suficiente para creerles.
Matías, mi bisnieto (¡gracias Dios!) nació cuando pensó era el momento preciso, cuando los astros se conjuntaron para enviarle la luz divina.
Mi nieta, confiada en la voz de los médicos, se programó para que su amado hijo naciera en diciembre. Así que cuando ya el año estaba por terminar comenzó a desesperarse y dijo que sentía haber estado embarazada como dos años (bueno, en realidad su embarazo inició en 2019 y concluyó en el veinte veinte). Ya quería tener a Matías entre sus brazos. Matías dejó que Fanny, como diría Mafalda, llegara a la cena de fin de año con su hijo en casete (es un chiste viejo, porque ahora ni existen casetes, ahora la mamá diría que llevaba al hijo como un USB integrado); Matías dejó que a la hora en que su mami comió las uvas, una de éstas fuera su máximo deseo.
Y Matías nació. No quiso ser de la generación del 19. Es destacado integrante de la generación veinte veinte, generación que promete ser la generadora del cambio en el siglo XXI.
Sé que todos los abuelos y bisabuelos del mundo desean lo mejor para sus nietos y bisnietos. Yo, viejo que llora por todo, digo que me emociona la llegada de Matías y pido para él y para sus papás y para los otros abuelos y bisabuelos lo mejor de la vida. No sé si un día mi bisnieto Matías tome algún escrito que yo haya redactado (puede ser éste) y le diga a sus hijos: ¡Miren, este texto lo escribió su tatarabuelo!, y sonría y una línea de orgullo aparezca en su rostro. No sé si algún día, mis tataranietos muestren a sus hijos una foto mía y digan: “Es el chozno de la familia.”, y levanten una copa de vino y digan ¡Salud, en su memoria! Yo, por ahora, levanto mi té de limón (calentito) y digo ¡salud por mi nieta Fanny y mi bisnieto Matías!
Mi bisnieto Matías nació en 2020. Ha sido una bendición para este año. Este año será genial, porque ya fue bendecido con el agua del pipí del hijo de mi nieta.
Posdata: Acá está mi nieta con mi bisnieto. Ella le da la teta y él, becerrito de oro, le entra con todo. ¡Ah, la Vía Láctea! ¡Ah, la línea de vida!
sábado, 18 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON PARAÍSOS A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Querida Mariana: ¿Ya viste la foto que te anexo? Se antoja estar ahí, ¿verdad?
A mí me sorprende la velocidad con que el tiempo avanza. Sé que es por la edad. Hemos comentado que a los niños se les hace interminable la espera para la navidad; por el contrario, a los viejos (para usar una frase común, pero certera) se nos va el tiempo como agua.
No obstante, el tiempo avanza por igual. Apenas terminó la navidad y ahora medio mundo en Comitán, y en todo México, espera la celebración de La Candelaria, con su correspondiente tamaliza. Claro, en Comitán, celebramos a San Sebas y luego a Tata Lampo; pero pasando estos festejos, ya nos preparamos para Semana Santa. Como digno viejito que soy digo: ¡Cómo se pasa el tiempo! ¡Volando!
Y digo esto, porque Cecy me platicó que para Semana Santa ya estarán listas las cabañas que se ven en la parte superior de la alberca. Cuando tomamos la foto, vi la escalinata que se abre en medio de ese muro enlajado y pensé que quien, ¡afortunado!, rente una cabaña podrá bajar por esa escalinata y echarse un clavado a esta alberca. ¿Mirás qué privilegio? ¡Ah!, como si fuera uno de esos jeques árabes que despiertan, se echan encima una bata de seda, caminan diez pasos y entran a la alberca y nadan. Pues, ahora, en Comitán, las personas que lo deseen pueden darse esta vida.
¿Ya miraste la claridad del cielo? No se sabe si el cielo anidó en el hueco de la alberca o ésta se expandió en la vastedad del universo.
Quien no rentó la cabaña, pero quiere nadar, acá puede hacerlo, ya que, frente a este muro hay una serie de vestidores.
Sí, tenés razón, le hace falta una serie de poltronas para tenderse, pero Cecy me dijo que pronto estarán listas, porque todo estará dispuesto para que los comitecos puedan, a partir de Semana Santa disfrutar de este lugar tan disfrutable. Claro, en el lugar ya está en servicio, desde hace varias semanas, el restaurante Western Grill. Digo que las cabañas son las que estarán disponibles para Semana Santa, pero si querés desayunar o comer rico, te invito ya a ir al Western.
Bueno, dirás que la hago de emoción y que no he dicho de qué Cecy hablo. Hablo de Cecy Cordero y hablaré del lugar conocido como Puerta Esmeralda, y hablaré de Adriana, hija de Cecy, propietaria del restaurante Western Grill, y hablaré de don Roberto Cordero y de doña Betty Guillén Rovelo, y hablaré de la Despepitadora de Algodón. Hablaré de todo esto, para decir que este lugar que se antoja idílico está a diez minutos del centro de Comitán, al lado del bulevar que lleva a la Plaza Las Flores. ¿Mirás qué cerca está?
Sé que en Semana Santa medio mundo tiene opciones para descansar (también sé que muchos se quedan en el pueblo y, continuando con la tradición, acuden a los templos para conmemorar, como Dios manda, el sacrificio de su hijo, pero también sé que muchos se olvidan del Monte Calvario y buscan un espacio para relajarse y, ¿por qué no?, tomar una cervecita o dos o tres.)
Mucha gente va toda la temporada a sus quintas, a sus haciendas o a las casas que edificaron en Uninajab; otros van a lugares de descanso y regresan a sus casas. Temprano van a Colón y regresan en la tarde, o van a los Lagos de Montebello, al Chiflón, a Tenam, a San Cristóbal de Las Casas o a Puerto Arista, y, los más pagudos y que disfrutan de periodos vacacionales largos, van a Cancún o a Cuba o a París o a Buenos Aires o a Egipto.
Lo que me contó Cecy me emocionó, porque estas cabañas, esta alberca, estos jardines, estos espacios para descanso están a la vuelta de la esquina.
Yo, lo sabés, querida niña, no salgo en temporada de Semana Santa. Me quedo en casa a disfrutar “lejos del mundanal ruido”. Entiendo todas las formas de ser, pero llama mi atención ese raro disfrute de esperar horas en el aeropuerto o en las estaciones de tren o de autobuses, porque las salidas están demoradas; llama mi atención ese raro disfrute de personas que se topetean unas con otras en las playas llenas de botellas desperdigadas. Llama mi atención cómo soportan viajes de horas para llegar al destino deseado. Este tipo de vacaciones implica sacrificios, sacrificios que muchos no están dispuestos a pagar, porque, en lugar de descansar, se agotan en el viaje y en los inevitables tumultos.
Por eso, cuando estuve frente a este lugar pensé que es una opción para descansar. A partir de esta Semana Santa estará disponible de manera permanente, porque este espacio es complemento perfecto de la cancha de fútbol rápido y del restaurante Western Grill.
Cecy me contó que este terreno lo adquirió su papá, don Roberto Cordero. A don Roberto lo conocí cuando llevó a su hijo Roberto a estudiar secundaria al colegio Mariano N. Ruiz. En ese tiempo, iniciamos dos actividades escolares, una fue un grupo de teatro juvenil y otra fue la publicación de una gaceta mensual que se llamó “Aleteos”. Para esta segunda actividad solicitamos la colaboración económica de padres de familia y don Roberto fue uno de los primeros que levantó la mano y dijo que nos apoyaba. Roberto hijo fue uno de los primeros, también, en levantar la mano para participar en el grupo de teatro y él y Sara Eugenia Gordillo Avendaño (actual directora del nivel primaria del colegio) comenzaron a aprenderse y ensayar los diálogos de la obra “La tercera ley de Newton”, de Leticia Téllez. No recuerdo el motivo, pero nunca montamos la obra, a pesar de que ellos ya la habían ensayado durante largo tiempo y lo hacían muy bien. A lo que sí le dimos continuidad fue a la gaceta, de la cual publicamos varios números y que contenía colaboraciones de maestros y alumnos del colegio. Hoy lamentamos el fallecimiento de Roberto junior, quien falleció en 2019. Don Roberto y doña Betty tuvieron cuatro hijos: Elías, Cecy, Roberto y Juan Pablo. Los cuatro, muchachos talentosos y seres de bien, que aportan su calidad humana en la conformación de nuestra sociedad comiteca. Y ahora, no menos talentosa y responsable, Adriana, hija de Cecy, después de estudiar la licenciatura en mercadotecnia, en la UPAEP, ha regresado al pueblo y se encarga de atender el restaurante, donde ofrecen exquisitos platillos, entre los cuales presumen La picaña, que, me explicó, es un corte de carne que tuvo su origen en Brasil y que ahora disfrutamos los habitantes y visitantes de este pueblo, acompañado con un buen vaso de vino o una copa de comiteco.
La alberca, el restaurante, los jardines, la cancha de fútbol rápido, la ludoteca y demás lugares que conforman este espacio están ubicados en terrenos que fueron magueyales, terrenos donde estuvo la Despepitadora de Algodón. El algodón, en años pasados, lo cultivaban en tierra caliente y de allá lo traían a Comitán, donde era tratado para su venta. Un día, tal actividad cesó y los terrenos quedaron abandonados. Ahora, ahí está Puerta Esmeralda.
El abuelo materno de Adriana fue propietario del Hotel Real Balún Canán, edificio que ahora ya no pertenece a la familia y que está en franco deterioro (ubicado frente al Banorte, del centro). Cuando don Roberto vendió el hotel compró los terrenos de la despepitadora (eran diez hectáreas).
En el Hotel hubo, en los años setenta, una discoteca que fue visitada y aprovechada por todos los jóvenes de aquel tiempo. Recordá que, en esos años, la moda era ir a bailar a los espacios que se llamaban discotecas. Fue, por supuesto, una moda que nos llegó de Estados Unidos de Norteamérica. Muchos chavos comitecos imitaban no sólo el baile de John Travolta, sino también su vestimenta, que era un traje completamente blanco, con el pantalón acampanado. ¿Recordás la película “Fiebre de sábado por la noche”? Bueno, pues la fiebre era fiebre por el baile de discoteca. La discoteca comiteca (que, creo recordar, se llamó Tzisquirín) tuvo colgado en el centro del salón una esfera que irradiaba haces de luz por todos lados.
Digamos pues que la familia continúa con la tradición de ofrecer servicios de entretenimiento y de relajación. El hotel ofreció descanso en las habitaciones, diversión en la discoteca y sabores y bebidas en el restaurante; ahora, los herederos de la tradición ofrecen lo mismo: descanso, diversión y sabores y bebidas.
Muchos comitecos irán, en Semana Santa, a Uninajab, al Chiflón, a los Lagos de Montebello, a Tenam; o a sus quintas, haciendas y ranchitos. Otros cumplirán con la visita de los siete templos y escucharán el Sermón de las Siete Palabras; y muchos más se quedarán descansando en sus casas. Para los que se quedan, para los que disfrutan el descanso, ahora estará la opción del Restaurante Western Grill, con su comida y bebidas, y con las cabañas en renta y con el disfrute del fútbol rápido y de la alberca.
Posdata: Me encanta la idea de disfrutar de un entorno diferente, sin salir de la ciudad. Es un poco como revivir la tradición. Cuentan los mayores que muchos, en temporada, iban a las albercas de Los Morales o de Las Bermúdez, en la Pila; o iban a la alberca de La Primavera, en el barrio de Los Sabinos; o a la alberca de La Castalia, en el mismo barrio; cuentan que iban a bañarse a las pozas del Río Grande. Eso cuentan. Ahora, los espacios mencionados ya pasaron a la historia. Las albercas de Los Morales, de Las Bermúdez, de La Primavera, de la Castalia no existen. El Río Grande ya es un lecho seco. ¿Y ahora quién podrá darnos un poco de sosiego al espíritu? Hay opciones, una de ellas, digo yo, es la alberca del Western Grill.
¿Falta mucho para Semana Santa? Falta menos que ayer, y ayer apenas fue navidad, y mañana ya será el festejo a Tata Lampo
miércoles, 15 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN REGALO DE VICENTE KRAMSKY
Querida Mariana: Vicente Kramsky, el gran fotógrafo de Chiapas, estuvo en Comitán, en los años sesenta y setenta. Acá te paso copia de una de las fotografías que captó. La postal la tomé del libro “Vicente Kramsky. Interludio de una misma historia”, que es el catálogo de una exposición que se presentó el 10 de diciembre de 2019, en el vestíbulo del Auditorio Francisco I. Madero, en Tuxtla Gutiérrez. El catálogo contiene algunas fotografías que don Vicente tomó en San Cristóbal, Chiapa de Corzo, Tuxtla Gutiérrez, Tapachula y Comitán. El mayor número de fotografías (nacencia obliga) es, por supuesto, de su tierra natal: San Cristóbal de Las Casas. De Comitán se publican cinco fotografías. En la primera aparece el parque de La Pila, en primer plano dos tradicionales burros en el área de Los Chorros, y de fondo el templo de San Caralampio (pintado con colores claros), la ceiba y un autobús entre la Ceiba y la escalinata del templo; es decir, dicho espacio no estaba cerrado como lo está actualmente; en la segunda fotografía se aprecia lo que se ve en ésta que te comparto; la tercera fotografía muestra la sala de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, como se encontraba antes de la no afortunada restauración; la cuarta fotografía muestra la fachada del histórico templo de San Sebastián; y la quinta toma la realizó en el parque central del pueblo; es una toma nocturna del parque ampliado. Los árboles de los arriates centrales apenas comienzan a despegar del cielo, por lo que se aprecia con claridad las fachadas del templo de Santo Domingo y de la Casa de la Cultura.
Estas cinco fotografías son un presente generoso de Kramsky, quien sin alardes llegó a Comitán (así como lo hizo en muchas ciudades del estado) y nos legó testimonios gráficos de un tiempo ya ido. Gracias a la publicación homenaje de Coneculta, Comitán recibe cinco imágenes que sirven para acomodar el rompecabezas de la identidad.
Como mirás, esta fotografía fue tomada desde la banqueta donde está la residencia de doña Raque Albores (no se advierte, pero en este tiempo, la manzana frente al templo de Santo Domingo aún no se ha convertido en la manzana de la discordia, sigue siendo una manzana llena de locales comerciales y de residencias particulares). Si alguien se para en el mismo punto y hace el ejercicio comparativo de ese Comitán con el actual hallará que la máxima modificación arquitectónica es la de la casa, con techo de teja, donde doña Romelia Arizmendi tenía su tienda “Telas y confecciones”, porque la casa de doña Raque Albores continúa sin modificaciones notorias. En cuanto al templo de Santo Domingo, el cambio más radical es el descubrimiento de arcos en el basamento de la torre que sirve como campanario y, por supuesto, el cambio de color y que el Salón Lino Morales, que en ese tiempo servía para adoctrinamiento y pláticas pastorales, ahora lo utilizan como merendero.
En la foto de Kramsky se aprecia al nevero en la esquina, a los hombres y mujeres que caminan por la banqueta, sin apremio, dejando que el sol se regodee en ellos.
Sí, tenés razón, el tráfico de vehículos ha aumentado en forma notable. Acá sólo se distingue un auto, manejado por un conductor con sombrero (algún comiteco de ese tiempo podrá identificar plenamente al conductor, porque en ese tiempo no había tantos vehículos). Al fondo se aprecia el edificio de piedra, de la Casa de la Cultura (que ahora aloja al Centro Cultural Rosario Castellanos).
Sí, la casa que albergó el negocio “Telas y confecciones” es el que más se transformó. Fue derruida y en su lugar construyeron un edificio moderno, de dos plantas y una terraza (casi tres plantas). Según testimonio de personas de ese tiempo, antes del negocio de telas, don Juanito Cancino (que era propietario del local) tuvo una imprenta, pero luego vendió dicha esquina con doña Romelia. Posteriormente la casa fue derruida y, doña Cholita, hija de doña Romelia, casada con don Alfonso Domínguez Aguilar (quien se dedicaba al ejercicio contable), construyó el edificio actual. En la planta baja continuó con el negocio de venta de telas y la planta alta con el espacio de la terraza la empleó como vivienda, al lado de su esposo. A la muerte de la pareja (que no tuvo descendientes) un hermano de doña Cholita vendió el edificio a su actual propietario: Don Juan (Juan José López), quien, con gran sentido comercial, cambió el giro comercial y lo bautizó con el siguiente nombre: “Pollos y antojitos del centro”, que sintetiza el giro del negocio y que es muy exitoso.
Para quienes siempre tienen la pregunta de cómo era el Comitán de antes, acá tenemos un testimonio, obsequio de uno de los más grandes fotógrafos de Chiapas.
Posdata: En el texto de presentación del catálogo de la exposición de don Vicente se lee lo siguiente: “El trabajo de Vicente Kramsky posee calidad fotográfica, estética y documental, por lo que representa un importante registro del patrimonio artístico, cultural y natural del estado de Chiapas; sea esta la ocasión para honrar su memoria.”
Sea esta carta que te mando, de igual manera, una forma modesta de agradecer su generosidad al obsequiarnos este hilo que jala la memoria de los mayores y desenreda el nudo de la incertidumbre de los jóvenes. Gracias.
martes, 14 de enero de 2020
ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XI)
El viajero bajó de la camioneta. El anciano, sin aviso previo, colocó su mano en el hombro del viajero y, con voz dulce, dijo: “Pobre. No tiene auto, por eso pide aventón en la carretera.”, y luego se dirigió a uno de los barbones: “¿Por qué no le vendes ese carro que tienes?” El viajero sonrió tantito, pero luego reacomodó su rostro. ¿Le proponían venderle su propio auto? Antes de que todo pasara a más, el viajero dijo que no tenía dinero, que no podía comprar su carro, el “mi carro” lo remarcó. El anciano le dijo que eso no era problema, sin duda tenía alguien que podía depositar la cantidad que pedían. Sí, dijo uno de los barbones, es más decente pedir un depósito para la compra de un carro, que solicitar dinero para rescatar a un pariente secuestrado. El barbón sacó un celular de su chamarra, se lo dio al viajero y ordenó: “Ándale, güerito, pide que depositen dos mil dólares a esta cuenta.”, le extendió un papel con un número.
¡Dos mil dólares! ¿De dónde sacaría su mujer tal cantidad? Estaba rodeado por las cuatro personas, la anciana había sacado un tejido de una bolsa y movía las agujas con destreza. El viajero marcó, los cuatro tipos se abrieron y dejaron que él se retirara. Habló recargado en el cofre de su carro. Al colgar, regresó el celular y dijo: “Ahora harán una transferencia.” Los cuatro tipos aplaudieron, colocaron las manos frente a su cara. La anciana guardó el tejido y dijo que prepararía café. Uno de los barbones le preguntó al viajero si quería probar el auto, le garantizó que era un buen modelo y que sólo había pertenecido a un dueño. El otro barbón rio. El anciano dijo que sentía frío, tocó la borra de la chamarra del viajero y dijo: “No, no, no te obligaré a que me la regales, no.” El viajero entendió la indirecta, se despojó de la chamara y la entregó. Un bip sonó, el viajero vio su celular, respondió el mensaje y dijo: “Ya está la transferencia”, y mostró la imagen. El anciano se acercó, corroboró el número de la tarjeta y dijo: “Está bien. Felicidades, has hecho un buen trato.”, tomó el celular del viajero y dijo que se quedaría con él, porque era el comprobante de la transacción. El anciano le dijo a uno de los barbones que entregara las llaves al nuevo propietario del auto, el barbón dijo que las llaves estaban prendidas. Los cuatro tipos, con las manos abiertas, invitaron al viajero a subir a su auto. El viajero dijo gracias y subió. Cerró la puerta con cuidado (cuando, en realidad quería hacerlo a toda velocidad), prendió el motor y puso primera, soltó el clutch casi con temor y vio avanzar el auto por en medio de una valla de pinos altos. Después de cien metros aceleró. Una nube de polvo ocultó el paisaje que había dejado atrás. Al llegar a un crucero se bajó y se acercó a un trailero que se había detenido para hacer pis. Saludó y, tratando de calmarse, pidió al trailero que, por favor, hiciera una llamada a tal número. El trailero sacudió su miembro y preguntó si todo estaba bien. No, dijo el viajero, no todo está bien. El trailero guardó su miembro, limpió su mano sobre el pantalón y fue a la cabina de su tráiler a marcar el número solicitado. Le pasó el teléfono al viajero y éste, de inmediato le dijo a su mujer que no respondiera a su teléfono, pero la mujer, llorando, dijo que ya había hecho el otro depósito y preguntó si ya todo estaba bien, si lo habían liberado. El viajero repitió que ignorara llamadas de su teléfono y dijo que ya iba para casa. Regresó el teléfono, dio las gracias y subió a su auto.
Y así termina el cuento. Todos los viajes son maletas llenas de experiencias, pero no todas son experiencias agradables, algunas son experiencias ingratas y otras (Dios libre de ellas) son fatales. Algunos viajeros ya nunca regresan. El viajero del cuento se vio sometido a una experiencia ingrata, pero que no terminó en tragedia. Puede decirse que los cuatro tipos no abusaron de su poder.
Los que viajan abandonan sus territorios de influencia y se exponen a las veleidades de territorios desconocidos, donde el azar es una niña traviesa que le encanta atravesar el pie a cuantos se dejan.
El viaje es un tema que se antoja para iniciar un testimonio biográfico. Escribir de los viajes realizados, así como de los viajes idealizados, es un termómetro del carácter.
En mi infancia siempre esperé con ansias el periodo largo de vacaciones para viajar con mi mamá a la Ciudad de México, donde vivían mis abuelos maternos. Ellos tenían una casa en Tacubaya. La casa era de antología, su entrada principal daba a una calle llena de polvo, pero una de las paredes laterales de la casa colindaba con un callejón. Los callejones son como ramas secas, donde los pájaros no se acercan. Dormía en el cuarto de mi abuela, ella destinaba algo como un camastro para que durmiera. El cuarto tenía una ventana que daba al callejón, durante el día la ventana permanecía sin la cortina que la cubría a partir de las seis de la tarde. Una vez quise abrir la ventana para que entrara el aire y mi abuela llegó corriendo y me dijo que no volviera a hacerlo, dijo que se podían colar las ratas enormes que ahí tenían su territorio. Cuando me acostaba y escuchaba ruidos me tapaba la cara con las cobijas, porque pensaba que las ratas querían entrar. Pero no sólo ruido de rata escuchaba, también se escuchaban ladridos, carreras, como de hombres detrás de niños, gemidos, como de borrachos seduciendo a mujeres. Los ruidos de las ratas se confundían con gritos, con pujidos, con lamentos. Me encantaba ir a la casa de mi abuela Esperanza, pero durante las noches no podía dormir. Por fortuna, la cortina de tela no lograba evitar el paso de la lámpara de la esquina, esto hacía que en el cuarto siempre hubiese un resplandor que me permitía ver el bulto de mi abuela en su cama. Ese bulto que se levantaba en cada respiración ayudaba a ahuyentar los demonios que hacían su aquelarre todas las noches en el callejón.
lunes, 13 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON LOS MONTEBELLO MÁS FAMOSOS
Querida Mariana: Leo “Fluye el Sena”, de la autora Fred Vargas. El libro contiene tres historias policiacas, donde interviene el comisario Adamsberg, personaje de ficción, creación de Fred, autora francesa que nació en 1957, año de mi nacimiento; es decir, Fred y yo somos contemporáneos, ella nació en París, dos meses después que yo, que nací en Comitán. Y digo esto, porque ella y yo, contemporáneos, tenemos otra coincidencia, ambos somos escritores -claro, ella famosa y yo no, pero esto no hace diferencia a la hora de crear-, pero tenemos otra coincidencia sensacional: ella y yo nacimos en lugares donde hay dos famosos Montebello.
A pesar de que he viajado mucho por París (en guías turísticas, cuentos, novelas, películas y documentales), no había visto que allá hay un Quai famoso que se llama Quai de Montebello. Ayer me topé con dicho lugar, porque en el cuento “La noche de los brutos”, el comisario Adamsberg acude a ese lugar, porque flota el cadáver de una mujer en ese muelle, del río Sena.
¿Mirás qué coincidencias tan coincidentes? Ella nació en una ciudad con un muelle que tiene el nombre Montebello (escrito así en francés), y yo nací en una ciudad que promueve el destino turístico Lagos de Montebello, que, en realidad, es una reserva natural del vecino municipio de La Trinitaria. He estado en Montebello en varias ocasiones, en los últimos tiempos he ido con mi Paty y mi mamá para desayunar frijolitos con salsa molcajeteada y tortillas hechas a mano. Los dos espacios están relacionados con el agua: el Montebello parisino está en la ribera del río Sena, y el Montebello trinitarense está en la ribera de los lagos; de hecho, la zona toma su nombre general del lago de Montebello.
Ambos lugares ya no son lo que fueron. En este libro me entero, por boca de personajes literarios, que en el río Sena fluyen aguas negras (aguas no transparentes), que huelen a pis. Siempre deseé ir a París, cuando el deseo cesó, comencé a viajar con mayor frecuencia a través de libros y de películas. La imagen idílica que tenía de la Ciudad Luz tomó una dimensión más real: el Sena no lleva aguas transparentes y, además, huele a pis (imagino que este olor debe provenir no tanto de las aguas, sino de los andadores laterales donde algunos urgidos se hacen de las aguas en cualquier rincón). Bueno, lo mismo sucede con la imagen idílica del Montebello nuestro: sus aguas no son transparentes y huelen a caca, porque están contaminadas con heces fecales. ¡Ay, señor, qué tiempos vivimos!
Hubo un tiempo, quiero pensar, que, en el Sena, igual que en los lagos de Montebello, fluyeron aguas limpias.
Lo que me sorprendió fue la coincidencia personal. El libro que leo me unió a Fred, con lazos que no necesariamente la unen con otro lector. Ella y yo nacimos el mismo año, nacimos en lugares donde están dos de los más famosos Montebello del mundo. Ella y yo somos escritores. Yo he amado, desde hace mucho, a su ciudad natal. ¡Ah!, me encantaría que ella conociera Comitán, pero esto sí sería una espectacular coincidencia. Tal vez ella no sabe dónde está Comitán, tal vez no sabe que hay un pueblo que así se llama (pienso que ella nunca ha leído a Rosario Castellanos, pienso que ella, historiadora y arqueóloga, tiene otras vocaciones lectoras). En fin, no me importa lo que ella piense, ahora (abusivo y egoísta) digo que hallé coincidencias entre ella y yo, y que fue ella quien me enseñó que en París hay un famoso Montebello, tan famoso como el nuestro (ahora pienso en los paisanos que han viajado a la ciudad, pienso en qué cara habrán puesto a la hora que el guía parisino les dijo: Estamos en el Quai de Montebello. ¿Habrán puesto la misma cara que puse yo? ¿Se habrán emocionado como me emocioné yo? Me encanta pensar que una sencilla palabra aliente tal cascada de emociones.)
Posdata: Te paso copia del fragmento donde el comisario Adamsberg llega al lugar, lo hago para que tengás el contexto del espacio: “Aparcó en la acera, levantó las tiras de plástico rojo y blanco que impedían el acceso al muelle de Montebello y bajó el tramo de escaleras hasta el río.” Busqué en el Internet y hallé que el Quai de Montebello permite una vista excepcional de la Catedral de Nuestra Señora de París, quien se para en el muelle de Montebello ve la lateral y el ábside del templo. Es una vista prodigiosa. Quien se para en el muelle de nuestro Montebello tiene a la vista el esplendor del lago que, a la hora del ocaso, permite una vista sensacional.
sábado, 11 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, CON UNA PIEDRA EN EL ZAPATO
Querida Mariana: Uno de los grandes misterios de la naturaleza son las piedras. Bueno, cuando menos para mí. Por ejemplo, en esta fotografía hay varias piedras que quedaron atoradas en la rejilla. Esta rejilla, que capta agua de lluvia y va de banqueta a banqueta, está a media cuadra de la casa del cantarito. Como se ve, la rejilla no sólo capta agua, sino también ¡piedras! Cuando llueve, arena y piedras son arrastradas y algunas piedras se atoran. Es una bobera lo que diré, pero las piedras atoradas son las que no son grandes ni pequeñas, porque las grandes no pasan por esos espacios y las pequeñas pasan como Pedro por su casa y viajan junto al agua por todo el canal y, asumo, van a dar a la parte baja del pueblo. Dije que era una bobera lo que diría, porque ahora pienso que para no atorarse uno debe ser grande o pequeño, pero no mediano.
La tabla de los exitosos menciona que las personas deben ser grandes, nada dice de los pequeños, pero si acá, de esta fotografía, tomamos una lección podemos decir que las atoradas fueron las piedras medianas, mientras las grandes no pasaron. Fueron las pequeñas las que siguieron el viaje. ¿Qué significa esto? ¡No lo sé! Pero, los que saben de esencias vitales recomiendan que los seres humanos deben viajar, para tener experiencias.
Digo que, cuando menos para mí, las piedras son el gran enigma del universo. Siempre que veo fotografías de algún asteroide veo a éste como veo a estas piedras trabadas en esta retícula que pepena aguas pluviales. Cualquiera de estas piedras podría representar algún asteroide, de esos que están a mil millones de años luz de la tierra. ¿A poco no tienen horma de enormes piedras algunos asteroides?
Sigo con mis boberas. En esta fotografía hay diferentes elementos. Está el cemento (agrietado) de la calle, la estructura metálica de la rejilla, dos o tres macollos de hierbas y las piedras. Todo tiene una explicación, menos la piedra. El cemento es un descubrimiento del hombre, lo mismo sucede con el fierro. Las matitas también tienen participación humana, porque si bien es cierto provienen de la naturaleza, en cualquier vivero de Comitán te venden pasto para que sembrés en tu patio. Pero las piedras no tienen explicación. Lo más que hace el hombre es transformarlas a través de la trituración, pero la piedra no se siembra, no se regenera. Los científicos saben de dónde viene la piedra, pero no pueden decir nada acerca de este movimiento que siguen debido a la corriente de agua.
Estas piedras atoradas estuvieron horas antes de la lluvia en alguna parte superior del pueblo. Cuando comenzó a llover, la corriente las arrastró hacia los terrenos bajos (esto sí debido a la famosa ley de la gravedad) y, cuando llegaron a esta rejilla, se quedaron trabadas, porque tuvieron el tamaño preciso para caber por esos huecos, pero no tuvieron la suficiente esbeltez para pasar como sí lo lograron las pequeñas. Estas piedras medianas se quedaron trabadas y mientras no haya un empleado de limpia que los rescate o un niño travieso que los empuje con una vara, ahí estarán suspendidas en el tiempo.
No quiero pensar que una de estas piedras haya sido madre de una pequeña, porque entonces la historia resultante sería una verdadera tragedia Shakesperiana. Ya estoy viendo cómo allá por el rumbo de La Cruz Grande, a la hora que el cielo comenzó a ponerse gris, la madre piedra se asomó por la ventana y le gritó a la hija que jugaba en un montón de arena: “¡Metete ya, porque parece que va a llover, el cielo se está nublando!”, y la piedra hija, recibiendo ya los goterones respondió, sin moverse: “¡Ay, mamá, me estoy mojando!” Y sin decir agua va, el aguacero se soltó como si fuera un perro que se suelta de la cadena. Y la mamá piedra salió ya en medio de la corriente fuertísima. Avanzó con dificultad y apenas logró tomar de la mano a la hija piedra, antes de que la corriente comenzara a empujarlas hacia la zona baja. La madre e hija, sin soltarse, fueron dando tumbos, yendo de una banqueta a la otra, siempre bajando. La madre le recomendaba a la hija no hablar, mantener la boca cerrada, para no ahogarse. Pasaron frente a la tienda de dulces, lugar donde dos o tres personas se resguardaban del aguacero intensísimo; llegaron a la Matías de Córdova y la piedra hija quiso alzar la mano para saludar a los niños que, con mochilas, y agarrados de sus mamás, esperaban que el aguacero amainara. Llegaron a la siguiente esquina (la de la casa del cantarito) y, como ahí la avenida deja de ser bajada y se convierte en una pronunciada subida, la corriente da una gloriosa vuelta y se precipita hacia la calle donde, justo a la mitad, está la rejilla que, golosa, se traga cientos de litros de enfurecida agua. Y, entonces, si lo que cuento es cierto, esta alcantarilla fue como una brutal aduana, porque cuando ambas piedras llegaron a este lugar, la piedra hija sintió cómo el agua la jalaba y hacía que sus manitas se separaran de las de su madre, porque la piedra madre se atoró entre los barrotes. La piedra hija cayó metro y medio (que es la altura que hay de la superficie de la calle al fondo del canal) y siguió el camino que le impuso la corriente. Todavía se escuchó la voz de la piedra hija: “¡Mamá!”, que, como respuesta automática escuchó: “¡Hija!” Estas fueron las últimas palabras que lograron escuchar, porque los demás lamentos se ahogaron en la profundidad del canal. La piedra hija no pudo evitar ser llevada hasta la parte más baja de la ciudad; la piedra madre, a pesar de que pataleó y manoteó, no logró escurrirse por en medio de esos barrotes.
¿Mirás qué palabra tan de prisión? Barrotes. Esta rejilla está llena de barrotes para que los autos y las personas puedan transitar por encima. Los huecos permiten que el agua pluvial se vaya al fondo y no provoque inundaciones en la zona, pero, esos huecos, que, por lo regular son espacios para que la luz y el aire pasen tranquilamente, se convierten en brazos opresores cuando una piedra no tiene el tamaño superior para rebotar contra ellos, ni tiene la minúscula consistencia para pasar como pasa la llave por la cerradura ¡y abre!
Piedras atoradas en barrotes. A veces, cuando camino por esta calle y veo las piedras pienso en las hijas que cayeron al vacío y fueron arrastradas por la corriente feroz; pienso en que estas madres se petrificaron al saber que jamás pasarían por en medio de estos barrotes. A veces, cuando visito algún reclusorio veo hombres y mujeres que, igual que éstas, se volvieron piedras, porque las esperanzas de vida libre se quedaron atoradas en alguna cuerda del aire. Y pienso que todo fue porque no fueron grandes, como sugieren los exitosos, ni fueron suficientemente pequeños para pasar inadvertidos, para ser, más que piedra, simples gránulos, como decía Arreola: pequeños miligramos.
Podría terminar con una bobera (creo que esta carta exige ello, si comencé con una bobera y seguí con una bobera, lo menos que puede hacer mi mente torcida, pero congruente, es concluir con una bobera). Así pues, digo que la piedra es el mayor enigma del universo. Las piedras son los únicos elementos sobre la tierra que no sienten. La madre tierra respira, los árboles se comunican con otros a través de sus raíces, las plantas crecen más soberbias cuando su ama les canta, los canarios brincan de un lado a otro cuando reciben alpiste, las niñas ríen cuando sus mamás les cuentan un cuento, y los viejos sueñan que sueñan cuando el hijo llega a visitarlos y platica con ellos. ¿Y las piedras? Las piedras ¡nada! Ahí están, como la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo, sin verlo, sin inmutarse por nada.
Posdata: Y, sin embargo, el mundo no sería mundo si no existieran las piedras. ¿Con qué hicieron el cimiento de tu casa? ¿Con qué el cimiento del templo de San José? ¿Con qué la base donde reposa la escultura “Día marcado”, de Luis Aguilar?
Todos los centros ceremoniales prehispánicos fueron hechos con piedras. ¡Piedras! Por algo fue así. Los lugares donde hacían sus rituales estaban hechos con piedras. Los pies de los seres humanos pisaban piedras. Mientras caminaban hacia el centro ceremonial lo hacían por sendas llenas de polvo, de tierra, de hierba. Al llegar, las escalinatas donde caminaban los sacerdotes estaban hechas de piedra.
Ya lo dijo el poeta de la canción: “De piedra ha de ser la cama y de piedra la cabecera.” ¡Pucha! ¡Qué martirio! ¿Quién duerme en dicha cama? ¿Quién descansa su cabeza en almohada tan dura, tan rugosa? Además, El Tri, dice que “Las piedras rodando se encuentran”, y el grupo de rock más prodigioso se llama The Rolling Stones; es decir, Las piedras rodantes. ¡Por algo será!
La tía Licha se molestaba ante la insensibilidad de Rocío, su nieta rebelde, le decía que tenía el corazón de piedra y eso, así lo consideraba la tía, no era conveniente. Pero, dicen los que saben, que en la vida no debe uno ser tan corazón de pollo. Alejandro Magno no era corazón de pollo, porque quien tiene corazón de pollo es vulnerable. ¿Es bueno tener corazón de piedra? ¡Ah, yo no sé! A mí me gustaría saber si la piedra tiene corazón. Tan tan.
viernes, 10 de enero de 2020
CARTA A MARIANA, QUE PEPENÉ POR AHÍ
Querida Mariana: Muchos comitecos pensamos que el verbo pepenar sólo lo empleamos por esta región. No es así. Esta mañana me enteré que en Hidalgo también lo emplean. Es un verbo de uso frecuente en todo el país. Pepenar es recoger, levantar. Personal del servicio de limpia, por ejemplo, se dedica a pepenar la basura que botan otros. En Comitán, hay empleados que llevan una bolsa (de esas enormes, donde empaquetan las croquetas de perro) y, en la otra mano, unas pinzas (de esas que usan en las panaderías). Caminan las calles de Comitán y cuando ven una basura (puede ser una bolsa de Sabritas o un vaso de unicel) la pepenan con la pinza y la depositan en la bolsa y así se la llevan, hasta que la bolsa está llena y depositan la basura en un contenedor y a darle de nuevo.
En Comitán empleamos una frase que da cuenta de una posición: “Estaba de pepenantz”, el nantz es el nanche. Con esto queremos decir que la persona estaba con el tutís para arriba (tutís es culo) y las manos en el piso, como si pepenara algo (nanche, en este caso).
Como en México somos muy albureros y perversos se recomienda evitar esta posición, no es conveniente que una muchacha bonita la adopte, porque enseña las nalgas. Asimismo, no es recomendable que los hombres se pongan de pepenanantz, porque no falta el amigo abusivo que pasa, le da una nalgada y dice: “Así perdió el diablo, compadrito.”
Todos los oficios y profesiones del mundo pueden aplicarse con el verbo pepenar; es decir, los fotógrafos, en término estricto, son pepenadores de imágenes; los escritores, somos pepenadores de palabras; las meretrices son pepenadoras de deseos; los alumnos son pepenadores de conocimientos y los curas son pepenadores de pasiones reprimidas.
La conjugación es divertida: Yo pepeno, tú pepenas (vos pepenás), él pepena… todos pepenamos.
Mauricio que era tartamudo, cuando alguien le contaba una tragedia, comentaba: “¡Qué pepena!”, obvio, Mauricio, por su tartamudez, repetía la pe. Esta pepena era una pena penosa y alegre al mismo tiempo.
En el estado de Hidalgo emplean con entusiasmo el verbo. Es tan común y hermoso que las artesanas tienen un término para designar un modo de bordar: “Pepenado”. Se llama así, porque las bordadoras reúnen los puntos, como si los fueran pepenando. Estas prendas son aclamadas, porque la técnica exige una atención especial. Si alguien pepena un punto en forma equivocada ya jodió la labor, porque la siguiente línea ya estará desfasada.
Todos pepenamos. A mí me encanta usar este verbo, que quién sabe de dónde proviene. A veces juego (sólo juego) y digo que el verbo pepenar viene de la palabra náhuatl: Pepenantzli, nombre de la diosa que era la encargada de recoger las flores para bendecir a los recién nacidos; es decir, cuando pepenamos una basura y la echamos al basurero estamos honrando la tierra donde jugarán las criaturas; cuando pepenamos un sueño botado estamos honrando la tierra donde sembramos los deseos.
Posdata: Los empleados de limpia realizan una labor muy digna: pepenan la basura para que el pueblo se mantenga más o menos limpio. Me gusta verlos con sus pinzas, esto evita que tengan que agacharse de más, que deban adoptar la posición de pepenanantz, porque, ya se dijo, así perdió el diablo.
Siempre que puedo empleo la palabra, la empleo como sinónimo luminoso de la palabra levantar o de la palabra recoger. Yo no recojo, ¡yo pepeno! Ahí lo mirás.
jueves, 9 de enero de 2020
ENTRE EL CINE Y LA VIDA
Yo sí, me dijo Romeo. Un minuto antes, él me había preguntado si alguna vez había soñado con ser director de cine. Él y yo, durante nuestra adolescencia en Comitán, habíamos sido cinéfilos de hueso colorado. Íbamos al cine casi a diario, todas las tardes de lunes a domingo, y a este último le echábamos el mojol de la matiné. Pero cuando me preguntó yo dije que no, que nunca soñé con ser director de cine, dije que sí, claro, me hubiese gustado ser actor, pero no tenía la voz de Jorge Negrete, ni el rostro bonito del paisano Javiercito Esponda, ni las aptitudes histriónicas de un Marlon Brando. Además, dije, hacer cine implica, ya lo dijo Felipe Cazals, el director de “Canoa”, contar con la colaboración de muchas más personas. El cine es un oficio donde muchas manos y mentes trabajan para lograr ese producto cultural maravilloso, llamado cine. Y yo, yo jamás he sido amigo de multitudes. Siempre he sido solitario. Me encanta realizar actividades personales, aquéllas donde no se necesita la colaboración de otros. Por eso me encanta dibujar, pintar, leer y ¡escribir!
Dije que no, que nunca soñé con ser director de cine. Me encanta ver cine. Mi carácter también abona a este divertimento. Para ir al cine no se necesita más que uno mismo. Sé que las demás personas, acostumbradas a ir con amigos o con parejas o en familia, encuentran raro que una persona se siente sola en una butaca del cine, abra una revista o un libro y espere que la función inicie. No espera más. No espera la llegada de un amigo o de su pareja o de su hijo o de sus papás. ¡No! Lo único que espera es que la pantalla se ilumine con ese misterio vuelto imagen. El espectador de cine perfecto es el que asiste solo a una sala cinematográfica o quien, sentado en el sofá de su casa, con una taza de café y unas galletas, oprime el botón de play y ve la película de su preferencia. No hay peor cosa que tener un compañero que hable a mitad de la película.
Por esto, entonces, elegí ser escritor. Este oficio es un acto amoroso que exige la individualidad. El escritor se sienta ante la mesa y se reúne con fantasmas que corporeiza en las hojas del cuaderno o en la pantalla del ordenador. El escritor es el espectador ideal del avance de la vida. Se sienta ante la mesa, como si se sentara en un balcón que le permite ver lo que sucede en las calles del mundo.
Romeo confesó que él sí soñó con ser director de cine. Lo dijo mientras estábamos sentados en el parque del barrio de Guadalupe. Estábamos bajo el amparo de un framboyán que incendiaba el cielo; recibíamos el aire fresco que sube desde la Ciénega y llega más potente.
Cuando Romeo dijo lo que dijo vi que una nube oscura, como si estuviera llena de hollín, se paraba frente a su mirada. Lo dijo con tristeza, como si de pronto se diera cuenta que algo había extraviado en su vida. Pero ¿qué había extraviado? ¡Nada! Porque nada había tenido. Él, como yo, como millones de personas en el mundo, había sido un simple y bello espectador. No más. Y, sin embargo, dijo con tristeza de canario enfermo, que él sí hubiese querido ser director de cine. Comenzó a enumerar algunos nombres de los grandes del cine mundial, mencionó a Fellini, a Godard, a Buñuel y dijo que él hubiese pertenecer a esa nómina selecta. Me vio directo y dijo que le gustaba una película de Sofía Coppola, la hija de Francis Ford, luego trató de hacer un chiste, dijo que, si Sofía era hija de Francis Ford, a él le faltó tener un padre que se llamara Francis Chevrolet. Quiso ser un chiste, pero lo dijo con tal amargura que pareció decir un responso.
Yo no. Nunca soñé ser director de cine, a pesar de ser un cinéfilo que disfrutó del cine (lo sigo disfrutando enormidades.) Yo sí, repitió Romeo, y entonces, como si hubiese dicho ¡acción!, una mujer, en el patio de una de las casas cercanas que rodean el parque, comenzó a tararear una canción, su tarareo era alegre, brincó la barda y caminó por nuestros oídos. Casi vi a la mujer, inclinada sobre el lavadero, suspender tantito su labor, mientras tarareaba y mantenía las manos adentro del agua jabonosa. El aire era otro pájaro volando. Vi entonces que esa podía ser una escena de la película del director Romeo. La cámara se elevaba sobre el parque, mostraba al par de amigos sentados en la banca de granito, mientras la lavandera seguía tarareando esa canción alegre. La cámara mostraba el par de pechos soberbios, húmedos, y el rostro tranquilo de la mujer lavandera y aparecía la palabra FIN.
Los directores de cine necesitan de la cooperación de muchas personas; los escritores escriben sus libros en la soledad perfecta. Me encanta estar solo, me encanta ser escritor.
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