sábado, 21 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON GATOS SIMPÁTICOS



Querida Mariana: Ramón vio la foto y dijo que este gato era un gato intelectual. Bueno, dije yo, lo que sucede es que es un gato que vive en casa de un lector. La lógica indica que el gato de un fotógrafo juega con cámaras y flashes cuando el fotógrafo es descuidado y no tiene la precaución de poner a resguardo esos tesoros. Cuando lo dije pensé en la conveniencia de mi oficio (¡bendito oficio!). Yo entraría en pánico si viera a mi gato jugando con mi cámara; en cambio, cuando veo al gato (Félix, se llama Félix) jugando en el librero sólo encuentro imágenes bellas como ésta. Si Félix (porque, vaya que es travieso) tira uno o dos libros no me preocupa en demasía, porque los libros son como los buenos luchadores que resisten de una a tres caídas sin límite de tiempo. ¿Qué sucede en casa del fotógrafo, cuando el gatito bota una cámara?
Cuando Félix tira uno o dos libros pienso en lo que el tío Andrés repetía en forma constante: “Siempre es preferible que haya gato.” Esto lo decía porque la tía Emerenciana, su esposa, se la pasaba quejándose del gato. Cuando ella barría, el gato jugaba con la escoba y no dejaba que la tía cumpliera con su labor. La tía, con la escoba, retiraba al gato, pero éste (se llamaba Drácula) volvía una y otra vez, movía las manitas en la montera de la escoba, en intento, tal vez, de deshacer el mazo de cerdas.
Perdón, querida Mariana, me conocés, a veces me voy por la vereda. Mi imaginación así lo dicta. Ahora hablo de gatos, pero en el momento que escribí mazo de cerdas, pensé que la escoba, la simple escoba, tiene en un extremo una piara completa. A veces nuestros modismos son más precisos: Cuando nosotros nos referimos a un cerdo le llamamos cuch y cuando decimos cuch sabemos que no puede ser más que un cerdo; en cambio, cuando digo que la escoba tiene cerdas, cualquier niño imaginativo podría pensar que en un extremo lleva cuatro o más cuchas; y por eso, el gato Drácula corría de un lado para otro persiguiendo la escoba de la tía, movía sus manitas en intento de atrapar la cola de alguna cerda.
No, no, tenés razón. Este texto ya se extravió. Por eso pedí perdón. Fue un lapsus imaginativus.
Regreso, decía que las mascotas se mueven en los entornos de sus amos. Félix trepa, corre y tira chunches de tres entornos caseros. Mi mamá ama las plantas, entonces, Félix ha hallado un paraíso donde bota macetas, juega con las enredaderas, rasca tierra y se esconde detrás de un galán de noche o de una mata de lavanda. Mi Paty (en los tiempos más recientes) se volvió una gran “hacedora” de amigurumis, que son chunches que ella teje. ¿Conocés los amigurumis? Mi Paty ha hecho tigres, perritos, gatos y elefantes, que son como peluches divinos para juego de los niños o para decorar mesas de centro de casas afectuosas. Así pues, Félix juega con bolas de estambre, de todos los colores y de todos los gruesos. Esto es como un homenaje a mi mamá, quien, hace años tuvo una tienda donde vendía estambres “El gato”. Dos fueron los locales donde mi mamá tuvo la tienda de estambres: uno fue el que estaba en una esquina de la manzana derruida (el edificio de dos plantas, donde en la planta superior estuvo el Café Intermezzo) y el otro local estuvo en el Pasaje Morales.
Perdón, perdón, mi niña. Estoy más mudo que nunca. Cuando escribí edificio de dos plantas pensé en un jardín vertical.
No, no, tenés razón. Este texto tiene mucho extravío. Por eso pedí perdón. Fue otro lapsus imaginativus.
Regreso. El tercer entorno es el mío: el de los libros. Félix ha convertido en uno de sus lugares favoritos un hueco en el librero. Por ahí corre, por ahí se avienta, como tigre, en pos de una mosca. Porque, como Paty dice, Félix sí sabe que es un gato y es un gato cazador. Lo dice porque El Misha (¿te acordás de él?) no sabía que era gato. Paty dice que El Misha se murió sin saber qué clase de animal era. Tal vez (no lo sé) acusaba un poco esa enfermedad de los ancianos, el Alzheimer, y había olvidado que era un gato. A veces yo lo quedaba viendo, miraba sus ojos y pensaba que era como un viejo rey extraviado. Sí, eso era El Misha: Un rey que, en esta vida (la que lo tocó compartir con nosotros, por más de catorce años) reencarnó en gato, ignorando las cualidades de gato. El Misha era soberbio, enorme, con una melena de león, de rey de la selva.
No es un caso único. En casa, cuando mis hijos eran pequeños, tuvimos un perro doberman, que, sí sabía que era perro, pero no sabía que era doberman, que es una raza de perros guardianes, feroces. El Terry (que así se llamaba) era un pan de Dios. En el tiempo que el Terry vivió con nosotros, mi papá vendía triplay, así que la puerta de calle siempre estaba sin seguro, para que los compradores metieran la mano y jalaran el pasador. Cuando entraba alguien, el Terry jalaba con la trompa un trasto, ya sin peltre, e iba a recibir al visitante. Era de risa. El animal que en películas causaba terror, acá era un animal con sonrisa de cenzontle. Siempre pensé que el Terry podría ser mascota ideal para un limosnero o para uno de esos artistas callejeros que ponen la charola para que les avienten unas monedas. El Terry no era terrible, era territorial, del territorio de la nobleza, de la bondad.
Pero Félix sí sabe que es gato y se comporta como tal: es juguetón, es cazador, es travieso y zalamero, porque cuando quiere comida, maúlla como si fuese el sobrino más amado de Pavarotti y se enreda en nuestras piernas, como si fuese una enredadera de luz. Félix sí es terrible, porque pone a la casa de cabeza. Todo lo que hay en las mesas hay que levantarlo, para que él no lo tire. Pero, como decía el tío: “Siempre es preferible que haya gato.”
Quienes tienen hijos saben que esta bendición significa, a la vez, problemas, pero siempre es mejor que en casa ¡haya gato!
¡Ah!, tan pulcras las casas sin hijos; ¡ah!, tan sosegadas las vidas donde no hay hijos, porque significa que no hay problemas. Pero, tan tristes esas casas, tan de cortinas cuidadas, tan de pasos que no levantan oleajes.
Entiendo a Julio Cortázar, entiendo a Carlos Monsiváis, que fueron dos escritores que amaron a los gatos. Estos animales poseen en su mirada y en su comportamiento una herencia de misterio, que viene saber de dónde. Si digo que Misha fue un rey en vidas pasadas, Félix fue alguien que vivió en la Inglaterra de Los Beatles, porque tiene en su modo de ser un viento revolucionario que levanta hojas secas en el patio.
Cuando Félix tira uno o dos libros no me molesta. Sé que debo pararme, levantarlos y colocarlos en los espacios vacíos; sé que debo leer los títulos y los autores. Juego con el gato. Juego a que es como uno de esos pajaritos que, en las ferias, con sus picos, sacan los papelitos de la suerte. Como Félix no es pájaro, sino gato (se echa al plato a cualquier pájaro que pase frente a él), no saca papelitos, Félix, con su manita, así, de manera disimulada, avienta libros, pero éstos son los libros de la suerte.
El otro día tiró el libro “Cartas a Ricardo”, que (como sabe todo el mundo) tiene parte de la correspondencia que Rosario Castellanos le envió a su Ricardo Guerra. Cuando el libro cayó, quedó abierto en una carta enviada desde Madrid, el 25 de abril de 1951, que inicia así: “Mi querido niño guerra”.
Oh, perdón, ¡ahí voy otra vez! Como todo lo volvemos juego pensé que nada es casual, todo es providencial. La fecha del 25 de abril señala, también, el día del nacimiento de Belisario Domínguez. ¿Era casualidad? Por supuesto que no. Félix había botado ese libro a propósito para que yo supiera que hace conexiones misteriosas entre dos comitecos famosos: Belisario y Rosario; además, pensé que, siguiendo con el juego, la pobre de Rosario no supo leer los astros: ¿Qué podía esperar de su relación con Ricardo, si, desde los inicios de los tiempos, estaba trazada con el símbolo de Marte? Suena muy bonito: Mi querido niño guerra, pero ahí está invocada la conflagración. En el pueblo, siempre usamos la frase: “Ah, este niño da mucha guerra.” La aplicamos con los niños traviesos, molestosos, agarra todo. El tal Ricardo le dio mucha guerra a Rosario. Pero ahora pienso que Rosario fue una ama muy tolerante, muy generosa. A su “animal” lo amó profundamente. Tal vez pensó lo mismo que pensaba el tío: “Siempre es preferible que haya gato”. Ahora las feministas piensan que no debe ser así. Si un gato es infiel y saca las uñas creyéndose un puma, hay que sacarlo de casa, de la vida. Rosario entendió la lección muchos años después. Fue una mártir de la pasión. Dejó que el tal Ricardo la ignorara, se burlara de su amor incondicional. Un buen día dijo ¡basta! Y mandó a volar la frase del tío. Limpió su casa y la dejó sin gato molestoso, infiel, trepador de tejados nocturnos.
Posdata: No sé el apellido de Félix, pero, en definitiva, no es Guerra, pero cómo da guerra. ¡No! Su apellido no es Guerra, por supuesto, ¡tampoco es Paz!, aunque el otro día botó el libro “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, de Octavio Paz. Su apellido puede ser Amor. Tal vez. Ya mirás que el amor es como un gato. El amor da guerra, pero los amantes piensan que, en la vida, “es mejor que haya gato.”