lunes, 17 de febrero de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN MENSAJE




Querida Mariana: He visto mensajes dibujados en la playa. Una vez, una amiga, con su dedo, dibujó un corazón en la arena, con un mensaje, y me mandó la foto, decía: Te quiero. Le pregunté si no se había equivocado, ¿era para su novio el mensaje?, ella dijo que no, que me lo había enviado a mí, porque me quería. Lo agradecí, pero supe que ese mensaje era para muchos de sus amigos, era como una de esas cadenas que muchas personas envían en los teléfonos. Claro, agradecí que ella me tuviera dentro de su lista de contactos.
Pero, ahora, el mensaje que recibí sí me dio alegría al doble, porque fue hecho especialmente para mí. Y esto debo de consignarlo en mi muro de afectos.
¿Alcanzás a distinguir la palabra que está escrita, no sobre la arena de playa, sino sobre la nieve de una banqueta de Edmonton, Canadá? ¿Si distinguís lo que dice? Comienza con a y termina con a. ¡En efecto! Dice Arenilla. No sé, pero pienso que es la primera vez que una arenilla aparece sobre la nieve. Que haya arenilla en la arena de una playa no es extraño, pero que haya arenilla sobre una capa de hielo sí es un hecho insólito.
Me emocionó saber que mi amigo Beto Ballinas haya pensado en mí, en una ciudad lejana. La fotografía, lo mirás, es de una calle de la ciudad canadiense, lugar que Beto visitó. Es de noche, la temperatura está como a veinte grados bajo cero. Ahí se ven autos estacionados y nada más. Nada más que el letrero que Beto escribió sobre la nieve: Arenilla.
Me emociona saber que Beto, con esa temperatura, salió a la calle, con una chamarra, embozado en una bufanda y guantes y pensó en mí. Tal vez escribió más palabras, más mensajes, pero uno de ellos fue especialmente para el acto creativo que ha servido para comunicarme con muchos lectores. Un día apareció la arenilla, no en mi ojo, sino en mi cerebro, y desde ese día no he dejado de aventar arenillas adentro de botellas que arrojo al mar del intelecto, con la esperanza que algún náufrago las pepene en las islas que habitan. Y sé (así lo han manifestado), muchos lectores me brindan el privilegio de leer los textillos que escribo, las arenillas que aviento, y (Dios los bendiga) hay muchos que disfrutan esas arenillas.
Muchos de mis textos son imaginativos, desbordan imaginación, pero ahora mi imaginación fue rebasada, porque jamás imaginé que una noche, en una calle de Edmonton, Beto escribiría la palabra sobre la nieve y me enviaría el testimonio gráfico de ese instante.
La Arenilla ya llegó hasta Canadá, apareció como un fantasma blanco, sobre una capa de hielo. Beto hizo la magia de convertir las huellas cotidianas en palabras. Todas desaparecerán, así como las olas se tragan las palabras escritas sobre la arena. Ahora pienso que, al día siguiente, amaneció soleado en Edmonton (febrero loco, marzo otro poco) y, con su mano cálida, borró todas las huellas. Las letras de Arenilla se integraron al agua y luego no fueron más que un hilo que se incorporó a la corriente que se fue por el albañal.
En la vida todo es así, todo es arena para un reloj implacable, todo es agua que se resbala por las comisuras de los dedos, todo es tiempo que se hace polvo, agua, nada.
Pero el instante perdura para siempre en la mente y en el corazón. Vivimos a pesar de que nos sabemos apenas moto de polvo.
Mis Arenillas también están hechas de polvo. El tiempo, como si fueran muros de adobe antiguo, las deshace, pero, me consuela pensar que algún lector, como bálsamo, se las unta al espíritu y las lleva en su memoria por siempre.
Posdata: Beto, como dicen ustedes los jóvenes, “me hizo mi tarde”. Cuando vi la fotografía supe que él, en nombre mío y de todos los lectores de Arenillas, había llevado el nombre hasta una tierra lejana. Pensé que Beto fue, en ese momento, como aquel astronauta norteamericano que pisó la luna e impregnó su huella. Esa huella lunar ya desapareció, pero el instante sigue presente en millones de telespectadores que vivieron ese momento histórico. Aquí, guardadas las proporciones, Beto realizó el mismo prodigio lunar, en medio de una superficie nevada colocó su huella y la bordó en mi corazón agradecido.
Gracias, Beto, Arenilla ya “pisó” tierra canadiense. Parafraseo al astronauta: “Fue un paso pequeño para el hombre comiteco, pero un paso gigantesco para la comunidad lectora de Arenillas.”
Pucha, qué genialidad. La palabra Arenilla escrita en una banqueta de Edmonton, Canadá. Sólo a Beto se le pudo ocurrir.