lunes, 24 de febrero de 2020
CARTA A MARIANA, CON RETAZOS DE VIDA
Querida Mariana: La vida se compone de retazos, uno va agarrando una línea de acá y otra de más allá. Roxana Armendáriz Guerra (la tía Rox) escribió un libro que tiene como título un sugerente: “Sabines en mí”.
Los chiapanecos, los mexicanos, los lectores de Hispanoamérica, sabemos que hubo un poeta, un gran poeta, que se llamó (se llama) Jaime Sabines. Bueno, pues Rox conoció al poeta Sabines muy de cerca, porque el poeta era como un hermano para su papá, don Gustavo Armendáriz, quien fue gobernador de Chiapas por ocho días, y lo fue por obra y gracia del otro Sabines, Juan, el político (papá del otro, el más reciente). En este libro, Rox da cuenta de actos cotidianos, no entra en análisis poéticos o semánticos, habla de un Jaime que le fue muy cercano, muy íntimo.
Rox ha tomado una serie de retazos y los ha volcado en este libro. Ahí cuenta muchos vericuetos. Ella (niña que se escondía detrás de una cortina para estar de metiche donde no debía) tuvo conciencia de que a pocos seres les es dado estar cerca de los grandes. Ella estuvo cerca de Jaime, el poeta, el gran poeta. Si sus papás se hubieran enterado que estaba de metiche la hubieran castigado, porque Rox, de niña, vivió un tiempo en que los niños tenían prohibido estar en lugares donde se efectuaban pláticas de adultos. Pero Rox andaba metida donde el poeta y su papá bebían “poco café con harto coñac.”
Muchos comitecos reconocen a la familia de Rox (ahora muchos la identifican a ella porque, frecuentemente, aparece en canales nacionales de televisión en su papel de coach de vida. En este libro (no debería caer en la tentación, pero caigo) comenta que ella es tía porque es cosi-tía; es decir: Comiteca).
En este libro hecho de retazos cuenta de ella, de Jaime, de sus padres, de sus hermanos, de Comitán, de San Cristóbal de Las Casas y, sobre todo, de su relación con el poeta. Nos cuenta, por ejemplo (no debería contarlo) que don Jaime le hacía travesuras groseras a su mamá: “Mi mamá con esa sencillez que traía, untada en cada gesto, muy similar a la de doña Chepita, ponía sus mejores servilletas en la mesa, tejidas por ella y mi abuelita; ¡don Jaime las usaba como pañuelos y al final, descuidadamente, se las guardaba como tales en la bolsa!” La mamá de Rox le perdonaba estos comportamientos alejados de la etiqueta. ¿Usaba las servilletas tejidas como pañuelos? Ah, don Jaime, qué niño grande tan malcriado.
De esto y más nos enteramos en el libro de Rox. Los lectores de su libro somos un poco como ella, detrás de la cortina presenciamos instantes que sólo ella vivió al lado del poeta y que, generosa, ahora nos da a conocer esos retazos.
Todo mundo de acá conoce el poema que Jaime le obsequió a Comitán, ese que dice: “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?...” Es una flor que el hombre que bebía poco café con harto coñac sembró en nuestro jardín. ¿Imaginás en dónde escribió ese poema? ¡Atinaste! Rox dice que lo escribió en Comitán (no podía ser de otra manera), pero, además, la tía Rox asegura que lo escribió en la casa de su familia (no en la casa que habitaron en el centro y que ahora alberga el Museo de la Ciudad), ¡no!, el poema lo escribió en la casa que la familia tiene rumbo a la cueva de tío Ticho.
En Comitán, a veces, somos ingratos y no reconocemos los obsequios que nos envía el universo. En Comitán tardamos mucho en hacerle su museo a Rosario, la amiga de Jaime. Hace apenas dos o tres años se construyó el museo que honra a Rosario Castellanos. ¿Cuándo hemos agradecido el poema que el amigo de Rox Armendáriz regaló a Comitán? Ahora que la tía Rox nos ha revelado que Sabines escribió el poema en su casa familiar, lo menos que deberíamos hacer es pedir permiso a los Armendáriz y colocar una placa en la fachada que consigne que un día de tal mes de tal año, don Jaime escribió ahí el poema “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?”, y (sería lo ideal) plasmar el poema, para que el peatón (palabra usada por don Jaime) se detenga y lo lea y se lo beba, con la misma intensidad con que Jaime la escribió, y con la misma pasión con que Sabines bebía su trago.
La tía Rox hace un acto de confesión, dice: “Confieso que lo espié”. Sabines llegaba a su casa y ella, niña, adolescente, sabía que a su casa llegaba un pozo de luz. La tía Rox declara: “Don Jaime fue, en mi chiapaneca vida, un verdadero regalo”, y ahora ella, generosa como tanate de orquídea, nos regala este libro tachilgüil para que nos acerquemos un poco a esa ventana. Roxana husmeaba, espiaba, ahora nosotros, con ella, también espiamos ese trozo de vida y nos enteramos que el mítico rancho Yuria, que Jaime tuvo rumbo a Los Lagos de Montebello, fue parte de un rancho que tenía don Gustavo.
Posdata: Rox husmeó. Detrás de la cortina sacaba la cabeza como gatita y pepenaba todas las flores que brotaban de la boca de Jaime y de su corazón