jueves, 20 de febrero de 2020

CARTA A MARIANA, CON FOTO TAMAÑO INFANTIL, OVALADA




Querida Mariana: Esta fotografía me la envío mi amigo Toño Guillén. Él tiene una imprenta y, actualmente, repara algunos documentos de la escuela Fray Matías de Córdova (la escuela donde él y yo cursamos la educación primaria). Dentro de los documentos apareció el libro de registro de entrega de certificados.
Me envió la foto y escribió: “Estoy restaurando unos libros de la Matías y encontré tesoros.” Tal vez vos (porque sos niña lista) podés comprender el significado del concepto tesoro. Los niños comitecos nacidos en los años cincuenta del siglo pasado, ahora, ya viejos de sesenta y más, nos enviamos mensajes y fotografías a través del WhatsApp. Somos viejos acomodándonos a estos tiempos cibernéticos.
Sí, lo que Toño me envió es un tesoro. Ahí está mi foto que me muestra cómo era yo a los once años. Soy un niño con diversas fobias, una es ir al peluquero (fui feliz en los años setenta cuando todos los chavos usamos el cabello largo) y otra fobia era ir a los estudios fotográficos, porque la luz intensa me obligaba a cerrar los ojos. Así que acá aparezco con la cara de piedra que ahora ostento (en ese tiempo era más risueño). Tengo una mirada triste, como si advirtiera que la edad feliz de la infancia ya estaba a punto de terminar. Quienes me hacían bulling en la escuela no lograban cancelar la ventana llena de luz que hallaba al lado de mis papás en la casa. Iba a la escuela todos los días, a veces era feliz, otras veces (muchas) era infeliz, pero la felicidad completa la hallaba en mi casa, donde no había deberes que hacer. Era feliz jugando carritos y muñequitos en el sitio, era feliz leyendo cómics, era feliz escuchando la XEW (La voz de América Latina desde México); era feliz estando con mis papás en la sala, ella tejiendo y él leyendo un periódico; era feliz jugando con mi perro negro (que mi mamá sostiene nunca existió y yo lo tengo como una de las mascotas más reales que jamás he tenido.)
Este documento consigna que del 19 al 24 de agosto de 1968 presenté y aprobé los exámenes de fin de cursos del sexto grado, lo que me permitió recibir el certificado de educación primaria. Días después pasé a la escuela donde recibí el documento y estampé mi firma. Sí, sí, el maestro Luis Alberto Vila Gallegos, mi maestro de sexto grado, nos ponía a practicar, en el salón, nuestra firma. Ahí está mi firma con letra manuscrita. Tiene una A mayúscula que se une al Molinari, escrito con minúscula y luego la T de Torres, que se prolonga en una figura que puede ser un cono con dos bolas de nieve, pero que algunos perversos pudieran interpretar como un pito con dos bolas o la representación de ovarios. Alguna grafóloga podría dar una interpretación a esta forma que, concluyo, no tenía más intención que imitar las firmas de los adultos que, en caso del maestro Víctor (mi director) era una prolongación hacia abajo, y en el caso del maestro Luis (mi maestro de sexto) era una cuerda que encerraba el motivo principal. No sé cuál fue la firma de Toño, pero debió ser algo semejante.
El texto está escrito con letra manuscrita, salvo mi nombre, escrito con letras de molde, en mayúsculas. Si pongo atención a la letra puedo deducir que el texto fue escrito por mi maestro de sexto, tal vez era parte de sus obligaciones, llenar estos datos y pasarlo a firma con el director. No sé si este acto se celebró en el salón de sexto o tuvo mayor relevancia y fue en la dirección. Asumo que entré acompañado de mi papá y el maestro indicó que firmara debajo de la palabra Recibí. Con la pluma de tinta azul (la misma que usó mi maestro de sexto) escribí Amolinari T e hice el garabato final. Y ahí quedó mi firma como constancia de que había recibido el documento y que una nueva etapa en mi vida estaba por comenzar.
Mi amigo Javier siempre recuerda que en la preparatoria yo le decía que iba a ser estudiante toda mi vida. Estudiaría la licenciatura, una maestría, un doctorado y luego a ver qué más inventaba.
Posdata: Ahora, ya viejo, me doy cuenta que no estuve hecho para la escuela. Concluí (con mucho trabajo) la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana. Hice mi servicio social años después y mi titulación ocurrió muchos años después. No debía decir lo que diré, pero lo diré: aún no tengo mi cédula profesional. Hacer el trámite me da pereza. La tramitología es otra de mis fobias. La burocracia en nuestro país es un tormento chino. Recibí con emoción la noticia de que ya puede tramitarse el documento por Internet. El otro día lo intenté, la respuesta del chunche fue que mi escuela no está registrada. ¿Cómo? Estudié en la Universidad Autónoma de Chiapas, quise gritar, quise reclamar, pero entendí que el chunche electrónico no me haría caso.
Pero acá está la constancia de que un día de 1968 acudí, al lado de mi papá, a recibir mi certificado de primaria. Fue un trámite muy sencillo. Sólo tuve que hacer la firma que había practicado en el salón. Esa mañana (porque fue de mañana) me sentí un hombre importante, más que por recibir el certificado, por estampar mi firma en un documento.