sábado, 8 de febrero de 2020

CARTA A MARIANA, CON CELEBRACIÓN




Querida Mariana: Vos sabés que mi vida está ligada en forma indisoluble al Colegio Mariano N. Ruiz. Estudié la primaria en la Fray Matías de Córdova (junto con mis compañeros de generación me tocó pasar del viejo edificio al nuevo, que fue inaugurado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz), y luego pasé al colegio para estudiar la secundaria. Tuve el privilegio de recibir clases con el padre Carlos, el fundador del colegio. Otros maestros fueron, el maestro Güero, maestro Temo Torres, doctor Guillermo Robles (el primer novio comiteco de Rosario Castellanos), maestra María Antonieta González y hubo un rato que mi papá, Augusto Molinari, me dio dos o tres clases de Civismo, porque suplió la ausencia del titular. Así como lo digo no lo percibís a cabalidad, porque sos muy joven, pero quienes son mayores saben que estos nombres corresponden a maestros de lujo. El padre Carlos fue un lujo para mí. Primero lo tuve de maestro en la secundaria y luego, con el paso de los años, lo tuve como mi mentor cercano porque ante una ausencia temporal del maestro Jorge, quien fue director por más de treinta y tres años, me nombró director de la escuela (en ese tiempo, el colegio impartía los servicios de preescolar, primaria y secundaria). Estar cerca de un hombre que admiré muchísimo (lo sigo admirando) me provocó uno de los impactos más favorables en mi vida. Y digo que lo admiré mucho, porque sus clases de literatura fueron el empujón final para que yo supiera que mi afición lectora era el prodigio más impactante del mundo. Pero no sólo fue la literatura el puente de unión, ¡no!, también lo fue la música. He platicado en varias ocasiones como él mandaba a dos de los alumnos más aventajados (nunca lo fui) para que llevaran al salón el aparato tocadiscos. Sacaba de la funda un disco de Beethoven o de Mozart y, mientras colocaba el disco en la tornamesa, nos platicaba algunos datos biográficos del compositor y características de la obra que íbamos a escuchar. Has de entender que nosotros manteníamos un silencio absoluto, pero nos aguantábamos la risa, porque (nunca lo he entendido) cuando un grupo de jóvenes se ve sometido a un ambiente de silencio algo como un ratón jocoso se encarama en el hombro y quiere botarse de la risa (debe ser porque la naturaleza del joven es el jolgorio). Sabíamos que esa práctica exigía atención, que era un instante solemne. Dentro de mi bobera yo sabía que ese momento era importante, imaginaba que estábamos en una sala de conciertos y que presenciaríamos (escucharíamos) una de las más altas cumbres de la creación humana. Y digo esto, porque el padre (aficionadísimo a la música clásica), a la hora que colocaba la aguja sobre el disco que comenzaba a dar vueltas y a sonar, se paraba como si fuera el director de orquesta y levantaba los brazos, con los dedos índice y pulgar juntos y comenzaba a dirigir la orquesta. ¡Ah!, se creía un Von Karajan cualquiera.
En un Comitán de sol afectuoso, donde el viento corría discreto en el viejo parque de San Sebastián, el padre Carlos nos heredaba el gusto por la buena literatura y por la buena música. ¿Un hombre intachable? No, él también era un sencillo ser humano, con luces y sombras. Muchos comitecos lo quisieron, algunos (los menos) no lo podían ver ni en pintura, porque era soberbio. Sí, a veces olvidaba tantito su cuna humilde y abandonaba a los sencillos y se codeaba con los poderosos, pero era de estos últimos que lograba donativos que le servían para construir las grandes obras.
Perdón, mi niña, por hablar en primera persona de más en esta carta, pero sé que mi emoción es compartida por cientos de ex alumnos que, igual que yo, tuvieron el privilegio de abrevar en las aulas de nuestro amado colegio (sí, sí, hay dos o tres -tal vez más- que no conservan gratos recuerdos del colegio. La vida, en ocasiones, no pone a los seres humanos en el espacio correcto.) Por eso, hoy, abuso y digo que levanto un vaso de agua, limpia, transparente, para brindar por los setenta años del Colegio Mariano N. Ruiz. ¡Sí, mi niña, el colegio cumple setenta años de vida!
El 5 de febrero de 1950 cayó en domingo. El padre Carlos J. Mandujano García, párroco del templo de Santo Domingo, como todos los domingos celebró misa. Pero la de ese domingo tuvo la particularidad que fue el acto por medio del cual inauguró el ciclo escolar de la escuela que había abierto: el colegio Mariano N. Ruiz. ¿Mirás qué prodigio? En este México republicano, de educaciones laicas, un domingo de febrero de 1950, en Comitán, un sacerdote católico inauguró un curso escolar en un templo.
En medio de una celebración solemne los padres de familia y alumnos de la primera generación de educación primaria asistieron al nacimiento de esa institución. Es fácil imaginar a los padres de familia acompañando a sus hijos caminando por el pasillo central del templo. El padre Carlos preside la comitiva. Los niños caminan de la mano de sus papás, miran la enorme altura del cielo del templo, ven los travesaños que soportan el techo, se sienten orgullosos, al día siguiente asistirán, por primera vez, a su nueva escuela. El día lunes 6 de febrero de 1950 iniciaron las clases, en una casa del señor Tovar, que está frente al acceso del Pasaje Morales. Sí, en los territorios que habitó Rosario Castellanos, de niña y de adolescente, inició la labor educativa del Colegio Mariano N. Ruiz. No sé bien a bien (mentiría) si la casa que habitó Rosario fue la misma que años después sirvió para que los alumnos del colegio recibieran clases. Hay una coincidencia. La casa que habitó Rosario es propiedad de los herederos del señor Tovar. La casa está divida en dos ahora, pero ahí habita la familia Tovar Serrano.
En la actualidad, el Colegio Mariano N. Ruiz tiene tres locales propios: uno en San Sebastián, frente al Niñito Fundador, donde se imparte educación primaria (este edificio lo construyó el padre Carlos. Los albañiles trabajaron bajo la dirección de don Bruno Barrera); otro en la bajada que va del templo de San José al barrio de San Sebastián, donde se imparten servicios de lactantes, maternal y preescolar (este edificio fue construido por instrucciones de la Asociación Civil del colegio, agrupación que adquirió el terreno que fue propiedad de la familia del conocido comiteco Armando Alfonzo Alfonzo, autor del libro “Sólo para comitecos.”); y el tercero, que está ubicado en el barrio Los Sabinos, donde se imparte educación secundaria, bachillerato y educación universitaria (es la edificación más reciente.)
Como en cualquier institución educativa del mundo, sus directivos, personal administrativo, docentes, alumnos y padres de familia, han consolidado el prestigio de la, inicialmente, llamada escuela del padre. Cientos de alumnos han pasado por sus aulas, ahí han recibido los conocimientos humanistas y científicos y, sobre todo, la reafirmación de los valores.
Esta institución lleva el nombre de Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, porque el padre Carlos quiso honrar el nombre de quien fue su maestro. Don Mariano nació en San Cristóbal de Las Casas y llegó a Comitán, donde compartió la luz del conocimiento a través de la escuela que abrió y que se llamó “La Enseñanza.” El maestro Mariano murió en esta ciudad en 1945, sus restos reposan en el panteón municipal de Comitán. Cinco años después de su fallecimiento, el padre Carlos honró su memoria y rescató su nombre para la posteridad.
El pasado 5 de febrero de 2020 comenzaron los festejos por el cumpleaños número setenta del Colegio. A las nueve de la mañana, el maestro José Hugo Campos Guillén, rector de la universidad y representante legal de la asociación, inauguró el ciclo de pláticas que maestros de la institución compartirán con una audiencia de veinte alumnos (no más, no menos). Los maestros compartirán experiencias de vida. El maestro José Hugo compartió con veinte muchachos universitarios el testimonio de cómo la universidad del Colegio logró ser parte de la RENIESTS (única universidad comiteca que lo ha logrado.) ¿Qué es la RENIESTS? Es la Red Nacional de Instituciones de Educación Superior en Trabajo Social. Esta asociación permite a la universidad comiteca tener relaciones con las máximas instituciones del país, como la Escuela de Trabajo Social, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El mismo cinco de febrero, a las seis de la tarde, se presentó el libro: “Tojolabales, tzeltales y mayas. Breves apuntes sobre antropología, etnografía y lingüística.”, de Carlos Basauri. Una segunda edición sin afán de lucro, que se publica para difusión del conocimiento. Este libro es el informe que Basauri entrega (en 1931) del viaje que realizó la John Gedinns Gray Memorial Expedition, enviada por la Universidad de Tulane de Nueva Orleans, La., en 1928. En este libro, por ejemplo, está la descripción de la entrada de flores en honor a San Caralampio, realizada en ese lejano año de 1928. ¡Uf! Es un documento importantísimo. En esta expedición viene Franz Blom, el reconocido investigador que radicó en nuestro estado y a quien le fue conferido el Premio Chiapas. Franz, junto con doña Gertrudis, fundaron lo que hoy es conocido como el museo Na’Bolom, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas.
Posdata: Me llena de orgullo la celebración de estos setenta años del Colegio Mariano N. Ruiz. Estudié mi secundaria de 1968 a 1971 (mi generación cumplirá, en el 2021, cincuenta años de haber egresado); luego, en 1982 entré a trabajar como maestro de dibujo y desde entonces he impartido cátedra en bachillerato y en universidad. Actualmente me cabe el honor de ser director de difusión y extensión universitaria. Si Dios me permite vida, en 2022 cumpliré cuarenta años de trabajar ahí. Sí, mi vida ha estado ligada al colegio en forma indisoluble. Soy Marianito, con mucho orgullo, y tengo (perdón) a mi Marianita que, de igual manera, alimenta mi espíritu. Con el colegio inicié mi relación siendo joven y ha permanecido en mi vejez; con vos comencé de viejo y renuevo mi ánimo juvenil.