jueves, 6 de febrero de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA ACERCA DE LA DEBILIDAD DE LA PALABRA




Querida Mariana: En el principio fue el Verbo, la palabra. La palabra nos da identidad, le da forma a nuestro pensamiento. La palabra ¡es poderosa!, puede ser, si es bien dicha, la palanca que mueve el mundo, pero, de igual manera, la palabra es frágil, débil, se presta a chantajes, a ser máscara de hipócritas.
A mí me fascina (a pesar de no ser fanático) el poder del deporte. ¡Ah!, qué capacidad de convocatoria. Vi, por televisión, diez minutos del Súper Bowl reciente. Vi lo que todos los espectadores vieron: un estadio lleno de fanáticos enardecidos, brincando, riendo, bebiendo, coreando las jugadas, haciendo rabietas cuando el equipo contrario lograba el primero y diez. En un encuentro de tenis individual son dos deportistas los que llenan de fanáticos el estadio y cuyo juego es presenciado por millones de televidentes en todo el mundo. Siempre me ha parecido genial (casi irreal) el hecho de que dos jugadores convoquen a tantos espectadores. ¿Cuál es la magia que posee el deporte? Algo similar ocurre con la música. He visto conciertos por televisión donde una cantante (con su grupo de músicos) mueve, como si fuera un mar seducido, a miles de espectadores en un auditorio. Todos disfrutan el espectáculo. No sucede lo mismo con la palabra. Por más que los expertos en lenguaje expliquen el poder de la palabra, en encuentros multitudinarios, la palabra llega a cansar. Me han platicado de sacerdotes que, expertos en oratoria, seducían a las multitudes de fieles en un templo a la hora del sermón, pero, la verdad es que nunca he sido testigo del milagro de la palabra. De vez en vez voy al templo y a la hora del sermón lo que veo es a una pareja que dormita, otra que se cuchichea y una más que critica el vestido de la muchacha bonita que está delante de ellos. La palabra exige una concentración de ciento por ciento. No sucede lo mismo con el deporte o con la música (salvo cuando ésta es música clásica y un simple estornudo crea una ruptura trágica). Cuentan que un poeta ruso (en tiempos Stalinistas) lograba reunir miles de escuchas en estadios y ofrecía recitales poéticos. No sé cómo sería la respuesta en términos de atención total. En México hay el ejemplo de un poeta (debe haber varios más, pero contaditos), nuestro paisano Sabines, que conmovió a la audiencia que llenó el Palacio de Bellas Artes (hay testimonios visuales donde se observa que el espacio fue insuficiente. Colocaron pantallas en la plaza para que los amantes de la poesía de Sabines no se perdieran el recital.) Imagino que, en ese instante, toda la audiencia logró compenetrarse al ciento por ciento con el poeta. Pero, lo cierto es que no todo mundo es Sabines. Cuando la palabra brota de una garganta como la del mencionado poeta chiapaneco ella se convierte en un faro de luz, pero cuando brota de poetas mediocres y pésimos lectores, por ejemplo, es una pastilla para convocar el sueño, el fastidio y el hartazgo. Es cuando la palabra se muestra frágil, como si fuera una muchacha vestida con hilachos, recostada al lado de basureros, donde brota la peste de cadáveres de perros.
En un partido de fútbol soccer, si un aficionado (por beber muchas cervezas) tiene necesidad de ir al sanitario, lo hace y, digamos, no se pierde de nada. Regresa al asiento, con otro vaso de cerveza en mano, y continúa con la secuencia del partido (lo mismo pasa con el básquetbol o con un partido de tenis o con una carrera de autos). Esto no sucede con una conferencia, por ejemplo. Si una persona se levanta pierde la continuidad del mensaje y tal vez la parte más importante. Este es el poder de la palabra. Parece estar destinada a seres privilegiados, a los dotados por la gracia divina del entendimiento y de la comprensión, porque el juego eterno de la palabra exige que el cerebro se active con el chip de la atención. Tal vez por esto, millones de personas prefieren presenciar un partido de golf a asistir a una conferencia dictada por un brillante conferenciante. El deporte, como la música, estimulan los primarios sentimientos del espíritu humano; por el contrario, la palabra es un anzuelo para activar la razón. En su poder radica su fragilidad.
Posdata: Tal vez, digo sólo que tal vez, en ello consiste el misterio indescifrable de la palabra: No discrimina a nadie por selección, es selectiva por vocación.