martes, 10 de marzo de 2020



CARTA A MARIANA, CON UN LIBRO LLENO DE ALEGRÍA

Querida Mariana: Cuando Samy Albores, dueño de la librería Lalilu, me sugiere un título bromeo con él. Le digo que si tiene el aval del maestro Jorge Meza (gran lector) entonces sí lo compro. El otro día (ya te conté), Samy me sugirió comprar “Alegría”, de Manuel Vilas, que, según reza la portada, es “finalista del Premio Planeta 2019”, y, según Samy, debió ser la novela premiada.
No sé cuál novela obtuvo el premio, pero ahora, después de leer más de la mitad de la novela “Alegría”, comienzo a pensar lo mismo que Samy, la novela de Vilas merece la atención de más lectores, porque, como su título advierte, el libro desborda una imagen que podría ser empalagosa, pero se contiene y nos regala una bocanada de aire limpio. La novela es inteligente y está bien escrita.
Yo (tal vez vos también lo hacés) busco afinidades a la hora de la lectura, busco puentes, imágenes que me toquen. En una de las páginas de “Alegría”, el narrador escribe: “Entonces, en 1970, me miraba con una ternura que ya no he vuelto a ver jamás (habla de su padre). Por eso estoy obsesionado con todos estos recuerdos que me acabarán matando, recuerdos que tal vez se cimenten en una sola pregunta: ¿por qué mi padre me quiso tanto? No lo merecí…”
Y cuando leí esa línea pensé (perdón) que mi padre fue igual que el padre del narrador. Mi padre me quiso mucho, tanto, tanto. ¿Lo merecí? Ahora que él ya murió, pienso que sí lo merecí. Merecí todo el cariño de mi padre. Yo no sé si fui buen hijo (lo más seguro es que no), por lo tanto, cualquiera que me conoció de joven puede decir que no merecí el padre que tuve, un padre que me quiso mucho, mucho, tanto, tanto. Pero yo digo que sí lo merecí, porque no se trató de que yo fuera o no buen hijo, se trató de que él fue un padre amoroso. No sé si soy un buen hombre, pero merezco el sol que me abraza todos los días. Yo no conozco a un solo hijo que merezca el cariño de un padre bueno. ¡No! Todos los hijos somos, en mayor o menor medida, hijos ingratos. Cuando crecemos, cuando los padres ya no están físicamente con nosotros, lamentamos no haber reconocido que el destino (¡lo merecemos!) nos resguardó bajo la sombra de padres generosos.
Yo, no me apeno, pero me da nostalgia, nunca fui para mis hijos el padre que el mío fue para mí. Yo fui un mal hijo y luego fui mal padre. En medio de ese vacío se me ha ido la vida. Pero (¡ah, qué compensación tan bella!) tuve un padre que me quiso mucho, mucho, tanto, tanto. Igual que el personaje de “Alegría” tuve ¡un padre amoroso!
Igual que el personaje de la novela, conservo pocos recuerdos de mi padre. Ya comenté el otro día cómo muchos miles de hombres en el mundo sabemos más de la vida del Che Guevara o de Churchill que de la vida de nuestros propios padres. El Che y Churchill los hemos conocido a través de libros. Por esto, tal vez, en la novela “Alegría”, el narrador busca y rebusca en su pasado para hallar a sus padres ya muertos. Los quiere encontrar en las páginas de su libro. Tal vez por esto ahora, así, de manera apresurada, te mando esta carta con la mención de mi padre, Augusto Molinari Bermúdez, para ver si hallo una gota de su cariño, una sencilla línea de su inmenso arco iris.
De nada sirve decir a los jóvenes que gocen la existencia física de sus padres; de nada sirve decirles que un día sus viejos morirán y ese día el lamento comenzará a pintar una raya de desconsuelo que les causará ahogo, asfixia y a veces llanto; de nada sirve decir a los jóvenes el lugar común que explica que la muerte de los padres causa grietas insalvables en el espíritu. Los jóvenes (así es la vida) viven su instante, lo comparten con sus amigos, van a los antros, a la cancha donde juegan fútbol, van al cine, exigen objetos a sus padres, ignoran las peticiones de éstos. Los muchachos viven vidas alternas, mientras muchos padres viven queriéndolos tanto. Es una pena que los jóvenes cambien los instantes que deberían compartir con sus padres por los instantes vividos en la calle. Cambian (no lo saben) el oro por piedritas brillantes.
Posdata: De nada sirve decir a algunos muchachos que deben reconocer que les tocó el prodigio de haber nacido de padres que los aman tanto.
El protagonista de “Alegría” se pregunta: ¿por qué mi padre me quiso tanto? Yo, junto con él, a partir del día que leí esa línea no dejo de preguntarme lo mismo: ¿por qué mi padre me quiso tanto? El narrador, después de la pregunta, concluye: “No lo merecí”. Yo, al contrario, ahora digo que sí, que sí merecí a mi padre, que me quiso tanto. Lo merecí, porque, insisto, no se trataba de mí, se trataba de él, hombre bueno que me quiso mucho, mucho, siempre, hasta el infinito. Y esto lo digo agradecido, lo digo ¡con alegría!