sábado, 7 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE UNA COMADRE DE ROSARIO CASTELLANOS




Querida Mariana: Los jueves voy al noticiario radiofónico NOTI-VOS, con Iván Ibáñez y Lupita Gordillo, ahí leo lo que Iván bautizó como “Crónicas de ComitanArnia”. Ahora voy los jueves, antes iba los miércoles. Bromeo, digo que como existe el dicho: “Es viernes, el cuerpo lo sabe.”, ahora, los escuchas del noticiario dicen: “Es jueves, el espíritu lo sabe.” Mi participación consiste en leer alguna efeméride. Prefiero compartir las efemérides locales, que tomo del libro “Comitán de Domínguez en efemérides”, libro estupendo que escribió el cronista Pepe Trujillo. Pero, elijo una efeméride nacional o internacional cuando vale la pena compartirla.
El jueves 5 de marzo de 2020 leí una efeméride nacional que señalaba lo siguiente: el día 5 de marzo de 2012, la periodista y escritora Cristina Pacheco recibió el Premio Internacional Rosario Castellanos a la Trayectoria Cultural de la Mujer 2012. El galardón lo recibió de manos de Margarita Zavala, presidente del Consejo Ciudadano Consultivo del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, en un acto solemne en el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México.
Dije que Cristina parece estar íntimamente ligada al nombre de Rosario, porque en agosto de 2018, recibió la medalla Rosario Castellanos, presea que otorga el Congreso de Chiapas. Esta presea, vos lo sabés, la han recibido muchos intelectuales del país. ¿Quiénes? Bueno, no puedo darte todos los nombres en esta carta, pero sí puedo decir que entre los galardonados aparece nuestro poeta Óscar Oliva; también Enrique Krauze, quien, entre otros méritos, es director de la revista Letras Libres y de la Editorial Clío. ¿Editorial Clío? Sí, la empresa que realizó el video donde aparece nuestro paisano el maestro Jorge Gordillo Mandujano, con motivo a ser recipiendario de la medalla maestro Rafael Ramírez. ¿Quién más ha recibido la medalla Rosario Castellanos? Bueno, también está la escritora Ángeles Mastretta, el año que ganó la Mastretta, Comitán lanzó la candidatura de nuestro escultor Luis Aguilar, quien tiene méritos suficientes para haberla obtenido, pero (se sabe) la concesión de un reconocimiento a ese nivel contiene muchas aristas. En esa ocasión no hubo suerte. ¿Quién más? Bueno, el primero que obtuvo la medalla fue el intelectual Rubén Bonifaz Nuño; también la obtuvo el gran cronista de México, Carlos Monsiváis; y, por supuesto, la mencionada Cristina Pacheco.
En la radio, dije que a Cristina Pacheco la conoce mucha gente en Comitán. Quienes ven televisión la conocen porque aparece en programas del canal 11. ¿Quién no ha visto su programa “Aquí nos tocó vivir”? Los lectores leen cada domingo el cuento que publica en el periódico “La Jornada”.
Y conté que, cuando Cristina recibió la medalla Rosario Castellanos en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, a la hora de leer su mensaje, recordó el día que conoció a Rosario. Cristina dijo que estudiaba en la facultad de Filosofía, al mismo tiempo que trabajaba en la UNAM, trabajaba de mil usos, llevaba papeles, pasaba originales, traía los cigarros y servía los cafés. Ella contó que una mañana, mientras esperaba el elevador, la puerta se abrió y apareció una mujercita pequeña, con un vestido muy holgado de tela estampada, una tela muy antigua, y un suéter sobre los hombros. Era Rosario. Esa mañana, Rosario le pidió un café a Cristina, de manera delicada y amable. Cristina dijo que Rosario volvió varias veces a la oficina donde ella laboraba. Cristina, la mañana que recibió la medalla, dijo que cuando Rosario entraba a la oficina sentía una alegría, puntitos de alegría.
Lupita e Iván dijeron que ellos conocen a Cristina Pacheco, en un momento de sus vidas se toparon con ella. Lupita definió a Cristina como una gran cronista y contó que en una ocasión que Cristina llegó a la UVM, universidad donde Lupita estudió, nuestra paisana no se acercó a Cristina, porque (confesó) Cristina le imponía. Por el contrario, Iván sí estuvo cerca de la Pacheco. Resulta que Iván, el Tucán, trabajó un tiempo con el periodista Javier Solórzano, y en más de una ocasión, Cristina Pacheco se apareció en la cafetería de la Gandhi, en Coyoacán. Javier e Iván se reunían con dos famosos del país: El güiri güiri y Víctor Trujillo, el famoso Brozo, el payaso tenebroso, y ahí, contó Iván, armaban unas tertulias cafeteras, donde los contertulios se daban agarrones suaves, agarrones padres. Al entrar Cristina todo se aplacaba. Iván la comparó como cuando en algún grupo de primaria todos los alumnos están echando relajo, pero de pronto entra una maestra y todos se callan. Iván, cuando contó esto, emocionado dijo: “Esa es la imagen que yo tengo de Cristina.”
Luego dije que, por la amistad de Rosario con José Emilio Pacheco, esposo de Cristina, nuestra paisana y ella se hicieron amigas a tal grado que, cuando nació la hija mayor de José Emilio y Cristina, Rosario fue la madrina, así pues, Cristina y Rosario se hicieron comadres.
Los periodistas no le preguntaron a Cristina, la mañana que estuvo en el Congreso de Chiapas, qué se siente recibir una medalla que lleva el nombre de una de tus comadres, no le preguntaron qué se siente tener colgada en el cuello una medalla que tiene la efigie de la mujer que estuvo varias veces en tu casa tomando café, riendo.
Luego expuse que considero muy meritoria la labor de Cristina Pacheco, por lo que fue muy justo el reconocimiento que le otorgó el congreso de nuestro estado. El nombre de Cristina Pacheco al lado del nombre de Rosario Castellanos honra la amistad y el genio de ambas. A través de su programa “Aquí nos tocó vivir” presenta a los televidentes testimonios de los habitantes modestos de la gran ciudad, por ahí aparecen entrevistas con taqueros, sastres, danzantes, hechiceras, músicos callejeros; en su programa “Conversando” entrevista a escritores, artistas. El jet set de la intelectualidad; es decir, Cristina abarca los dos extremos de este país y en ambos extremos ella se mueve como pez en el agua.
Terminé diciendo que, en realidad, el apellido de Cristina es Romo, adoptó el Pacheco cuando se casó con José Emilio. Y luego, no pude evitarlo, hablé de la muerte de José Emilio Pacheco, el gran escritor mexicano, dije que su muerte se debió a que tropezó con una pila de libros que tenía en su estudio, tropezó con libros, cayó y se golpeó en la cabeza. No sé qué hubiera dicho él al comentar su muerte: ¿Viví en medio de libros y morí en medio de libros? Cuando comenté esto, Iván dijo que su muerte tuvo la similitud del actor que muere en escena y la del torero que muere en la plaza. Recordé, entonces, querida Mariana, lo que vos y yo hemos platicado. No puede entenderse la muerte de un corredor de autos que muere tranquilo en su cama; es decir, sí se entiende, porque el destino es intraducible a la razón, pero la vocación de vida exigiría que la muerte de un piloto de autos debería suceder en la acción de la vida y no en la inacción de una cama. Tal vez la muerte de Pacheco fue una muerte absurda, pero fue una muerte llena de vocación. Digo que fue una muerte absurda, porque a quién se le ocurre tropezar con una pila de libros, resbalar, golpearse en la cabeza y luego, como consecuencia de tal accidente “literario” ¡morirse! Pero digo que fue una muerte llena de vocación, porque Pacheco se accidentó no a mitad de la calle o resbalando con una cáscara de plátano, ¡no!, José Emilio se accidentó cuando caminaba por su estudio, donde (imagino) eran tantos libros que muchos de éstos no estaban colocados sobre estantes, sino apilados sobre el suelo, sobre el escritorio, sobre las sillas. Pacheco caminaba por esos laberintos llenos de libros y un día infausto olvidó el hilo de Ariadna, no supo cómo salir y quiso brincar uno de los muros y uno de sus pies se trabó (¿qué libro sería el travieso que le puso el pie?) y cayó. Y luego tuvo que ser trasladado al hospital y ahí, recostado en un camastro, murió el escritor que un día nos regaló esa novela maravillosa que se llama: “Las batallas en el desierto.”
Posdata: Me encanta estar con Lupita e Iván. Me la paso bien. Ellos, excelentes comunicadores de Chiapas, de México, permiten que la plática fluya sabroso. Platicamos sin poses, cada uno de nosotros se presenta tal como es. Nosotros decimos: “Acá nos tocó vivir” y hablamos de Comitán y de los comitecos y del país y de los mexicanos. El jueves 5 de marzo de 2020 hablamos de Cristina Pacheco y de su comadrita, nuestra paisana, Rosario Castellanos. ¿De qué platicarían ellas? ¡Uf! Estoy seguro que, siendo Rosario como era, la plática estaba llena de deslumbres humorísticos e irónicos. Su plática (Cristina definiría) estaba, sin duda, llena de puntitos de alegría.
La mañana del 5 de marzo dije que me encanta esa descripción. Cuando Rosario entraba a la oficina donde laboraba Cristina, Cristina sentía alegría, “puntitos de alegría.”
Algo similar me ocurre cuando voy al noticiario con Iván y Lupita; algo similar me ocurre cuando estoy con vos: Siento “puntitos de alegría.”