lunes, 2 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON ALGO QUE SE LLAMA ACHAQUE




Querida Mariana: Fui a casa de tío Emilio, lo hallé en el corredor de su casa, tomando un café. Me ofreció una taza, acepté un té. Le dijo a María que me preparara un té de limón. Cuando María se alejó, el tío palmeó la silla que estaba a su lado y me dijo que me sentara. Le pregunté cómo estaba. Bien, dijo, con los achaques de la edad.
Siempre escucho esa frase. Tal vez vos también la has escuchado. Los viejos se quejan de los achaques de la edad. Nunca había tomado conciencia de ello hasta que llegué a viejo. Ahora (Dios mío) esos achaques se han vuelto parte de mi ser. ¿En dónde estaban los achaques? Tal vez algún médico podría decirme que estaban ahí, en mi cuerpo, creciendo junto conmigo y ahora que los órganos comienzan a deteriorarse aparecen con toda su potencia.
Y los achaques son traicioneros, porque asoman sin avisar. El catálogo de achaques es interminable, un día duele la rodilla, otro día aparece un dolor en un dedo, otro más amanecemos con el ojo rojo y así y así hasta el infinito.
El otro día amanecí muy bien. Desperté a las cuatro de la madrugada, continué con la lectura de “Alegría”, de Manuel Vilas, libro que compré por sugerencia de Samy. “Alegría” tiene una cinta en la portada que anuncia: “Finalista Premio Planeta 2019”. Samy dijo que si él hubiese sido jurado le habría otorgado el Premio. Samy lo dijo para convencerme. Me convenció. Y ahora ando en la lectura sugerida. A las cinco dejé la lectura e hice media hora de ejercicio (mi taichí de viejito. Esto lo hago con gran emoción, porque es como una manera de agradecer al universo que, a mis sesenta y dos años, puedo moverme sin mayor dificultad), me bañé, preparé mi desayuno, desayuné, con mi Paty subimos al auto y recorrimos quince, veinte, veinticinco cuadras o más para llegar al trabajo y me puse a trabajar. Todo bien, perfectamente acomodado el ritmo de la vida. A las dos de la tarde hicimos el trayecto contrario, ya en casa comí, leí, escribí y sentí, digo sentí, porque una pequeña molestia apareció en mi pierna izquierda, algo como un dolor. Pensé que era secuela del movimiento que tuve en la mañana, porque ese día salí del colegio para ir a la secundaria del estado a compartir datos mínimos de la vida y obra de Rosario Castellanos y a obsequiar folletos con cuentitos de la Fundación Alexandra del Castillo Castellanos, con dos grupos de primero de secundaria; luego había caminado más de diez cuadras en el centro de Comitán. En la noche me acosté, leí y dormí. Al otro día, a las cuatro de la madrugada, apagué la alarma del despertador, prendí la lámpara del buró y sentí un dolor más agudo. Sí (luego lo supe) un achaque llamado ciática había aparecido. Pero, ¿por qué? Si hago todo lo que está a mi alcance para mantenerme más o menos en condiciones físicas decentes. Llevo una vida moderada (casi monástica), tengo una dieta estricta y sana, procuro no estresarme, no bebo trago, no fumo, no jodo al prójimo. Y de pronto, sin aviso previo, un nervio se tensa y me provoca una molestia que impide moverme con la naturalidad de todos los días. Los compañeros de trabajo me ofrecen pastillas. No las acepto, digo que mi cuerpo viejo comenzará a atacar ese malestar que no debe estar en mi cuerpo. Mi Paty me pone una pomada en la noche. A la mañana siguiente amanezco mucho mejor. Aún no hago mi taichí, pero ya puedo desplazarme casi sin dolor.
Sé que el achaque ha remitido, pero entiendo que sólo se oculta, como si fuese un delincuente detrás de un poste.
María llegó y me tendió un platito y una taza con el té de limón. Tomé el plato y luego tomé un sorbo del té calentito. ¡Ah!, qué delicia. Mi cuerpo entró en calor. El tío Emilio dijo que la noche anterior le había dado un dolor en un brazo, pero que ya se sentía bien. La tía había recomendado que fuera a visitar al médico, pero el tío (natural en él) dijo que no, que era un simple achaque, que ya se le pasaría. Y esa mañana dijo que así había sido. Ya se sentía mejor. Aún tenía cierta molestia, pero era mínima. Agregó: “Los achaques nunca faltan.”
Dichosos ustedes los jóvenes, ustedes (de acuerdo con el conocimiento popular) no tienen achaques, ustedes tienen órganos casi recién estrenados. Poco a poco estos órganos se irán desgastando (dicen que se desgastan más en cuerpos que abusan de las drogas, del alcohol, del sexo, dicen) y un día, sin aviso previo, un achaque asomará como si fuera un tipo con máscara de monstruo. Lo verás aparecer en la ventana y te provocará un cierto dolor en la pierna, impidiéndote el movimiento. Visitarás al médico, él te revisará y te recetará unas pastillas, vos las tomarás y el dolor desaparecerá, pero el achaque no, el achaque se esconderá y volverá a aparecer cuando menos lo pensés. Ese día deberás consignar en tu bitácora que ya entraste a la edad donde aparecen los achaques.
Me resisto a buscar en un diccionario la definición de achaque. ¿Por qué se llama así esa molestia jodona?
Posdata: Mientras aparecen los achaques, debés vivir intensamente, gozá cada día, nadá, comé rico, platicá y reí mucho, andá a la playa, jugá básquetbol (con moderación, para no joderte las rodillas) y jugá con tu novio (también con moderación y con protección). Cuidá tu cuerpo, para que se retarde la aparición de los achaques. Cuando éstos llegan ya no los podrás eludir. Sentirás su presencia a cada rato. Vivirás invocando la claridad, temiendo la aparición de las sombras jodonas.